sábado, 31 de enero de 2009

El paraíso es un chocolate

Como confeso adicto al súper, siempre hago mis escalas en la sección de Dulcería, donde paso horas y felices minutos observando la enorme diversidad de dulces para todos los gustos y, claro, me demoro en elegir cuál de todos llevarme a casa. Desde luego, los chocolates siempre ganan por default y esto me orilla a escribir lo siguiente.
Resultado del encuentro entre dos culturas, Europa y el Nuevo Mundo, el chocolate pasó de los rituales precolombinos a las cocinas de los grandes monarcas; la fusión del derivado de la semilla del cacao y la flor de vainilla con la leche y un peculiar proceso de cocción lo convirtió, por su ductibilidad, en un elemento básico en la repostería y dulcería europea, ámbito donde los franceses y alemanes se volvieron la vanguardia. Sin embargo, la aceptación en los más altos sectores sociales llevaría siglos de tolerancia y aceptación. (Vaya, con decir que excomulgaban a la gente simplemente ¡¡por beber chocolate!!) Pero el tiempo y su delicioso sabor mató de pereza todo prejuicio y el resultado, de sobra, lo sabemos.
Ahora bien, hay chocolates para todos los gustos. Rellenos de fruta y de licores de todas las clases, semiamargo para los paladares ortodoxos, hiperdulce para los más jóvenes, sencillo o high class, además de proporcionarnos las calorías necesarias para soportar las amarguras del día, el chocolate motiva la producción de endorfinas, es decir, las células de la felicidad. Quien escribe se declara adicto a los rellenos de rompope, ron y hasta tequila, pero también se deja llevar por los bocadines y los conejitos. Forma parte de los clásicos regalos que, sin caer en el roperazo, sacan del paso a cualquiera. Y, hoy en día, recibir una caja de chocolates gourmet es una forma evolucionada y elegante del soborno. (O una barra del Vía Láctea, según como se vea...)
Alguno de ustedes estará pensando que con estas divagaciones me acerco al terreno no menos ilícito del debraye, ¿no es así? A decir verdad, dejo en ustedes la última palabra o, si se quiere, la glosa final a estas líneas con sabor a cacao, porque cada quien habla de cómo le fue en la feria. De una sola cosa estamos seguros: de exisitir el paraíso, éste seguramente sería un chocolate.
(P.S. Nuestra querida consejera y amiga Verónica del Toral cumple hoy añitos. Una sincera y señera forma de celebrarla es, claro, degustando varios chocolates en su honor y deseándole muchos días de estos. ¡¡Felicidades, Vero!!)

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