jueves, 31 de diciembre de 2009

Mensaje presidencial para despedir 2009

Colegas y consejeras, lectores y amigos:

2009, como sabemos, fue un año no escaso en acontecimientos de toda índole: para bien, para mal. Sin embargo, buena parte de nuestros proyectos se cumplieron a plenitud; siempre hubo días donde la persistencia y la confianza marcaron la nota a seguir. A fuerza de errores, comprobamos sobremanera tanto milagros como promesas, cuestión que derivó en reconocer y agradecer sus palabras: sea extrañamientos, sea alicientes. Se les agradece, de verdad.
En 2010, debo reconocerlo, nos espera una larga travesía, donde ¡¡cinco aniversarios!! nos tendrán de la ceca a la Meca: los 200 años del inicio de la Independencia, los 100 del inicio de la Revolución mexicana, los 100 de la Universidad Nacional Autónoma de México, los 35 de mi alma mater, la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (UNAM), y, claro, el Tercer aniversario de la Nueva República de Babel, espacio donde nada es para tanto y, eso sí, todo está permitido. Sí que sí. (A su determinado tiempo habremos de participar.)
Mientras tanto, y con la vida a nuestro favor, mis mejores deseos para todos ustedes y, desde luego, para que 2010 (con todo y sus bemoles y sostenidos) sea un año de nuevos logros y muchas amistades.
¡¡Muchas gracias!! y reciban el abrazo siempre fraternal de
Ulises Velázquez,
Primer mandatario neobabélico

lunes, 28 de diciembre de 2009

Ana Torroja entre dos siglos

Reza el lugar común que los cantantes y/o músicos que determinan una década o, siendo estrictos, un género, sólo nacen cada veinte años. Para las generaciones que hoy en día llegan a los impunes cuarenta y a la edad de los nuncas (los 30), una voz en español siempre nos acompañará, sea para recordar buenos e inolvidables momentos, sea para ponerle algo de sal a la herida para no olvidar. Seguramente más de uno tendrá en mente un determinado nombre, pero al final coincideremos en uno solo: Ana Torroja.
Mencionar el nombre de Ana Torroja, para unos remite al grupo de pop en español más famoso, Mecano, mientras que para otros viene a su cabeza "Duele el amor" o "Corazones", sendos duetos con Aleks Syntek y Miguel Bosè, respectivamente. Pero la vida, obra y milagros de Ana Torroja Fungairiño tiene otras aristas. Nacida un día como hoy, de 1959, en la cosmopolita ciudad de Madrid, en una familia de importante prosapia en el mundo de la Ingeniería civil y el Derecho. (Su padre y abuelo, importantes ingenieros civiles; sus tíos, abogados de lustre superior.) Y aunque en el seno familiar se cultivaba el gusto por la música, Ana se inclinó, en primer término, por estudiar Economía, mas no por mucho tiempo.
En 1974, casi seis años antes del período de efervescencia artística conocido como la movida, Ana conoce a José María Cano, con quien habría de relacionarse sentimentalmente tiempo después, hasta que Jose se traslada a Valencia. A su regreso, conforman un dueto de alcances todavía amateurs, que con el ingreso del hermano menor de Jose, Nacho, daría como resultado un grupo que, tal y como sucede con los grandes, en aras de cambiar su vida, al final cambiaron al mundo: el grupo Mecano. En 1982 con la salida del primer disco homónimo, en su papel como vocalista del grupo, Ana hizo suyas las temáticas de cada canción (compuestas, claro por los Cano), y aunque aquellas historias eran, estrictamente hablando, vividas desde una mirada masculina, fue el sello que definió el estilo del grupo. Mientras las canciones de Nacho hablaban sobre fiestas desenfrenadas y sus no halagüeñas consecuencias ("Me colé en una fiesta" y "Hoy no me puedo levantar") y de las sorpresas de la vida ("La fuerza del destino", "El lago artificial"), los temas tratados por Jose eran un poco más líricos y, si se puede, hasta poéticos. ("Eungenio Salvador Dalí", "Quédate en Madrid" y la clásica "Hijo de la luna", por decir algunas.) Pero la voz adamantina de Ana hacía de una historia sencilla una ópera de bolsillo. Después de seis discos de estudio, uno en concierto y tres recopilaciones (más las que se acumulen en la semana), en 1998, Mecano se despide de los escenarios y así sus integrantes se dedican a sus proyectos personales.
Poco antes de la debacle del grupo, Ana Torroja lanza su primera producción como solista: Puntos cardinales (1997), donde aún conserva el estilo que le dio identidad a Mecano, pero con un poco más de variedad en su producción, tal y como lo demuestran los sencillos "A contratiempo" y "Cómo sueñan las sirenas". (Eso sí, conservó de su época grupal una valiosa estrategia comercial: grabar sus versiones al francés.) Después de finiquitar su experiencia con los Cano, en 1999 aparece su segundo álbum: Pasajes de un sueño, donde introduce ritmos caribeños, pero le agrega más toques de pop. A final de cuentas, este género le acomoda mejor.
Mientras se hallaba a la caza de nuevas ideas para álbumes posteriores, Ana Torroja se dio tiempo para colaborar con diversos artistas; Sole Giménez (vocalista de Presuntos Implicados), Pedro Guerra y Armando Manzanero tuvieron la suerte de compartir algo más que un dueto, pero fue la estrecha colaboración con Miguel Bosè la que llevó su fama hasta los aires, gracias a la gira mundial Girados, cuya primera temporada pasó sin hacer tanto ruido, y hasta la segunda vuelta, retomó energías y derivo en la grabación de un disco doble y un dvd. (Quienes recuerdan el primer sencillo, "Corazones", saben a qué me refiero.) Después de la maravillosa experiencia de Girados, regresó al estudio de grabación y en 2003 sale a la luz su tercera producción: Frágil. Sin embargo, éste no obtiene la respuesta esperada por su séquito de viejos y nuevos fans. Después de colaborar con Aleks Syntek en "Duele el amor", Ana hace un alto en su camino solista y, como las buenas casas de moda, regresa a sus orígenes con La fuerza del destino (2006), álbum donde reinterpreta las canciones que le dieron fama a Mecano, pero de manera diferente; es decir, con arreglos nuevos. (Los acérrimos fans del grupo no bajaron esa intención de falta de respeto, pero mejor ella que Fey, cuyo disco "homenaje" sí que es un insulto. Cuestión de enfoques.) Actualmente, Ana trabaja en los últimos toques a su siguiente disco, cuya salida está planeada para 2010.
Para quienes crecimos oyendo a la Torroja, como ariete principal de Mecano, no dudamos que su voz se encuentra entre las mejores del mundo, apenas comparable a las de Luz Casal y Sole Giménez, pero éstas se cuecen aparte. Aún así, una voz como la suya merece muchísimas muestras de pleitesía, porque las historias que su voz hizo suyas, forman parte de la banda sonora que rige nuestra vida. (A título personal, "Hijo de la luna", "Eugenio Salvador Dalí" y "El siete de septiembre", de su etapa mecaniana, y "Corazones" de sus incursiones en los duetos, son mis predilectas y conforman una parte toral de mi vida.)
Y, para finalizar estas líneas, me atrevería a decir que su talento musical conservó algo de la ingeniería paterna. ¿De qué manera? Al construir en sus canciones atmósferas peculiares para desenvolver una, dos o hasta más vidas. De cualquier forma, una voz como la suya, termina uniendo, además de varios siglos, hasta los criterios más encontrados. O ustedes, ¿qué piensan?

viernes, 25 de diciembre de 2009

Mis lecturas de 2009 (...y cómo conseguirlas)

Hace algunos días, tuve la fortuna de publicar esta misma lista en mi perfil del caralibro, la cual ha tenido gratas y maravillosas respuestas, mismas que retroalimentan mi quehacer como lector en horas 24. Entre las respuestas recibidas, hay una que me dejó totalmente helado: ¿cómo y dónde podemos conseguir aquellos libros? "En la siguiente entrega, seguro que sí", fue mi respuesta. Luego de revisar en la red las opciones para ello, sirvo compartir con ustedes, además del listado original, la manera de conseguirlo, con todo y la editorial que lo publica. Nuevamente lo digo y lo sostengo, creo que compartir con ustedes mis lecturas de 2009 es una forma de la cordialidad y, si se quiere, de la vida misma. Y aquí paro el carro.
1) El amor intangible (René Avilés Fabila, Axial-Colofón. $90) Novela donde los avatares de la comunicación ciber-epistolar recuerdan aquellas relaciones peligrosas que tenían lugar en las cartas (en este caso, e-mails) de los protagonistas. [En las librerías de prestigio, o en http://www.reneavilesfabila.com.mx/]
2) Península, Península (Hernán Lara Zavala, Alfaguara, $230) La Guerra de Castas de 1847 en Yucatán es el pretexto idóneo para que todas las voces cuenten sus propia historia que, a fin de cuentas, es la misma, con sus aproximaciones y reintegros. [Librerías de prestigio y en el local de Santillana, Pasaje Zócalo-Pino Suárez.]
3) Los días del maestro (Vicente Quirarte, CONACULTA, $100) Suerte de galería biográfica donde destacan varios maestros de las letras mexicanas y sus señeras enseñanzas en aras de seguir ganando batallas después de todo. [Librerías Educal-CONACULTA y algunas del FCE.]
4) Historias del Buen Dios (Rainer Maria Rilke, Jus, $80) Relatos donde la búsqueda de Dios es lo primordial a seguir; quienes se deleitaron con las Cartas a un joven poeta y las Elegías de Duino no se sentirán decepcionados. [En la sede de la editorial Jus, Donceles 66, Centro Histórico.]
5) Entre dos fuegos (Ana Colchero, Planeta, $70) Un complot político para perpetuarse en el poder y una historia de amor se unen para contar una serie de truculencias sobre los densos caminos de la política. Los entresijos del poder y los avatares de la cocina también escriben buena parte de ese entramado. [Librerías de prestigio y en el local de Grupo Planeta, Pasaje Zócalo-Pino Suárez.]
6) Viaje a México (Adolfo Castañón, Iberoamericana-Vervuert, $280) Una nueva mirada sobre la literatura mexicana y los autores caros al autor; suerte de carta de creencia en torno al oficio de escribir en México. Entre ensayos, crónicas y retratos, Castañón nos regala, más que una mirada, un pensamiento. [Librerías del FCE, Gandhi y en www.libreriabonilla.com.mx/]
7) Leer el mundo (Felipe Garrido, UNAM-Academia Mexicana de la Lengua, $70) Lectura es destino. Y Felipe Garrido, en éste, su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, nos comparte su experiencia como lector del Quijote, así también del mundo que le tocó en suerte vivir. [En Librerías UNAM, pero sólo en las ferias del libro se consigue con facilidad. Por cierto, el autor me regaló una edición especial.]
8) Versos hospitalarios (Miguel González Avelar, Verdehalago, $50 aprox.) Una faceta poco conocida de un político versátil, donde el habla de todos los días y los juegos de la sátira hacen poemas de impecable factura, con miras a convertirse en clásicos de las letras mexicanas. [En http://www.verdehalago.com.mx/, seguramente.]
9) Espejo de historias y otros reflejos (Jorge F. Hernández, Aldus, $80 aprox.) La Historia tiene muchas maneras de hacerse, pero si apelamos a la ficción y al humor, tenemos como resultado varios retratos donde, más uno, se daría por aludido. Un libro que ya presagia la genialidad de La Emperatriz de Lavapiés y Réquiem para un Ángel. [En librerías del FCE, o con los amigos de Aldus, tal vez.]
10) Correspondencia, 1939-1959 (Alfonso Reyes/Octavio Paz, FCE-Fundación Octavio Paz, $200) Conocer de cuerpo entero a dos escritores de talento titánico, se logra a plenitud al revisar sus epistolarios. Al tratarse de Reyes y Paz, mientras uno cuenta sus prácticas de vuelo, el otro pasa revista al kilometraje acumulado, generando una mutua retroalimentación. [Librerías del FCE, dónde más. Seguro lo encuentran a buen precio en la Venta Nocturna a fines de agosto.]
11) Con "M" de México (Nicolás Alvarado, Norma, $200) México se escribe de muchas maneras, tal y como lo demuestran los cronistas, pero cuando se trata de vernos al microscopio, esta especie de diccionario nos pinta de cuerpo entero, ya entrado el siglo XXI. Delirante y exquisito, sin más ni más. [FCE y Gandhi, seguro.]
12) Antes y después de Gardenia Davis (Abel Quezada, Joaquín Mortiz, precio variado) Bajo el cedazo autobiográfico, se generan relatos que desconciertan al lector más ávido; se despiden de ellos un extraño sentido del humor -semejante o diferente al plasmado en sus cartones- que le ganaran nuevos adeptos. [En librerías de viejo, las de Donceles, quizás.]
13) Morirás lejos (José Emilio Pacheco, Joaquín Mortiz, precio variado) La Segunda Guerra mundial y los campos de concentración son aquí vistos bajo los dictados de la memoria; no hay vencedores ni vencidos, porque todos tenemos algo que contar al respecto. Un mural polifónico que deja en la memoria la última palabra. [Como José Emilio se demora en sacar una segunda edición corregida -muy corregida, claro-, solamente en librerías de viejo. Sorry.]
14) Velero romántico (Alfredo Maillefert, Fondo de Cultura Económica, precio variado) Maravillosa compilación de un escritor olvidado que roza los linderos de la estampa provinciana, la entrevista imaginaria, la literatura radiofónica, las memorias y vivencias, y sobre todo, la fidelidad al acto de leer. Una lectura sin desperdicio alguno. [Lo hallé de puro milagro en un remate, pero seguro lo hallan en las de viejo.]
15) Lover/Amante (Rafael Cadenas, Bid & Co., ¿$200?) Uno de los poemas más conocidos del poeta venezolano (ganador del Premio FIL 2009), cuenta en esta edición con dos lecturas: una, la traducción al ingles por parte de Rowena Hill, y la otra, que corresponde al lector, cuya última palabra dirá todo. [La edición que tengo es venezolana, pero en la Obra concreta que editó el FCE, viene el poema completo.]
Ojalá y les haya interesado alguna de estas recomendaciones. (Cualquier pregunta al respecto, con gusto la responderé.) Esperemos que 2010 nos traiga nuevas lecturas y, eso sí, renueve la preferencia hacia los autores caros y admirados. Así sea. (¡¡Gracias a todos!!)

viernes, 18 de diciembre de 2009

La tentación del "Best Of"

En alguna ocasión mencioné lo desconcertante que resulta entrar en una tienda de discos para buscar un determinado compacto de la música que más me agrada. (Una de aquellas veces, entré para comprar compactos de Sarah Brightman, Astor Piazzolla y St. Germain, para intercambiarlos por otros intérpretes y, finalmente, quedarme con mis selecciones previas.) Sin embargo, es doblemente engorroso entrar en dicha tienda y enfrentarme a un monstruo más que fatal: los Best Of. Seguro más uno me dirá, "Pero si se trata de una buena inversión, así no gastas demasiado en todos los discos de equis cantante y/o grupo". Cierto, pero a su vez, falso. Vamos por partes.
No sabemos a ciencia cierta de quién procede la idea: tanto artistas como productores insisten en ello, según las intenciones de cada tiempo, desde luego. Para unos, es una carta de presentación para un fan en potencia; para otros, una manera segura de obtener más dividendos económicos sobre algo que tuvo sus grandes glorias hace mucho tiempo. Según el hoyo de la dona donde se vea. Sin embargo, siendo melómano declarado y cazador de discos imposibles, debo confesar que me agrada adquirir los Best Of, pero a su vez, caigo en un hoyo sin fondo. Todo esto, según la música del momento.
Hace una semana, hice escala en mi tienda favorita de discos, localizada en la esquina de Eje Central y República de Cuba. Además del Viva la vida de Coldplay (que me habían regalado horas antes, por cierto), planeaba comprar otros dos discos y así tener muy buena música que oír durante las vacaciones navideñas. Y como siempre, traía presente hallar un determinado disco: en esta ocasión, Symphony de Sarah Brightman, el cual sí encontré, pero a dos anaqueles de distancia, me topé con un dilema doble: estaban frente a mí el Paint the sky with stars y The very best of Enya, sendos álbumes recopilatorios de aquella cantante irlandesa. Resolví llevarme uno, de acuerdo con un criterio muy simple: checar las canciones en común, pero me llevé un chasco: ¡¡ambos tienen las mismas canciones en común!! Entonces apliqué otra táctica: checar cuál tiene algunas canciones difíciles de conseguir por separado. Apelando al resultado de esto, me llevé el segundo disco. Cuando llegué a mi casa, puse el disco de marras en la charola del modular y, hasta ahora, no me arrepiento. (Cabe decir que dos tracks pertenecen a la banda sonora de The Lord of the rings: "May it be" y "Aníron".) Ya habrá otro momento para adquirir el otro. Tal vez.
Alguna vez una colega mía me declaró su aversión por los Best Of, quizás por su arbitraria selección de canciones, y que más vale comprar los discos, por aquello de las ediciones especiales y hasta de edición limitada, si se quiere. Para un melómano sin demasiadas pretensiones, es una manera efectiva de conocer una música, un grupo o un cantante nuevo, suerte de tarjeta de presentación para adentrarse en su obra y así, en lo sucedáneo, comprar el resto de su obra, incluyendo las ediciones especiales para coleccionistas y hasta los mismos recopilatorios con más sorpresas. Ejemplo de ello: Anthology de Los Beatles, que por sí misma merece capítulo aparte. Otra razón que motiva la creación de un Best Of, es la reunión de varios éxitos, cuya vida rebasó el single radiofónico, pasando por las versiones remix y los inéditos; el Hit de Peter Gabriel, claro ejemplo de ello. [Breviario cultural: hasta la fecha, el cosmopolita y helénico Vangelis ha tenido cerca de ¡¡cinco álbumes recopilatorios!! y en diversos años, pero con la gran diferencia de añadir variantes en la misma melodia, mismas que no se encuentran en ninguna de las producciones previas; por ahora, muchos de sus fans debaten cuál es su compilación definitiva: para unos es el Portraits (1995); para otros, el Reprise (1999), y para el resto, el Odyssey (2003). Qué cosas, ¿no creen?]
Cierro estas líneas aún meditando sobre la bondad y/o el desastre del Best Of. Por mientras, cederé a la tentación. De cualquier manera, se trata de una antología sin más ni más, como las de poesía o narrativa, sólo que en el mundo de las letras, hay dos que tres florilegios que han sobrevivido al tiempo, convirtiéndose en verdaderos clásicos; tampoco olvidemos que otras selecciones no han pasado la prueba del añejo, sea esto por el mal tino de sus compiladores. Ocurre la misma empresa con la música. Pero dejo en ustedes la última palabra al respecto. Claro está.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Luis González y González

Alguna vez Max Jacob dijo una frase más que contundente: "El estilo de maestro es el estilo de alumno". Y no es para menos, dada la naturaleza de quienes dedicamos algunas de nuestras fuerzas a esa encomiable empresa. Para el caso de un historiador singular como lo fue Luis González y González, esa frase le queda corta porque sus alcances siempre fueron otros, sin dejar de lado el arduo aprendizaje de las cosas.
Nacido el 11 de octubre de 1925 en San José de Gracia, Michoacán, don Luis González y González dedicó buena parte de su vida al conocimiento y profundización de una prosapia donde el amor al conocimiento, pero sobre todo, a la tierra, lo llevaron a transitar por los senderos de la Historia, materia que tuvo la fortuna de conocer, primero, en Guadalajara, donde metía su cuchara intuitiva en todo tipo de materias de interés, y más adelante, en la Ciudad de México oficializa su vocación en las ciencias de Clío. Pero la universidad no sólo le daría un destino, también tuvo la fortuna de otorgarle una compañera de viaje, Armida de la Vara, una bellísima y talentosa sonorense, quien habría de ser su lectora (por ende, maestra particular de ortografía y redacción), colega y, claro, esposa ejemplar. Gracias a este tipo de alicientes, don Luis viaja a París para perfeccionar sus propias ciencias y artes historiográficas. Silvio Zavala, preclaro y entonces joven patriarca de la historia mexicana, le da un buen consejo: aprovechar las bibliotecas y la vida misma. También el grato magisterio de Claude Bataillon hizo mella en él. Las consecuencias, seguro las habrán adivinado.
De vuelta en México, don Luis fue invitado a engrosar las filas del reluciente Colegio de México, donde tuvo como colega a un incipiente Jean Meyer, y como alumnos a futuras luminarias de la historiografía mexicana contemporánea: Enrique Krauze, Javier Garciadiego y Jorge F. Hernández, por decir algunos ejemplos. Sus clases (si se le pueden llamar así) se impartían, mayeúticamente, en la cafetería del COLMEX, entonces ubicado en la colonia Roma. Desde ese momento, González y González instauró un estilo de hacer historia, caracterizado por hacer de lo mínimo una gran maravilla. El hecho que detonó aquella preclara intención fue la escritura de un libro, controvertido en su tiempo, hoy día canónico: Pueblo en vilo (1968). Resultado de una sesuda y completa investigación acerca de su pueblo natal, San José de Gracia, desde los orígenes hasta hace rato. Sus colegas, al ver dicho trabajo, consideraron que había perdido el tiempo en una investigación sin sentido, pero una corazonada de don Daniel Cosío Villegas, a la sazón, presidente del COLMEX, permitió su inmediata publicación. (Postreras generaciones de estudiosos de las ciencias y artes de Clío, aún agradecen aquella intención.) Con este trabajo, don Luis inaugura una veta en los estudios de la Historia, denominada microhistoria. Precisamente, en este término, se trasminó una sentencia de León Tolstoi: "Pinta tu aldea y pintarás al mundo". Otra importante aportación de don Luis, fue predicar la Historia con palabras sencillas, del diario acontecer. Como quien dice, con palabras domingueras, sin que el texto se vea salpicado de terminajos para iniciados ni relleno de lugares comunes. Para nada. Aquel que decida acercarse a sus libros (El oficio de historiar, La ronda de las generaciones, Invitación a la microhistorias, De maestros y colegas, etc.), cerrará sus páginas sabiendo algo nuevo y habrá disfrutado de un escritura sin tapujos. (Todavía don Luis se preguntaba qué le vieron en El Colegio Nacional y en la Academia Mexicana de la Historia para haberlo elegido como miembro vitalicio. Digamos que su estilo tuvo algo que ver. Seguro.)
La querencia llama, reza el lugar común. Y don Luis llevó sus conocimientos y sus intenciones a su tierra natal, para cristalizar un sueño pleno de microhistorias: la fundación de El Colegio de Michoacán. Así, podía tener juntos a sus tres grandes amores: la historia, el terruño y, claro, su bella Armida. (Dos colegas suyos, Jean Meyer y Andrés Lira, con todo y sus respectivas familias, y el proteico Jean Marie Gustave Le Clézio, ahora Premio Nobel de Literatura, lo acompañaron en tan grata empresa.)
Sin la pretensión de convertir estas líneas en un obituario tardío (hoy se cumplen seis años de su partida), digno es regresar a las obras de un hombre que siempre tuvo mucho que decir; maestro de maestros, quienes ahora siguen a cabalidad sus enseñanzas, sea en las aulas universitarias, sea en la confección de libros de historia. No está de más recordar que su ingente curiosidad nos regaló el Álbum de México, publicado bajo el patrocinio de Bancomer. Finalmente, sus obras siguen suscitando polémica, pero también nuevos admiradores y, por supuesto, historiadores enamorados de la historia mexicana. Con un maestro así, ¡¡da gusto ser su alumno!! Así sea.

martes, 24 de noviembre de 2009

Alfonso Reyes en el MUNAL

Hasta donde va el calendario, 2009 fue un año pletórico en aniversarios: natalicios y obituarios, celebraciones y remembranzas. En la literatura mexicana de todos los tiempos, una figura dos veces señera tuvo la fortuna de engrosar las listas tanto de nacimientos como de muertes. Su nombre, Alfonso Reyes. En torno a la figura alfonsina se organizaron todo tipo de coloquios y conferencias, desde sus amadas casas de enseñanza (El Colegio Nacional, la UNAM y El Colegio de México), hasta las heroicas sesiones en su querida Capilla Alfonsina. Ante todo esto, corresponde cerrar un buen año con una magna exposición que enmarca la prolífica relación de Alfonso Reyes con el arte de todos los tiempos. Hablo de la exposición Alfonso Reyes y los caminos del arte, que hace unas horas tuvo a bien inaugurarse en el Museo Nacional de Arte. Vayamos con cuidado.
Hace una semana, quien escribe, de su visita al MUNAL (asistió a la presentación de un libro sobre Octavio Paz) sólo obtuvo dos cosas: el catálogo de la exposición sobre Goya -que compró ¡¡a mitad de precio!!- y una invitación para la muestra alfonsina. Al paso de la semana, decidió invitar a sus colegas y amigos del caralibro, y así asistir muy bien acompañado. A la cita sólo acudió una persona: Miguel Ángel de la Calleja, versado en las artes alfonsinas.
Al filo de las 7 pm, Calleja ya me estaba esperando en la puerta del museo, en aras de entrar a la exposición, sin embargo, ninguno contaba con que demoraríamos en ingresar. Mientras llegaba la hora de entrada, sacó su cámara celular y tomó algunas fotos del lugar: tanto el Palacio de Minería como el propio MUNAL motivaron su cacería fotográfica. Y un servidor, aspirante de socialité cultural, vio llegar a varias luminarias de la cultura en México. Pero fue Adolfo Castañón quien le generó cierto prurito. Cuando me le acerqué, él ya había notado que llevaba en mi brazo un ejemplar del Arbitrario de literatura mexicana, el cual tuvo a bien dedicarme. Al saber mi nombre para estamparlo sobre el libro, quedó maravillado: estaba ante sus ojos el autor de una pequeña crónica sobre el Premio Villaurrútia 2008 en Bellas Artes, misma que pueden leer en este blog. Aún así, me agradeció aquellas líneas y de paso me invitó a dos eventos: la lectura poética del venezolano Rafael Cadenas, y la presentación de cinco libros suyos: América sintáxis, Algunas letras de Francia, Grano de sal y otros cristales, Venezuela entre vista y Alfabeto de las esfinges, a realizarse el 7 y 8 de diciembre en la sala Ponce de Bellas Artes. Nuevamente, me agradeció todas sus atenciones y se retiró. Veinte minutos después, fue inaugurada formalmente la exposición.
Luego de atravesar la puerta de la sala de exposiciones temporales, Miguel Ángel y un servidor quedaron maravillados con la museografía; no había tópico alfonsino sin tratar. Entre cuadros de Francisco de Goya, Ángel Zárraga, Diego Rivera, Candido Portinari, entre otros, en amable contubernio con la prosa alfonsina, invitaban a vivir la experiencia del arte, de la mano de un autor non e inclasificable como Reyes. Inclusive, como estrategia didáctica del museo, se nos obsequiaron algunas "cartas" (dado que tenían impresos varios motivos alfonsinos, semejantes a la correspondencia personal del autor) donde aparecen diversas actividades a realizar. Por ejemplo, escribirle una carta a don Alfonso y compartir impresiones sobre Goya, Jusep Torres Campalans, etc. Mientras Calleja veía estupefacto los cuadros y admitía el desconocimiento de algunos, observé de refilón a la Dra. Alicia Reyes, nieta del homenajeado, en plena charla con Héctor Perea y las autoridades del museo. La sala donde esto ocurría tenía a su alrededor anaqueles con libros de y sobre Alfonso Reyes, haciendo las veces de biblioteca eventual, y un enorme panel donde se invitaba al visitante a compartir la experiencia de Reyes acerca de los museos. (Me imagino que el fantasma de don Alfonso ¡¡estaba que no cabía de gusto!!) Desde luego, en el arte no se excluye al cine, porque se acondicionó una sala para proyectar varias de las películas comentadas por Reyes, bajo el seudónimo de Fósforo. Lo mejor de todo es que a la par de la proyección, se escuchaba su propia crítica. Finalizamos nuestro recorrido con una sección dedicada a la traducción alfonsina de La Ilíada, con todo y las ilustraciones de Elvira Gascón, que el Fondo de Cultura Económica dio a sus prensas hace varios ayeres. La verdad, Calleja y yo queríamos recorrerla otra vez, pero el tiempo ya comenzaba a volvernos cenicientas de las letras. (En otra ocasión, seguro.)
Ya fuera de la sala, en el pasillo contiguo a la salida encontramos dos mesas donde podían adquirirse tanto las obras de Reyes como las publicadas por el MUNAL. Como la semana pasada quien escribe había comprado el catálogo de Goya, ahora le correspondió a Miguel Ángel hacer lo propio con el volumen dedicado al artista decimonónico Julio Ruelas. La tecnología bancaria permitó llevarse los únicos ejemplares (dos, para ser preciso), puesto que los libros de Reyes ya ostentaban un lugar de honor en su biblioteca. Mientras esto sucedía, me crucé con Héctor Perea y aproveché la ocasión para saludarlo.
Para cerrar con broche de oro una gran noche, le entramos con gusto al vino de honor, que sólo quedó en el nombre: Calleja tomó ron (algo fuerte, digamos), y el de la voz, se aventuró con el vodka. Brindamos por una exposición sui generis, digna de ser vista una y otra y otra vez. Invito a todos ustedes a visitar semejante exposición (termina en febrero 2010) y, sobre todo, acercarse a la prodigiosa obra de Alfonso Reyes. Después de todo, en sí misma ya es una celebración. ¿No es así?

miércoles, 28 de octubre de 2009

Las Lunas del Auditorio

"Siempre estará el Auditorio Nacional..." es una frase que me acompaña cada vez que mis paseos me llevan hacia ese lugar, donde lo mismo he asistido a juntas públicas de NA (sólo por los festivales artísticos, claro) que a los remates de libros anuales. Pero, confieso algo avergonzado, nunca he asistido a concierto alguno. De verdad. (Lo más cercano que he estado de toda la parafernalia del coloso de Reforma ha sido la conferencia magistral de Carlos Fuentes en ocasión de su 80 aniversario, de la cual nunca habré de arrepentirme. Escribí en este blog algunas líneas al respecto.) Sin embargo, la ocasión para conocer esa sensación se me dio esta noche, con la entrega de las Lunas del Auditorio, gracias a la generosidad de una amiga mía, de nombre Paulina, quien me invitó al show con ¡¡24 horas de antelación!! Y, claro, es una oferta que no puedo rechazar. Sí que sí.
En su flamante automóvil (clásico, como ella), pasadas las 5:30 pm, llegamos al Auditorio Nacional con bastante tiempo de sobra, mismo que invertimos en estacionar el coche, pasear por los alrededores, contestar varias llamadas de celular y hasta para asomarnos a la alfombra azul por donde pasarían algunos de los ilustres invitados a la ceremonia. Por supuesto, el público allì presente (personas de a pie, en su mayoría) comenzaba a hacer patente su desesperación por ingresar al recinto. Después de las 6:30, logramos nuestro cometido, sin embargo, no pasamos del pasillo. Mientras mi ilustre acompañante se paseaba por allí, quien escribe, como la puerta de Alcalá, veía pasar el tiempo. (Entre mis pesquisas visuales, pude ver a la escritora Silvia Molina y muy bien acompañada, por cierto.)
Por fin, tanta espera había dado frutos y al cuarto para las 8 pm, entramos al auditorio y las acomodadoras nos asignaron dos lugares cercanos a la salida; afortunadamente, con una muy buena vista del escenario. ¡¡Nada de gayolazos, eh!! Y mientras daba inicio la ceremonia, la Big Band Jazz prendió el ambiente con un repertorio digno de las grandes bandas. (Lástima que no había una pista de baile, porque tenía ganas de sacar a bailar a mi acompañante. En otra ocasión.) Esperando el gran momento, ambos hojeábamos el programa de mano: antesala de una ceremonia espectacular. (Ojalá...)
Luego de tres llamadas y un espectacular opening por parte del grupo Moderatto, finalmente dio inicio la octava entrega de las Lunas del Auditorio. Los conductores, como siempre, fueron Rebecca de Alba y Juan Manuel Bernal, pero ahora acompañados por Eduardo Videgaray, Vielka Valenzuela, Rodrigo Murray y María Inés (cuyo vestido, cabe decir, hacía ver los aparadores de República de Chile como los de Fifth Avenue de Nueva York). Aún así, nos esperaba un espectáculo de primera categoría. A medida que avanzaba la entrega de galardones, los aplausos del respetable reconocían los sendos talentos de Alexander Acha, Elsa Aguirre, Café Tacvba, el musical La novicia rebelde, Slava's snowshow, entre otros eminentes ganadores. Sin embargo, fue notoria la ausencia (justificada, supimos después) de Los Tigres del Norte, a quienes, de verdad, se les extrañó.
No podían faltar la participación en el escenario de varios artistas, como el caso del grupo vocal The Voca People, quien con su enorme maestría vocal (y humorística, desde luego) nos llevó desde Era y Britney Spears, pasando por "I like you move it" (tema incluido en el filme Madagascar), hasta algunos clásicos de la música disco, evidenciando un talento sin medida. (Por cierto, al anunciar a Yuri como ganadora, interpretaron "La bamba" en su particular estilo. Qué cosas, ¿no?) Después vinieron el músico griego Yanni (cuya última producción, Voices, deja mucho que desear), los Babasónicos y sus "Piyamas", el musical La novicia rebelde, y el dueto de Edith Márquez y María José, cantando a dueto aquella canción que antes hicieran famosa Ana Gabriel y Vikki Carr, y la (primera) participación de Yuri, cuya faceta "renovada", a título personal, no me convence. (En su interpretación de "Cuando baja la marea", llevaba un vestuario parecido al de Madonna en "Nothing really matters". Qué descaro.) Pero lo mejor estaría por venir.
Después que la compositora mexicana Ema Elena Valdelamar recibiera una Luna especial de manos de Armando Manzanero, sin esperarlo siquiera, el cantautor yucateco se sentó al piano para acompañarla musicalmente en la interpretación de sus éxitos "Mil besos", "Mucho corazón" y, desde luego, "Cheque en blanco". Un homenaje más que merecido. Para muchos aquí debió concluir la ceremonia, pero el tino de los organizadores nos enjaretó otra aparición de Yuri, con un popurrí onda disco de los 70's, con todo y la voz de Mario Vargas. Después de esto, pasadas las 11:30 pm, terminó la ceremonia con un ánimo más que elevado. Paulina y quien esto escribe, aún con altibajos, quedamos satisfechos, de eso estoy seguro.
Ya de camino a casa, platicaba con ella acerca de asistir a la entrega del año entrante. ("Las Lunas del bicentenario", dije en son de broma.) Quizás el azar haría nuevamente de las suyas y volveríamos a estar allí, mientras tanto pensaba en los próximos invitados musicales: Sarah Brightman, Coldplay, el musical Mamma mia! o Rubén Blades, en fin... Queda un año para desearlo con todas las ganas. (Después de todo, siempre estará el Auditorio Nacional... ¿no es así?)

viernes, 2 de octubre de 2009

Palabras, ¿palabras?, ¡palabras!

En La eternidad y un día, película de Theo Angelopoulos, el personaje que encarna Bruno Ganz, un escritor en fase terminal, mientras pasea con su joven amigo albanés, decide contarle una historia: "El poeta que compraba palabras", misma que contaré según mi memoria me lo permita.
Érase una vez un joven poeta que, por azares del destino, conoció el exilio debido a la invasión de los turcos sobre Grecia y que lo llevó a Italia, donde, años después, supo de los heróicos esfuerzos de sus compatriotas por liberarse del yugo opresor. Finalmente, cuando los griegos consolidan su triunfo, el poeta regresa a su país y se hace una promesa: una vez que Grecia alcanzara su liberación, él sería el encargado de escribirle la más bella de las odas. Cuando regresó a su tierra natal, se percató de algo terrible: durante su estancia en Italia había olvidado su lengua materna y como esa condición lo tenía desconcertado, según Dios le dio a entender, se colocó en medio del mercado de su localidad y a su lado puso un letrero que decía: Se compran palabras. A quien le dijera una palabra, la que sea, estaba dispuesto a pagarle una moneda de oro. En un principio, los pobladores no lo bajaban de loco, pero accedieron a su intención proporcionándole varias palabras. (Por dinero se hace lo que sea, claro, pero en algunos predominó más el buen corazón que el peculio mismo.) Al final del día, el poeta revisaba su listado de palabras obtenidas, las leía y releía con fruición hasta que estuviesen insertas en su memoria. Y así era todos los días. Mucho tiempo después, recuperó su lengua y se puso a escribir. Luego de corregir una y otra vez aquellos versos, finalmente terminó el poema. Promesa cumplida.
Recordando esta historia intercalada en La eternidad y un día, y dado que nos gusta comprar palabras (mediante otro tipo de transacción, claro), uno se pregunta ¿cuál es nuestra palabra favorita? Es decir, aquella que siempre tenemos presente, que motiva muchas cosas y que su sola ausencia nos deshace al primer roce. Somos seres de palabras, aunque suene a lugar común, así es: desde el balbuceo del niño hasta el discurso de Sócrates. La lectura de un buen libro, una conversación amena y llena de enseñanzas, un paisaje, una mirada, una vida, los viajes, los desastres, el tiempo, andanzas y maestranzas, empresas y tribulaciones, en fín... todo es susceptible de volverse palabra. Y cada persona, cosa o hecho, nos regala una, peculiar, que hacemos propia y digna de nuestra vida.
(A título personal, me gustan muchas palabras, pero confío en la eficacia y totalidad de una sola: esperanza. Por cierto, también me gusta su equivalente griego: disthia.)
Con todo, no hacen falta tantas palabras para decir qué tan importante es tener una palabra favorita. Cada uno de ustedes, queridos lectores, tiene su predilecta: al mencionarla, hacen lo propio con su persona, su mundo, su espacio. Y si gusta a otros, es un logro. Entre más se comparta, mejor el tiempo sabrá tratarnos. De verdad.
Termino estas líneas con el final de la historia. Aunque todo lo contado tenga mucho de invención, dos cosas son ciertas: primero, el poeta de marras se llamaba Dionisios Solomós, y segundo, aquel poema que surgió de su pluma, es la "Oda a la Libertad", que además de ostentar un lugar más que digno en la historia de la literatura griega, ¡¡es el Himno Nacional de Grecia!! Si Solomós se hubiese quedado con una sola palabra, libertad (eleftheria) habría sido la indicada. (Para ustedes, ¿cuál sería su elección?)

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Au revoir, bolsita de hule...

Hace unas semanas, en la Ciudad de México, se anunció el retiro paulatino de las bolsas de plástico de las tiendas de autoservicio, las cuales se sustituirán por unas de uso rudo, pero benéficas al medio ambiente. (Y, para comodidad del usuario, también podrán adquirirse en la propias tiendas.) Para un adicto al súper (como quien esto escribe), es una excelente noticia, dado que tendrá que lavar su bolsa de mandado o, en su defecto, llevarse alguna de las bolsitas de segunda división que logró rescatar de anteriores excursiones al centro comercial, y así cumplir con la compra del día. No está mal, ¿verdad?
Pero al saber de semejante noticia, me viene una reacción encontrada: ¿cuál será el destino de las bolsitas de hule que dan en las librerías? Afortunadamente, buena parte de aquellas bolsas, al paso del tiempo, se han convertido en improvisados fólders, envolturas emergentes para regalos de cumpleaños, y hasta para proteger de la intemperie el libro en turno que esté leyendo. Así, hasta que el tiempo jubila la bolsita en cuestión y su destino, sin más ni más, es el cesto de la basura. Sin embargo, no todas mis bolsas pasan por lo mismo.
Desde que me volví un irredento caza libros y un junkie de las librerías, alguna de las bolsitas que me dan, y cuyo diseño sea único e irrepetible, un día resolví guardarla. Y la misma suerte corría en las ferias del libro donde me apersonaba. Al paso del tiempo, ya no sabía la manera de mantenerlas a raya, hasta que dispuse guardarlas dentro de un sobre manila tamaño ministro, por si alguna vez las necesitaba. Y sí, cada vez que requería asistir a alguna presentación editorial, una charla con escritores, o simple y sencillamente, ir por lana para salir trasquilado, siempre entraba al quite una de éstas, dejando trunca mi colección informal, y si se quiere, hasta indestructible. (Ni modo, tengo alma de hule, sin que suene a disco de Los Beatles.)
Del Fondo, el pacificador hindú, mis amados Colegios (Nacional y de México), tiendas de discos con nombre prehispánico, y hasta de compañías papeleras que iluminan, todas han aguantado tres pianos y una orquesta completa: lluvias citadinas a mitad de la semana, ventas nocturnas en la Condechi, excursiones al COLMEX en horas pico, y hasta me han servido como caballo de Troya para ingresar a la Biblioteca Vasconcelos sin aduana ni paquetería de por medio. Y siempre vuelven a casa: algo maltrechas, eso sí, pero después de haber cumplido con su deber.
Me imagino que aquella colección de bolsitas de hule, si alguna vez llegara a desaparecer de mis manos, seguramente en unos años, sería expuesta en El Estanquillo en calidad de mexican curious, engrosaría el inventario de una casa de subastas en Londres y Nueva York, o tal vez se reprocesaría químicamente para hacer combustible para nuevos vehículos o para el maquillaje del mañana. La verdad, no lo sé.
De algo sí estoy seguro: que tendremos bolsitas de hule para rato, ahora regidas por un efímero tiempo de uso. Pero aquellas que motivaron estas ociosas líneas, serán mil veces superadas por las bolsas de tela cuya fama, irónicamente, también se debe a las mismas librerías. (Qué cosas, ¿no?)

domingo, 27 de septiembre de 2009

Jorge F. Hernández: la historia tiene prisa

Cuando la Historia y las Letras se encuentran en el camino, siempre hay de dos sopas: una, generar enconadas polémicas, y otra, invitar a su mutuo reconocimiento. Son contados los casos de personas que han hecho lo segundo a cabalidad y hasta sus resultados, como el Cid Campeador, siguen ganando batallas. En este aspecto, suenan algunos nombres como Luis González y González y Jean Meyer; en estos tiempos, habría que añadir al elenco el nombre de Jorge F. Hernández, historiador de formación pero narrador por derecho propio.
Nacido un día como hoy, de 1962, en la Ciudad de México, pero guanajuatense por gusto y origen familiar, Jorge F. Hernández estudió la carrera de Historia, donde contó con el magisterio y la amistad de don Luis González y González, quien supo guiarlo por los caminos de la microhistoria. Ese historiográfico andar derivó en su primer libro: La soledad del silencio. Microhistoria del Santuario de Atotonilco (1991). (Una primera versión, en forma de tesis doctoral, obtuvo en 1987 el Premio Atanasio G. Saravia que otorga Banamex a las mejores investigaciones sobre historia regional.)
Aunque su formación historiográfica lo hacía conducirse bien por los círculos académicos, el talento de Jorge F. Hernández iba más lejos al publicar, por una parte, algunos cuentos en revistas dirigidas a los pasajeros de conocida aerolínea, y por la otra, crónicas y retratos de raigambre historiográfica en suplementos culturales. En ambas, resalta un elemento peculiar de su postrera obra: el desconcierto, sea para pintar las mordaces andanzas de los pasajeros a bordo de un avión, sea para describir los vicios y locuras de una esquizofrénica grey de clionautas. Dichos esfuerzos periodísticos tomaron forma de libro: En las nubes (1997) y Espejo de historias y otros relatos (2000).
Entre una compilación y otra, Jorge F. Hernández demostró también sus cualidades para el ensayo, desde donde rescataría otras historias que merecen contarse: la taurina, con Réquiem taurino (1998), y la literaria, donde preparó un selecto volumen con algunas de las mejores entrevistas realizadas a Carlos Fuentes, bajo el nombre Territorios del tiempo (1999), y con un maravilloso estudio introductorio de su parte. Pero la empresa más grande estaría por venir, cuando en 1999 publica su primera novela, La Emperatriz de Lavapiés, donde cumple una deuda de amor hacia España, país por el que siente un acendrado afecto, cuyo protagonista, Pedro Torres Hinojosa, cumple al final de su vida una travesía allende el Atlántico, hacia un Madrid tan lejos de American Express y tan cerca de su siempre amada Carmen. Y regresaría al redil del ensayo con Signos de admiración (2006), libro donde reuniría algunos retratos de sus filias y fidelidades literarias, que antes tuvieron su foro de expresión en la columna "Agua de azar" que tiene a bien publicar los jueves en el periódico Milenio. Por estos meses, tuvo a bien publicar una segunda novela, Réquiem para un Ángel, donde cumple otra deuda de afecto, pero hacia la Ciudad de México, amada y odiada al unísono; vista desde la mirada cuasi redentora de Ángel Andrade. (Si se me permite el paréntesis, en cierto modo también es deudora de La región más transparente de Fuentes.)
Con todo, Jorge F. Hernández ha sabido salvaguardar todos los momentos de la vida gracias a la literatura, sin dejar de lado su formación como historiador; más bien sabe que la historia tiene prisa por vivir y ello hace posible dicha labor. Paréntesis aparte, es una delicia convivir con un conversador sin igual (que hace poco se destapó como actor gracias a Cabezas, radiodrama producido por Radio Educación, donde interpretó a un Miguel Hidalgo bastante peculiar), que comparte hasta la más recóndita minucia con sus compañeros de mesa, entre becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas y colegas de ambas orillas del charco atlántico. Dicho lo anterior, podría decirse, taurinamente, que siempre acaba por partir plaza.
Bajo el pretexto de celebrar su cumpleaños, queda aquí la invitación para acercarse a una obra narrativa y ensayística que siempre busca atrapar el tiempo. Y aquí me detengo.
(¡¡Enhorabuena, Jorge!!)

sábado, 19 de septiembre de 2009

Beatriz Espejo: la casa de las Palabras

El siglo XX, en las letras mexicanas, nos ha regalado muchas plumas que han destacado por los temas que manejan, el dominio de sus personajes e inclusive, lo peculiar de sus vidas, aunque esto acabe por ser más noticia que su obra misma. Y si nos ceñimos al panorama de las mujeres escritoras, no cabe duda que tenemos para dar y prestar.
Además de los nombres de Rosario Castellanos, Elena Garro, Guadalupe Amor, Amparo Dávila, Enriqueta Ochoa, Luisa Josefina Hernández, Esther Seligson, Beatriz Escalante y demás luminarias, hay una autora específica en quien recae el legado de unas y la herencia de otras. Su nombre: Beatriz Espejo, quien hoy celebra un aniversario más de vida. (Que las instancias culturales digan los años que cumple. Yo me reservo ese derecho.)
Nacida en el puerto de Veracruz, en 1939, y en el seno de una familia de conocida prosapia yucateca, Beatriz Espejo Díaz demostró desde muy temprana edad su pasión por las Letras, por hacer de la vida misma una historia que contar; y no es para menos, dado su interés por rescatar los sucesos familiares en el nombre de la memoria. Dicha pasión fue fortalecida cuando ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM para estudiar la carrera de Letras Hispánicas y donde compartió un tiempo muy interesante con escritores de la talla de Salvador Elizondo, Raymundo Ramos y José Emilio Pacheco, por decir algunos. Sin embargo, su mayor recompensa fue haber sido digna y aventajada discípula de dos leyendas vivas del cuento contemporáneo: Julio Torri, quien dirigió su brújula hacia lares más académicos, y Juan José Arreola, quien convertía en literatura todo aquello que tocaba. (Gracias a don Julio, Beatriz se tomó muy en serio la docencia universitaria; a Arreola, su inusitado ingreso a las letras mexicanas.)
Mediante el cuidado del juglar de Zapotlán, Beatriz publicó su primer libro, La otra hermana, y a partir de allí, desarrolló una sólida trayectoria como narradora, misma que cerró una etapa con la publicación, en 1979, de Muros de azogue, su primera compilación de cuentos, de trasfondo autobiográfico (producto de aquellas historias de familia, claro está), pero vistos de manera fresca por una autora con mucho camino por recorrer. Aunque ejerza sin tregua el oficio de narradora, entre su primer libro y El cantar del pecador (1993), su segunda compilación, hay una distancia de casi ¡¡quince años!! Y no es para menos, dado si ímpetu autocrítico y porque cada grupo de cuentos requiere caminar por cuenta propia. Mientras llega ese momento, Beatriz Espejo dedica sus fuerzas al ejercicio docente y a la escritura de artículos y ensayos para varias revistas tanto académicas como culturales. (En el aspecto ensayístico, es de sobra conocido su Julio Torri, voyerista desencantado, libro de alcances casi biográficos sobre aquel heterodoxo de las letras mexicanas.) Sin embargo, la pluma de Beatriz no tiene llenadera y queda comprobado con Alta costura (1997), Marilyn en la cama y Todo lo hacemos en familia (2000), sendas compilaciones de cuentos y su única novela, respectivamente. De pilón, el Fondo de Cultura Económica, en su afán por conjuntar las obras de los autores mexicanos vivos, reúne todos sus libros en un solo volumen con el parco título de Cuentos reunidos. Mejor homenaje en vida no puede haber.
En algunos sectores se ha dicho que la literatura de Beatriz Espejo no dice nada. Esto es completamente falso. Precisamente, en su estilo a caballo entre lo intimista y anecdótico, Beatriz ha creado un estilo más que propio. A veces roza los linderos del humor negro, presente en algunos cuentos de Muros de azogue, pero también juega con la vida misma en varias escenas de Todo lo hacemos en familia y Alta costura. (Si me permiten el comentario, el cuento que nombra a este libro, es más que un guiño de ojo a sus antecesoras Rosario Castellanos y Amparo Dávila.) Y si lo queremos más claro, las protagonistas de sus cuentos tienen algo más que decir. Entiendo sobremanera que no todas las sensibilidades son iguales, pero negar que Beatriz Espejo forme parte de una galaxia de maravillosas escritoras mexicanas, es darle de pedradas a un espejo. (Literalmente...)
No cabe duda que Beatriz Espejo hizo de la Literatura (su literatura, recalcan Emmanuel Carballo y René Avilés Fabila) su prístina y sincera casa de las Palabras. Con esto, queda más que evidente mi invitación hacia ustedes para acercarse a su obra; seguro más de uno quedará prendido de alguno de sus cuentos. Y para ti, querida Bety, mi más sincera felicitación por celebrar una vida llena de talento indiscutible, que mañana se verá coronada con la entrega de la Medalla de Oro que otorga el Instituto Nacional de Bellas Artes. El mejor premio para un escritor son sus amigos desconocidos, ya lo dijo Octavio Paz, es decir, sus lectores, y ellos, es verdad, ayudan a que esa casa de Palabras se construya mejor. Así sea.

viernes, 18 de septiembre de 2009

México según Nicolás Alvarado

La sola mención de la palabra México de por sí genera escozor a ciertos sectores de la sociedad mexicana, quienes ven, por un lado, una exhaltación de una identidad, y, por el otro, un vergonzoso resbalón. Ambas partes de la historia tienen razón, pero no toda, desde luego. En las letras mexicanas del siglo XX, Samuel Ramos, Jorge Portilla, Octavio Paz y Jorge Ibargüengoitia, por decir algunos, han colocado al mexicano en una caja de Petri y observado -cada quien sus armas, claro- con detenimiento las cosas que lo conforman. (Aún prosiguen las polémicas desatadas, por si querían saberlo.) Sin embargo, el ingreso a este elenco de Nicolás Alvarado, sólo habría de ponerle la cereza al pastel... o la tachuela en el asiento.
Nicolás Alvarado, de sobra conocido por sus participaciones en programas de T.V. como La dichosa palabra, Suave es la noche, Reverso y su segmento cultural en el noticiario matutino de Carlos Loret de Mola, desde antes ya tenía un buen kilometraje acumulado en lo que periodismo radial y escrito se refiere, pero ningún libro publicado. Gracias a los buenos oficios de la editorial Norma, en 2006, sale a la luz su primera obra: Con M de México. (Alvarado confiesa que la idea, como todo en esta vida, no es original: un volumen semejante sobre cocineros publicado en Estados Unidos motivó esa intención, pero la manera de verlo sí que lo es.)
Con el pretexto del conformar un diccionario con las palabras que generan escozor en buena parte de la sociedad mexicana, en Con M de México. Un alfabeto delirante, Alvarado emplea para ello las artes del ensayo y los artificios de la ficción para pintar un retrato aproximado de México. Eso sí, con algo de humor ácido, guiños autobiográficos, poesía de ocasión y hasta lo más selecto de la cultura popular y, claro, también del jet set. Palabras comunes y corrientes como Asalto, Basura, Compromiso, Chilango, Desconfianza, Erotismo, Familia, Gringa, Hueva, Impuestos, Joto, Kilos, Lunes, Llanto, Marcha, Navidad, Ñero, Ortografía, Política, Quimioterapia, Resaca, Salinas, Televisión, Uniformados, Vecino, W.C., X (a secas), Yo y Zempasúchil, pasan por la pluma de Alvarado y se convierten en ensayos cuasi sociológicos, crónicas desatadas del nuestra nice people de petatiux, enconadas diatribas, poesìa de ocasión y hasta un aforismo totalmente mexicano, como el caso de "Con H de Hueva", que me permito citar de forma íntegra: "Ps... hueva, ¿no?". (Ya ni Monterroso...)
También cabe notar la presencia de un alter ego del autor, Federico Cortés, quien protagoniza a la perfección las situaciones recurrentes del mexicano: las manifestaciones que desquician a una ciudad de por sí desatada, el engorroso acto de pagar los impuestos (para no pagar consecuencias), la diezmada ortografía empleada en los e-mails, los mil y un demonios de la cruda, y hasta el asalto nuestro de cada día. Quien lea cualquiera de los textos dedicados a ello, no evitará identificarse. (Para bien, para mal.)
En innumerables ocasiones, Nicolás Alvarado he declarado que las palabras son el mejor juguete que se pueda tener. En Con M de México, mientras deshace (o lo intenta, según reconoce) algunos mitos del mexicano, ante todo está jugando con el lenguaje. Y entre ese esquizofrénico juego, siempre hay verdades como puños que no se escapan. Y qué decir de su lectura: más de uno se verá retratado, aunque eso -¡auch!- nos duela en el orgullo. En una palabra, un libro que no debemos pasar desapercibido. Si al terminar su lectura, se decide compartirlo, ficharlo o, de plano, mandarlo al bote de la basura, ésa ya es decisión del lector. (Ni modo: o lo amas o lo odias.) No cabe duda que, con este libro, Nicolás Alvarado entró con el pie derecho a las ligas mayores de la literatura mexicana del incipiente siglo XXI.
Cierro estas líneas con una anécdota de Pablo Neruda. Éste, en alguna ocasión, le dijo a un joven Antonio Skármeta una opinión lapidaria sobre su primer libro, El entusiasmo: "Todos los primeros libros de autores jóvenes son buenos. Mejor esperemos el segundo". Y esto viene a cuento porque ya tiene rato que Nicolás Alvarado publicó La ley de Lavoisier, su segunda incursión editorial. Mientras llega el momento de hablar sobre esta obra, queda mi recomendación para acercarse a Con M de México. Puedo asegurarles, queridos lectores, si no una lectura nueva, al menos un motivo para entretenerse por un rato. Sí que sí.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Arno Burkholder: contra la historia (oficial)

Mientras reacomodo las cosas de la Nueva República de Babel, luego de una larga ausencia, me desayuno con una buena noticia: Arno Burkholder, historiador combativo y motivador de gratas controversias y apasionados desaguisados en red (y en persona), celebra hoy su cumpleaños. Y no es para menos, dada la enorme fama que tiene allende la súper carretera de las Informaciones.
Arno Burkholder de la Rosa, de formación comunicólogo, capitalino para más señas y caballero andante del Instituto Mora, llegó a los parajes de la historiografía mexicana contemporánea con una sola finalidad: deshacer mitos y demostrar otra cara de la Historia mexicana. Mientras destaza pieza por pieza el guango andamiaje de las obras de Francisco Martín Moreno, celebra los milagros de las letras mexicanas con poemas de escritores como Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Eduardo Lizalde, entre otros. Cuando su mirada cáustica revisa los cacareados festejos bicentenarios, pondera las virtudes de un programa peculiar como Ludens de Canal 22. Y así, hasta tener un espectro bien delimitado de las cosas que sólo pueden verse a través de Clionáutica, el blog que tiene a bien dirigir desde hace buen rato.
Aunque muchos no dejan de sentir las agresiones de Burkholder en el bolsillo, digno es reconocer su mirada crítica hacia el modo de ver la Historia; claro está que la historia oficial no es diosa de su devoción, pero aún demuestra que hasta en toda la basura hecha por sectores público y privado, dedicados a su difusión, siempre hay una perla de mayor atención. Además, varios de sus lectores (presentes, pretéritos y futuros) esperamos con ansiedad su historia del legendario periódico Excélsior, hoy en día avasallado por el imperio de Vázquez Raña. (La Prensa, diario sui generis de nota roja, fue la primera víctima de aquel imperio. Ganó difusión, pero perdió su estilo. Cuestión de enfoques.)
En fin, me faltan palabras para ponderar en su justa dimensión el trabajo de Arno Burkholder en Clionáutica. Simplemente me limitaré a recomendar su oportuna visita a la página (http://clionautica.blogspot.com/) y participar con él en toda polémica que se presente.
Admirado Arno, te mando un fuerte abrazo y mis mejores deseos. ¡¡Felicidades!!

viernes, 4 de septiembre de 2009

La vuelta al Metro en 40 años

Desde hace tiempo, no he dejado de pensar ni de usar una frase muy simpática que un colega mío (book dealer, para más señas) dijo en una ponencia durante los festejos del Día Internacional del Libro: la modernidad se hizo en patines ...de acero. Esto se logró, primero, en la segunda mitad del siglo XIX, con la instrumentación del ferrocarril, y luego, a principios de los años 20, con los tranvías eléctricos. Ya entrados los años sesenta (aunque la idea original ya tenía una década dando lata a las administraciones en curso), México incursionó en un territorio de sobra conocido en las grandes urbes: el uso de un nuevo medio de transporte urbano, de características subterráneas, denominado Sistema de Transporte Colectivo, es decir, el Metro.
Con varios años de trabajo previo, donde se usaron las llamadas cajas de Florencia, mismas que conforman la estructura interna de andenes y pasajes, un día como hoy de 1969, el Metro inició una larga trayectoria, que comenzó en la Línea 1, con pocas estaciones y que en lo sucesivo amplió sus horizontes hasta los extraños parajes de Pantitlán. Luego le siguieron varias líneas que acabaron por unir el agreste Oriente con el idílico Occidente, y el incierto Norte con el acomodaticio Sur, así sucesivamente, hasta hacer circo o una ensalada urbana. (Ahora que el olor de los Centenarios está a la vuelta de la esquina, viene la Línea 12, con su doradito color...)
El Metro, a diferencia de los demás medios de transporte público, conserva la vitalidad del primer viaje. (Lo único que ha cambiado es el precio del boleto: del democrático peso de los sesenta a los devaluados dos tepalcates de hoy.) Cada línea, de las once existentes, ha tomado su propia vida. La línea 2, une a la comunidad chichimeca con los posmodernos, porque a mitad del camino se halla el Zócalo, donde todos los gatos son pardos a cualquier hora del día. Y qué decir de la estación Hidalgo; si Dante Alighieri hubiera vivido en México, no me cabe la menor duda de que la clasificaría como uno de los círculos del Infierno. (¡¡Y hasta le quedaba corta la definición!!) Pero esta línea tiene el consuelo idílico de la estación Bellas Artes.
Otro tramo que merece igual atención es la Línea 3, donde sí se notan las diferencias entre el Norte y el Sur. Como se trata de la línea que lleva a buena parte del estudiantado en la capital (la terminal sur es Universidad), no es gratuito hallar a varios tipos de escolares, como los excéntricos de Humanidades, los soñadores de Medicina, los aferrados de Derecho, y demás fauna unamita que se acumule en la semana. También cabe decir que es la línea de la esperanza, dado que muchas personas tanto en edad laborable como otro tipo de escolares la usan con frecuencia. Para los primeros, su escala íntima se halla en Centro Médico, para los segundos, en Balderas. (Está de más decir porque se denomina "de la esperanza".) Y como la 2, también "comparte" aquella sucursal del Averno ya mencionada líneas arriba. Pero hay otras líneas en el sistema que también cuentan con su propia vida: la 5, la 6 y la 7, muy socorridas cuando las vacaciones se acercan ya; la 8, la 9 y la B, que unen a la infame ciudad con el barrio querido, y la 4, cuya pasividad nos regala una ciudad detenida, una que nos parece irreal.
Este post no intenta convertirse en una efeméride más ni tampoco en contraria diatriba; más bien se trata de una descripción muy parca sobre un medio de transporte que ha resistido de todo, hasta terremotos, suicidios en horas pico y hordas nómadas de vendedores ambulantes que te venden hasta lo que no quieres, ya sea chucherías de ocasión, compilaciones musicales de factura bucanera, revistas dedicadas al arte del ocio, entre otras cosas. Como se trata de un medio colectivo, muchas historias tienen lugar allí. Es más, me atrevería a decir que el Metro es una suerte de ciudad subterránea donde todo está permitido, pero, eso sí, nada es para tanto. (Y que me perdone Óscar de la Borbolla.) Ustedes pongan la idea, y el Metro les dará la respuesta.
Varias de sus virtudes y sus defectos ya han sido descritos por una serie de artistas a lo largo de sus ya cumplidos cuarenta años; desde poetas del calibre de Chava Flores y Rockdrigo González hasta variopintas y surrealistas agrupaciones como Café Tacuba y Los Estrambóticos, hay historias que siguen gestándose en cada uno de los nueve vagones anaranjados. Y en literatura, ¡¡claro!!, no cantamos mal las rancheras ni los boleros. Por ejemplo, Óscar de la Borbolla nos cuenta sus andanzas con "La madre del metro", mientras Marco Aurelio Carballo en "Una triste figura" se topa en Hidalgo a otro más Ingenioso, y qué decir de René Avilés Fabila, cuya fantasía en carrusel se sube en Bellas Artes para luego bajarse en una estación ¡¡del subway en Nueva York!! Pero quienes han sabido sacarle todo el jugo al Metro son, sin temor a decirlo, Fernando Curiel, que acuñó la escritura automática mexicana en Tren subterráneo, y Beatriz Zalce, cuyas estampas metropolitanas (leáse dentro del Metro) son el más fiel retrato de una sociedad urbana, que ama y odia al mismo tiempo a la Ciudad de México.
En fin... el Metro tiene muchas cosas por decir y sus pasajeros también. Ahora que se cumplen cuarenta años de vueltas ininterrumpidas (y una tentativa no tan halagüeña de aumentarle un peso a su tarifa ya entrado el 2010), hago extensa la invitación a ustedes para que piensen un poco y nos cuenten su historia del y con el Metro. Cada quien tiene mucho qué decir, y que a un servidor se le escapa no por falta de memoria, sino por exceso de tiempo, como todo allá afuera.
(¡¡Tururú...!!)

lunes, 31 de agosto de 2009

Mis "blogonautas" del 2009

Cada 31 de agosto se lleva a cabo el Día Internacional del Blog, como una manera de homenajear a este singular espacio en la red, y para participar en tan peculiar celebración, cada bloguero debe recomendar cinco espacios de su predilección y con distinta temática, para así motivar el intercambio de informaciones.
Hace un año, Nueva República de Babel plasmó aquí su listado personal, del cual cabe decir que ha variado un poco; a lo largo de 365 días, mientras algunas de las bitácoras ya recomendadas seguían su vida, otras llegaban a su fin (por respeto, me reservo los nombres); sin embargo, otras intenciones e invenciones hicieron escala en estos lares y se han ganado, además de su preferencia, el privilegio de viajar juntos en estas empresas y tribulaciones. A continuación, procedo a enlistar los cinco sitios que me corresponde. (Seguramente más de uno advertirá alguna presencia conocida, pero así son las listas. Mea culpa.)
  1. Julia Cuéllar (http://juliacuellar.blogspot.com/): Por segundo año consecutivo en esta lista, Julia Cuéllar sigue navegando en la blogósfera. Sigue contando el paso del tiempo mediante sus lecturas (y las perlas de sabiduría que en éstas encuentra), sus viajes, sus expectativas, pero sobre todo, para saber que el siguiente día nos depara nuevas y gratificantes sorpresas. La persistencia en la palabra ha escrito lo mejor de sus páginas. Ojalá que siga en ese sincero empeño.
  2. Caxtlatlapan (http://flordecolores.blogspot.com/): La juventud se impone, reza el lugar común. En el caso de Ana Rovelo, queda que ni mandado a hacer. A diferencia de otros blogs dedicados a la poesía, Ana nos comparte un quehacer muy grato: la escritura. Mientras busca las palabras indicadas para ceñir una imagen, un sentimiento, luego de publicar un post con la obra nueva, permite la voz de sus lectores. La crítica, como sabemos, es el pan de cada día para quienes ejercemos la libertad bajo palabra del blog, y ella sabe cuándo atenderla. Aún así, Ana Rovelo se encuentra en las próximas luminarias de la poesía contemporánea del siglo XXI. Ojalá y nos siga regalando (ésa es la palabra) muestras de una poesía única. Para ella, y sus prístinas creaciones, ¡¡mil gracias!!
  3. Eleutheria (http://la-ciudad-de-eleutheria.blogspot.com/): Este peculiar blog, también llamado La polis del ciudadano libre, es el resultado de una enorme pluralidad de intereses de una colega mía, Eleutheria Lecona, quien lo mismo habla de política (donde disiento) que de ciencia y cultura, campos donde se mueve muy bien, sin perder del todo esa mirada crítica que la distingue. Ningún tema le es ajeno, siempre sabe convencer y convertir, incluso compartir, las cosas que forman el ordenado engranaje del mundo. La ciencia (no olvidemos la formación matemática de Eleutheria), la filosofía y las bellas artes conviven plácidamente con la política en este lugar abierto para quienes deseen visitarlo. Ésa es la característica elemental de este sitio. Nuevamente lo expreso: es un placer entrar y salir de allí con la misma curiosidad, pero también con la conciencia de ignorar un poquito menos. En pocas palabras, una maravilla.
  4. Mariposa Tecknicolor (http://yomariposatecknicolor.blogspot.com/): Nacido bajo el amparo de Nueva República de Babel, una histérica histórica, Mariposa Tecknicolor, toma por asalto la blogósfera y nos cuenta su vida. Mientras decide el rumbo postrero de sus sueños y sus acciones, Mariposa nos habla de moda, música, además de motivarnos a la reflección continua, porque siempre hay cosas que nos mueven el tapete y digno es cambiar o reafirmar el rumbo. Como en las bitácoras anteriores, describe el mundo que le rodea, pero también juega con nosotros a través del recuerdo, que lo mismo va del cine a la literatura y, claro está, la Historia. (Un elemento peculiar que está en vías de volverse todo un clásico es su Juramento de Autoestima, mismo que se publica a principios del mes que transcurre.) Hay otras cosas muy importantes que se me escapan de este blog, pero la última palabra la tienen los lectores. No dudo en recomendarlo.
  5. Palabras más, palabras menos (http://fonema.wordpress.com/): Secuela natural de La aguja que lleva el hilo, nuestra amiga de siempre, María Luna, sigue contándonos su vida, entre amores y desamores, viajes sedentarios y lecturas a diestra y siniestra sobre el mundo, bajo el milagroso designio de la palabra, sea para confirmar, sea para cambiar sus cartas de navegación. (Hace poco tiempo, regresó de Australia y en su bitácora en red plasmó esa experiencia inolvidable.) Es inevitable leer sus andanzas y maestranzas, donde coincidir suele ser la moneda de cambio. De lo que sí estoy seguro es que tendremos María Luna para un buen rato. Sí que sí.

Por este año, he cumplido con mi cuota para el Blog Day. Comparto con las creadoras arriba mencionadas el gusto por la vida, por sentirme parte del mundo ya sea por lo que leemos, escuchamos y/o sencillamente, vivimos. Navegaremos en el tiempo recobrado gracias a la escritura en red, siempre a la espera de tocar nuevos puertos donde hacer una escala íntima y, para ello, aún nos queda un largo y gratificante viaje. A ellas y a todos ustedes, lectores presentes, pretéritos y futuros, ¡¡mil gracias!!

martes, 25 de agosto de 2009

Carta gaviera para Álvaro Mutis

Admirado Álvaro:
Hace tanto tiempo que deseaba externarle mi más profunda admiración, pero preferí hacerlo luego de haber leído las siete novelas que conforman las Empresas y tribulaciones de Maqroll el gaviero. Y heme aquí, finalmente, aplicado en ello.
Comenzaré por el principio. Supe de su obra en mis primeros años de la carrera de Letras Hispánicas en la universidad, cuando descubrí que la tesis de licenciatura de una de mis maestras, Rocío Montiel, estaba dedicada a usted. Sí, se trataba de un estudio sobre su obra poética, que llegaba (hasta ese momento) a la primera Summa de Maqroll el gaviero que publicó Seix Barral. De inmediato me puse a buscar libros suyos. Primero encontré varios poemas en la revista Vuelta, de los que quedé prendido desde la primera línea. Luego pedí prestados en la biblioteca Los emisarios y La muerte del estratega. Además de maravillarme por una inusitada forma de ver la Historia, gracias a la poesía, allí me estaba esperando (si es que la Poesía espera a alguién) un poema que hoy en día es mi escudo de armas: la "Razón del extraviado". (Para un habitante de las periferias de la ciudad de México, estaba que ni mandado a hacer. Y si le suma el hecho de llamarme Ulises, ya usted se imaginará el resto.) Sobre La muerte del estratega, ¿qué le puedo decir? El relato homónimo es una prueba de su interés por la historia, pero a mi parecer está en su mejor elemento con "El último rostro", donde cuenta los últimos momentos de Simón Bolívar. (Según veo, se trata de un fragmento, dado que no amplió más esa idea; lo bueno es que se la regaló a su gran amigo Gabriel García Márquez.) Y de La mansión de Araucaima, bueno... me digné una tarde a leerla y a las primeras diez páginas, la dejé. Algún día tendrá una nueva oportunidad.
Gracias a mi primer pago como corrector de estilo, pude comprar, además de La muerte del estratega, una nueva edición de la Summa de Maqroll el gaviero, ambas bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. Como ya había leído el primero, resolví hacer lo propio con el segundo. Me reencontré con los poemas de Los emisarios, pero también me sumergí por los ambientes de Los trabajos perdidos, Los elementos del desastre, Caravansary, entre otras. De la misma forma que su "Razón del extraviado" había hecho mella en mí, otro poema suyo, "Pienso a veces...", se había convertido en una razón más para seguir leyendo su obra.
A finales de 2001, como quienes celebran un triunfo deportivo, lancé mis campanas al vuelo cuando usted fue galardonado con el Premio Cervantes. (Para un escritor de su talla, este tipo de premios son un regalo del azar, tal y como siempre lo aseguraba Octavio Paz, quien lo instó a permanecer en el camino de las letras cuando usted pasaba por tiempos difíciles. La motivación de un poeta mayor y la completa confianza de aquel taxista mexicano al decirle que "en México se arregla todo", fueron sus mejores tablas de salvación.)
En enero de 2002, mi madre me regaló la edición conjunta de las Empresas y tribulaciones de Maqroll el gaviero, que comencé a leer unos meses más tarde, en las vacaciones de verano, y a partir de allí, me hice el hábito de tomar una novela cada verano. En aquel año fue La nieve del Almirante, donde reconocí de inmediato algunos ambientes de Caravansary. No fue sino al siguiente verano cuando mis impresiones sobre Maqroll el gaviero se tornaron otras muy distintas, y eso gracias a Ilona llega con la lluvia. (Le confieso algo ruborizado que lloré con Maqroll cuando murió Ilona; cualquiera en su lugar se habría sentido igual.) En Un bel morir, ya sabía como era el proceder del Gaviero, hasta que llegó la cuarta novela de la serie: La última escala del tramp steamer. Aquí me sucedió algo muy extraño. Por quien sabe qué razones, olvidé llevarme mi edición de las Empresas y tribulaciones... y como no quería perder el hilo de mis lecturas, compré una edición económica de la novela y la leí de un tirón. Otra vez las lágrimas de mi parte, esta vez porque dos destinos se daban al unísono. (Desde aquel momento, resolví regalar esa novela a varias de mis amigas muy queridas.)
En verano muy desconcertante, Amirbar fue mi tabla de salvación; al siguiente, Abdul Bashur, soñador de navíos me cambió la perspectiva. Al final de su lectura, ahora comprendía por completo la presencia de ese libanés singular en la vida del Gaviero: mientras Abdul soñaba con el barco ideal, signo de las cosas buenas por venir, Maqroll seguía su difícil paso por el mundo, siempre con la conciencia de que no hay más por hacer. Pero todas mis anteriores lecturas no tendrían sentido sin mencionar el Tríptico de mar y tierra. (Comprendo, Álvaro, que usted se encarga de contar las cosas que le pasan al Gaviero, pero en las tres partes de este libro, encuentro algo de Mutis en esas historias.) Mientras "Cita en Bergen" es el corolario de una vida sin tregua y su "Razón verídica de los encuentros y complicidades de Maqroll el gaviero con el pintor Alejandro Obregón" las andanzas de dos marginales por los senderos de la vida, "Jamil" es prácticamente el momento donde Maqroll hace las paces con la vida cuando se le aparece un niño como Jamil, hijo de su amigo Abdul Bashur. Sobra decirle que Jamil es el un niño ideal que deseamos encontrarnos en la vida, porque sabe tomar las cosas de acuerdo al paso de las cosas. Y sí, podrá usted imaginarlo, lloré cuando ambos personajes se despiden para vivir por separado su parte del camino.
Al leer estas líneas, no le estaré contando nada que usted no conozca; simplemente son las impresiones de un franco y dedicado lector que ha pasado casi una década viviendo en su obra. Quienes lo conocen con todas las letras, además de celebrar un talento desmedido, seguro también admiran sus grandes dotes como gran conversador. Si me permite decirlo, algún día quisiera conocerlo en persona para conversar sobre su vida, su obra, o si se puede, ambas cosas. (Al momento de escribirle esta carta, usted estará cumpliendo 86 años, y aún así no deja de suscitar el nacimiento tanto de nuevos y dedicados lectores, como también de enconadas polémicas.)
Querido Álvaro, no tengo más que decirle. Sólo diré que siempre es un privilegio leer su obra y debe saber que un autor como usted rebasará toda frontera en el tiempo. Algún día, habré de expresarle de viva voz estas palabras.
Muchas gracias por su poesía, por sus novelas, por sus palabras, por ese infatigable Gaviero.
Sinceramente,
U. V.

viernes, 21 de agosto de 2009

Un paraíso en la "Condechi"

En el tiempo que llevo visitando librerías, he descubierto que cada una tiene su toque de distinción que las hace únicas, primeras en algo. Y no es para menos, porque cada visita debe ser una nueva experiencia. Aunque en mis primeros años, visitar una de las librerías del "pacificador hindú", era como sentirse Indiana Jones pero en su versión librera, y hacer escala en las del sótano se debía a una emergencia escolar, donde mejor me siento es en las Librerías del Fondo. Primero como cazalibros, luego como lector de postín y ahora como un irredento adicto a las Ventas nocturnas.
Sin embargo, no se vive el mismo ambiente en todas sus sucursales. Si en la "Octavio Paz" es inevitable encontrarse con determinado escritor, en la "Cosío Villegas" y la "Juan José Arreola" simplemente predominan el tedio y la demasía de novedades. Pero esto no se vive en la "Rosario Castellanos" ni por descuido. Mejor me explico.
Inaugurada hace ya tres años, en plena colonia Condesa, esta sucursal del Fondo es una versión mejorada de las demás (sin disminuir el valor de las otras, claro está), porque allí es donde se pueden ver en toda su magnitud todas las colecciones en las que se divide la producción editorial del FCE; así también otras casas editoras que presentan sus novedades, clásicos y algunas sorpresas, esperando a su lector ideal. Además, este lugar tiene varias ventajas: dos salas de lectura donde los visitantes pueden revisar a gusto los libros a comprar: nada como una rápida hojeada para decidir su segura compra, una posible opción para la siguiente visita o dejar el ejemplar en cuestión para otra persona interesada. (Cabe decir que esto se realiza en toda librería que se respete, pero la ventaja de leerlos en la comodidad de un sillón y con algo de tiempo a favor, es ya un plus.)
Para quienes viven a plenitud su cinefilia, esta librería del Fondo cuenta con un cine de arte para su completo deleite. (Antes de su remodelación, el edificio albergó por muchos años al cine Bella Época, antes Lido. Gracias al expansionismo cultural de la casa editora, ese edificio se salvó del olvido y de la triste nómina de antiguos cines dados al traste.) Después de la función, nada como pasar un buen rato en la cafetería. Y si le sumamos una galería temporal de arte, ¡¡qué mejor!! El tiempo de permanencia va por cortesía del visitante.
Hace unos meses, cuando se me canceló un encuentro con un colega escritor, no tuve otro remedio que hacer escala en la Condesa y leer un rato antes de regresar a casita. Por fortuna, dicha estancia no fue del todo mala, dado que me sirvió para encontrar un libro muy raro de aquel autor a quien había quedado de ver. (A la semana siguiente, éste quedó estupefacto al ver ese hallazgo bibliográfico. No en vano me llamó el caza-libros.) Todo lo contrario a esto, me ocurrió la semana pasada. Otro autor, a quien había contactado por e-mail, había quedado con quien esto escribe encontrarnos allí. Desafortunadamente, una tromba en Reforma, un compromiso contraído con antelación y una casa tomada por las cámaras de televisión, impidió que se llevara a efecto el encuentro. (Lo dejamos para dentro de dos semanas.)
Mientras esperaba, muy sencillo, tomé algunos libros de la mesa de novedades y me puse a leerlos. (Me pasé por las armas La palabra sobrevive y La rueda de la fortuna, libros de poesía de Carlos Fuentes Lemus y Helena Paz Garro, respectivamente.) En una segunda ronda, regresé de la paquetería con varias hojas para escribir y hasta logré darle forma a varias ideas para un artículo. Ya en la tercera, me dediqué a deambular por el lugar y pude ver a algunos escritores como Federico Campbell, quien disfrutaba del café y la lectura en la cafetería, a Francisco Hernández revisando varios diccionarios, e incluso a José Gordon echándose un sueñito en una de las salas. Como en el súper, no podía faltar la música ambiental. Si llegabas por las mañanas, era el jazz; a mediodía, bossa nova, y un poco más tarde, una nutrida selección de música francesa: desde Edith Piaf hasta Stéphanie de Mónaco.
Para serme franco, es en la "Rosario Castellanos" donde mejor me siento, sea como lector impenitente, sea como creador en ascenso. Viene siendo una suerte de paraíso librario, donde las sorpresas están a la orden del día. Desde la Venta nocturna del año pasado, me volví un asiduo visitante, y este año no será la excepción. No cabe duda que paraísos así, deben aprovecharse. Si alguno de ustedes se digna a visitarla, no se arrepentirán. Seguro que sí.

viernes, 14 de agosto de 2009

El (casi) laboratorio de Gerardo Deniz

La Poesía, como sabemos, es el más misterioso de los senderos de la palabra, dado que allí se encuentran todas las cosas. Solamente las cosas existen mientras el poeta se anima a decirlas. Desde tiempos inmemoriales, la Poesía ha construido caminos, pero también derrumbrado imperios. Sin embargo, cuando el poeta asume su condición y además de intentar, resuelve inventar, no cabe duda que estamos frente a un milagro de la naturaleza. (En esta clasificación, bien podrían entrar algunos de los autores más iconoclastas, que hoy en día son los paradigmas del poeta en ciernes.) Pero si el poeta mencionado resultara ser, ni más ni menos, Gerardo Deniz ¿cómo reaccionaríamos?
Un 14 de agosto de 1934, nace en Madrid, España, la persona detrás de Gerardo Deniz: Juan Almela Castell, hijo y cuasi homónimo de Juan Almela Meliá, uno de los fundadores del socialismo español. La historia de los Almela Castell es casi parecida a la de cualquier familia española avecindada en México después de la Guerra Civil, a no ser por una breve escala en Suiza, donde el padre realizó labores en pro de la II República. A partir de 1942, se asentaron definitivamente en México. Tiempo después, mientras el padre trabajaba en mundo editorial, un joven Juan Almela entró a la Facultad de Química, de donde salió maravillado por el mundo de las fórmulas, los procedimientos y las mezclas. Y aprovechando la formación cultural que tuvo en casa, ambas cosas le sirvieron de mucho cuando ingresó al mundo de las editoriales; más en concreto, el Fondo de Cultura Económica, ni más ni menos. El joven Almela conoció un mundo al que habría más tarde de criticar con todas las letras, aplicando el mismo cartabón: la erudición excesiva. De aquella experiencia, agarró el gusto por dos cosas: los idiomas y el inverosímil Diccionario de Tolhausen.
Luego de su salida del FCE, Almela prosiguió su labor editorial ahora como traductor de libros de química, literatura ¡¡y lingüística!! (Paréntesis aparte: Un libro básico en la carrera de Letras Hispánicas, Los nuevos caminos de la lingüística de Bertil Malmberg, fue traducido por Almela. Vivir para ver. Ver para creer.) En 1970, Almela creó al personaje que habría de sacarle canas verdes a los lectores de poesía en México; fusionando el nombre propio del poeta Gerardo Diego (que, por cierto, vivió en su primera casa, en Madrid) y la palabra turca para "mar", deniz, dio como resultado un nombre anaboleno y trapisondista: Gerardo Deniz. Precisamente, ese mismo año marca la publicación de Adrede, su primer libro de poemas, con un bagaje más que heterodoxo. Desde la química de su juventud, pasando por su admiración hacia Julio Verne, hasta llegar a las maravillas del Tolhausen, la poesía (por tanto, la vida) fue otra, vista desde la óptica de Deniz. Su Adrede, debido a su peculiar naturaleza, pasó desapercibido en el mundo de las letras mexicanas, a excepción de Octavio Paz, quien supo ver en esa heterodoxa poética una renovación de la palabra, que rinde pleitesía hacia la obra de Saint-John Perse e, incluso, a la Luis de Góngora. A Deniz este espaldarazo poético le venía sin cui. (Sólo José Carlos Becerra, quien recibió una carta semejante de Paz -¡¡y con la misma fecha!!-, supo atender a sus palabras.)
Mientras Juan Almela seguía traduciendo libros de texto, Gerardo Deniz fraguó otro libro: Gatuperio (1978), donde su pasión por Verne y el Tolhausen seguía dando frutos; una sección emblemática del libro lo comprueba: "20 000 lugares bajo las madres". Y, claro, cuando apareció Enroque (1986), Deniz seguía sin parar. Para cuando la SEP publicó una antología de su obra, Mansalva, un año después, entraba en escena otra particularidad de la obra deniciana: las prosas pertinentes, algo así como las "explicaciones" sobre determinado poema. Creo saber que los seguidores de la poesía de Deniz, aunque no sean legión, no cabe duda que encontraron su mundo con estas obras. Con todo y esto, Gerardo Deniz recibió el Premio Villaurrutia en 1991 por Amor y Oxidente. También esto lo tenía sin cui.
Bien sé que la mayoría de los lectores se estarán dando de vueltas por saber cómo es una obra del dichoso Deniz (a quien su traductora al inglés casi confundía con una tal Denisse, peligros de la traducción). Prometo no defraudarlos. Sólo unas últimas palabras más. Como lo he dicho en repetidas ocasiones, la invitación para leerlo está en la mesa. Si se interesan por su obra narrativa, ahí están Alebrijes y Carnesponendas; por sus artículos y memorias, Paños menores es una excelente opción, pero como su poesía aún genera mucha batalla, el grueso volumen de nombre Erdera, publicado por el FCE hace algunos años y que reúne toda su poesía, está que ni mandado a hacer. En una palabra, Gerardo Deniz nunca dejó de lado la química, sólo que su (casi) laboratorio se encuentra ahora entre los diccionarios, las traducciones, los juegos de palabras y, sobre todo, la autocomplacencia creativa. Y como las recomendaciones están de a peso, Conaculta y Tierra Adentro publicó Deniz a mansalva, un volumen de ensayos para acercarse más a su mundo. (Ahora sí, va el poema y aquí me callo.)


Vehículo


Polvo. Detrás de la cortina, entre los equipajes,
tosió un Niño de diez años:
-Qué tos más desgarradora e incoercible- comentó
acto seguido con voz argentina.

Remotos aún los pinchos ya candentes de la ciudad.
Declaró el maestro:
-No dudo de que este Niño, elapsando el tiempo preciso
para su formación,
alcance la soñada eminencia.
Tendiendo los brazos a la cortina:
-Verás, Niño, cómo merced a un sincero afán
de formalización, usando kets y bras, los teoremas
fundamentales de la mecánica cuántica-

Los ocupantes de la carretera se fueron animando;
renacía la conversación, alicaída por horas.
Cada quien fue exponiendo con llaneza su punto de
vista. El occidente más cerca siempre.
Con la mandíbula descolgada hacia un lado,
el Niño asomó la cabeza para escuchar (cf. 'enseñar
deleitando').
Los últimos compases se perdieron entre el fragor de
las ruedas sobre la calle del Empedradillo.

-Toda ventana encendida sugiere una dicha. Un hogar
apacible y una familia numerosa, de ojos redondos,
sin blanco casi, mirándose unos a otros en silencio,
sentados en camisón malva a la mesa.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Radio Educación: trinchera sin fin

Gracias al certero comentario de mi querida Eleftheria (es la grafía griega, no lo puedo evitar), regreso la mirada hacia una estación de radio que, literalmente, marcó mi vida. Me refiero a Radio Educación, que vive desde hace tiempo una larga perestroika, la cual, por un lado, sorprende, y por el otro, espanta. Sin embargo, no es para menos que le dedique algunas líneas de mi parte. (Es más, querida Eleftheria, me las debo.)
¿Qué puedo decir sobre Radio Educación? Si me inclino a decir que nació gracias a los buenos deseos de aquel caudillo ateneísta llamado José Vasconcelos, en la década de los 20's y que los vientos de cambio del '68 la reanimaron un poco, para luego dormir un sueño menos largo pero injusto al fin, estaré pecando de obviedad. Así es. Sin embargo, aprovecho este breviario cultural para hablar de una estación que no cede a los peligros de la comercialización (aunque, en fechas recientes, una avalancha de spots la doblega un poco) y que se ha mantenido firme desde hace tiempo. Radio Educación ha sido el puntal de muchas producciones que se han mantenido al aire por largo tiempo, como aquella heroica emisión de nombre Voz pública, conducida por el siempre presente Francisco Huerta, a quien muchos suplen, mas no sustituyen. Una emisión como Voz pública tenía el deber de darle la palabra al ciudadano para hacer presente su voz, sin cortapisas de ningún tipo, y que finalmente cumple con tener la información de primera mano. (Le recuerdo al lector que aunque Nueva República de Babel no es un blog político, digno es reconocer la benmérita labor que Paco Huerta tuvo hacia sus radioescuchas y debe saber que sus enseñanzas, como el Cid Campeador, seguirán ganando batallas después de todo.) En el rubro de la creación de una conciencia cívica, también debemos destacar Del campo a la ciudad, emisión que ha resistido tanto cambios de administración como enconados intentos de censura. Celebro sobremanera sus trabajos de difusión de las culturas indígenas, cosa nada fácil, ni siquiera por las instituciones oficiales. Seguro habrá más de un lector resuelto a corregirme y hasta con ganas de polemizar duro y macizo. Muy bien. Por ahora, sólo me apresto a reconocer la importancia de esas emisiones, y de otras como Relieves y El fin justifica los medios, que merecerían menciones aparte y un poco más de profundización. Pero aquí me quedo.
Por el lado de la cultura, Radio Educación se ha preocupado por llevar a sus radioescuchas emisiones de impecable factura, como las dirigidas al público infantil; tal es el caso de De puntitas, conducida muy amenamente por el inolvidable Emilio Ebergenyi, cuyo estilo desenfadado y bastante creativo complacía hasta el niño más exigente. Ah, y qué decir de Batido y espumoso, programa conducido por Eugenio Sánchez Aldana, que además de difundir la música infantil de sobra conocida por esos lares hertzianos, como los Hermanos Rincón, ¡Qué Payasos! y el propio Cri-Cri, también la alternaba con algo de música popular, es decir, producida en el Interior de la República. Claro que esas emisiones no estarían completas sin la presencia de un clásico entre los clásicos: Cachivaches, donde el humor y la creación de una buena conciencia convivían sin problema alguno; más de un radioescucha me dará la razón en ello. Sin embargo, aquel programa sería el primero en ser sacrificado por las nuevas administraciones. (Aún lamentamos su pérdida.)
La ingente labor de Radio Educación al ser un importante puntal en lo que a producción de radio se refiere, se halla en la magistral factura de sus radionovelas, las cuales no le pedían ni el saludo a las hechas por cierta estación. La importancia de éstas radica en retomar obras de la literatura universal, hacerlas accesibles para el público en general y, de refilón, acercar a más personas al placer de la lectura. Recuerdo La tía Julia y el escribidor, Los de abajo, El perfume, La casa que arde de noche, El tamaño del infierno, en fín... hay muchas que merecen estar aquí. (Mención aparte merece El terror sea con vosotros, un radiodrama que merecería una tesis de doctorado, por llevar el terror y el suspenso a sus máximas expresiones.) Y qué decir de programas como En los andamios de la creación, Gramática inolvidable, Mi otro yo, Los contertulios y Puedo escribir, conducidos por escritores como Héctor Azar, Beatriz Escalante, Froylán López Narváez, Willy de Winter y Pablo Boullosa, respectivamente, que hacen posible que cualquier hijo de vecino conozca a los creadores de la vida actual, corrijan su ortografía, juguen con el lenguaje o simple y sencillamente se pongan a escribir. Difícil empresa, más no imposible.
De su programación musical, que a pesar del campechaneo entre música comercial con la clásica y de otras latitudes, sigue siendo de muy buena calidad, solamente que con la proliferación de programas sin ton ni son se ha restringido un poco hacia horarios castigados, es decir, entre la medianoche y las 7 a.m. Y como toda estación que se respete, no pueden faltar sus locutores emblemáticos: Maricarmen García, Gabriela Sosa Martínez, Pepe González Márquez, Andrea Fernández, María Eugenia Pulido, Sergio Alberto Bustos, Eugenio Sánchez Aldana, Hilda Saray, y, claro, el inolvidable Emilio Ebergenyi, a quien seguimos extrañando.
La verdad, no sé cómo esté actualmente la situación de la radiodifusora, ahora que Virginia Bello dejó la dirección. Tal vez siga en esa larga perestroika que la lleve hacia otras latitudes, otras tendencias. Mis más fervientes deseos para que Radio Educación prosiga en el dial como una trinchera sin fin donde las ideas y el conocimiento lleven la nota cantante, y que se conserve firme como rezaba aquel famoso slogan muy suyo: el oasis del cuadrante. Por iniciativas villamelonescas, se perdieron Radio Rin, la XELA y Jazz FM; ojalá que Radio Educación no siga por ese lado oscuro del camino, y como hay en el cuadrante muchas barbas a remojar, Radio UNAM y el IMER no deben quedarse atrás y atender, de veras, a estos llamados de auxilio. Que así sea.