domingo, 30 de noviembre de 2008

La importancia de ser Dr. House

Una de las contradicciones de la vida, es que siempre acabamos por sentir cierta admiración por los villanos o, mejor dicho, por los tipos mal humorados o simplemente huraños. Y sin embargo, esto no les quita ni un ápice de genialidad. Si me estoy refieriendo al pesado del Dr. Gregory House, no se habrán equivocado.
De todas las series con temática nosocomial, House M.D., creada por David Shore en 2004, es la más irreverente (y, por ende, directa), pero también es la más humana, dados los casos que nos presenta. Un médico que sufre las secuelas de una enfermedad mal diagnosticada, mismas que intenta reducir con dosis y dosis de vicodine, es el encargado de diagnosticar a los pacientes del Hospital Universitario Princeton-Plainsboro cuyo padecimiento aún no es develado por completo al personal. Con la ayuda de sus fieles lacayos Eric Foreman (un afroamericano que cuestiona los métodos de House y que prefiere un trato más humano hacia los pacientes), Robert Chase (un hijo de papi metido a médico) y Allison Cameron (la bella e inteligente del grupo, amor secreto de House en alguna temporada), House resuelve los más difíciles casos usando, claro está, una deducción característica del detective más audaz. Incluso, en ocasiones, House pide ayuda o consejo a su colega James Wilson, oncólogo a quien hace un poco la vida de cuadritos. Pero el elenco no estaría completo sin la presencia de Lisa Cuddy, directora del hospital y quien intenta poner a House en su lugar.
Sin embargo, ¿dónde radica la importancia de Dr. House entre todas las series de temática médica? No es un dramedy como Grey's anathomy, donde se desenvuelven con mayor libertad los personajes, pero tampoco es E.R. o General Hospital, donde todos los personajes se equiparan casi al grado de los héroes de la épica grecolatina. House nos demuestra que también los médicos tienen sus lados flacos, es decir, humanos. A la par de su talento para acertar en el diagnóstico correcto, House se empecina en incomodar a sus pacientes (gracias al sarcasmo, desde luego), pero les hace ver que parte del problema radica en ellos mismos. Cameron, Chase y Foreman tienen su propia manera de ver a su enérgico jefe, pero los tres coinciden en admirar su talento. Y Wilson y Cuddy, bueno, digamos que el carácter contreras de su colega les ayuda a sostener su postulado y, por qué no, hasta su puesto. Sin picarme de pretencioso, diría que House M.D. es un claro ejemplo de la ley de la dialéctica, y, a veces, hasta de la navaja de Occam. (Y la tarea va por su cuenta.)
Para cerrar estas líneas, solamente diré que la importancia de ser Dr. House radica en su manera de decirnos las cosas, de confrontarnos con las enfermedades, sin olvidar que los médicos también son parte del problema, y, por tanto, de su propia solución. Cada quien sabrá poner a Gregory House en un altar o en la hoguera. No puedo decir más al respecto, porque hay cosas que me agradan de él, como decir las cosas sin tapujos. (Desde el punto de vista del paciente, duele que nos digan la verdad, pero es mucho más cruel disfrazarla o posponerla.) Ustedes tienen la última palabra.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Siempre la misma canción...

En el transcurso de esta semana, casi a la hora en que decido salir de casa, luego de hacer las labores propias de mi sexo, dentro de la programación del 88.1 FM pasan una canción que me hace bueno el momento y hasta me sube el ánimo para hacer lo que debo hacer. Sin embargo, mientras transcurre el día, inevitablemente hace de nueva cuenta se aparición en escena, ya sea en la música que pone el chofer del transporte público, en el background de un programa de T.V. o, siendo más específico, sonando a bajo volumen en la oficina de una querida amiga, cuyo nombre me reservo por mientras. Y cuando me digno a terminar el día sentado frente al ordenador, enciendo el aparato radial y ¡¡zambomba!!, aparece la misma canción. No sabía si echarme a reír o ponerme a llorar.
Inconscientemente, hay melodías que te acompañan, por así decirlo, todo el día. Cuando se escucha por vez primera al comenzar el día, si te llena de placer o regocijo, casi por default te acompañará el resto de tu jornada. Lo mismo va para las canciones que te bajan la pila: al primer roce auditivo, ya se sabe de antemano el resultado. Doy dos ejemplos: En la estación de marras, 88.1 fm, "The captain of her heart" me puso algo pensativo sobre una mujer que me robó el sueño. Durante el día tuve ocasión de verla. Y después de haber vivido esa incierta experiencia, casi a la medianoche reaparece dicha canción y confirmó lo acontecido. (Por poco y me cortaba las venas... con una galleta María.) Caso contrario, "Solsbury Hill", de Peter Gabriel; su rítmo festivo me tuvo de la ceca a la Meca todo el día, haciendo cosas verdaderamente gratas y, claro está, se presentó en la programación poco antes de irme a dormir. Donde se conjugan inusitadamente los dos casos, es con "I'll be there" y "When a man loves a woman", de Michael Bolton. (No me agrada dicho cantante, pero estas canciones acaban por redimirlo.) Me extendería más al respecto, pero por ahora me detengo.
El cineasta francés Alain Resnais filmó a finales de los años 90 una película que juega en cierta manera con el devenir de las canciones en la vida diaria, On connâit la chanson... (Siempre la misma canción, como le pusieron aquí en México.) Dependiendo de la circunstancia, cada personaje interpretaba un fragmento de una conocida canción, dando como resultado una tremenda ensalada musical de todos los tiempos. Aunque no nos pongamos a cantar como en el filme de Resnais, con el solo hecho de oír la misma canción todo el día, ya el resto sale por añadidura. Siempre será la misma canción... ¿A poco no?

lunes, 24 de noviembre de 2008

Carlos Fuentes en el Auditorio Nacional

A lo largo de dos semanas, se han realizado infinidades de coloquios y mesas redondas en torno a la figura señera del escritor mexicano Carlos Fuentes, en el marco de sus 80 años de vida. Recintos de la UNAM, el IPN y la UAM dieron cabida a las diversas perspectivas tanto de escritores y periodistas como de políticos e historiadores. Sin embargo, este festejo no estaría completo sin el punto de vista del festejado, es decir, del propio Fuentes. Y esta noche, en el Auditorio Nacional, se dio esa oportunidad, con la conferencia "Cómo escribí algunos de mis libros".
Pasadas las 7 p.m, en el interior de su corcel de hierro, Andresito (y luego de soportar ese simulacro del juicio final también llamado hora pico), Paulina Martínez y quien escribe llegamos al coloso de Reforma, para escuchar al Mtro. Fuentes. Ingresamos al recinto a la mitad de la interpretación del chelista Carlos Prieto y, cosa del destino, ocupamos nuestros lugares en la luneta, tal y como lo indicaban los pases de cortesía que tuve a bien recoger la semana anterior. Después del pequeño recital de chelo, Jorge Volpi y Pedro Ángel Palou, novelistas del crack, leyeron al alimón una extraña semblanza del homenajeado, donde jugaban con los títulos y las temáticas de sus novelas, cosa que generó cierta extrañeza. (Para quienes seguimos su trayectoria, este recurso no es nuevo, dada la irreverencia con que nació el crack en las letras mexicanas.) Luego de este tremendo juego, Palou y Volpi dejaron la palabra en manos del festejado.
Carlos Fuentes compartió con el público que algunos de sus libros más conocidos, como la literatura en general, se sustentan bajo los postulados de la tradición y la creación. Es decir, lo que heredamos y lo que inventamos. (Aura, por ejemplo, es el resultado de sus lecturas de Alexander Pushkin, Charles Dickens y Henry James, sin ir más lejos. Y el resto corrió por su cuenta.) Además, comentó que, cada noche y antes de dormir, planea su esquema de trabajo para la obra que se encuentra escribiendo, y a la mañana siguiente, se planta frente a la máquina de escribir y plasma en caracteres mecánicos el resultado de esa planeación previa. (Ésta, desde luego, con algunas diferencias.) También dedicó buena parte de su conferencia a la lectura de algunos fragmentos de su obra narrativa. Primero leyó la parte final de Aura, luego algunas selecciones de Terra Nostra, La muerte de Artemio Cruz y La voluntad y la fortuna, su novela más reciente, y terminó, claro está, con La región más transparente, obra que, a la par que su autor, también llega al medio siglo de vida. Al finalizar su lectura, agradeció al público asistente su atención. La respuesta del respetable: ¡¡un minuto ininterrumpido de aplausos!!
Después de este sincero gesto, el público salió del auditorio. Mientras varios de los asistentes contemplaban extasiados el decorado estilo Xochimilco en homenaje a José Alfredo Jiménez y otros (seguramente de la zona VIP) pasaban revista a las mejores películas de la Metro Goldwyn Meyer en la exposición temporal organizada por el canal TCM, el resto abarrotaba los stands del Fondo de Cultura Económica, la editorial Era y, desde luego, Alfaguara, adquiriendo los libros del homenajeado. En ésta última, La región más transparente se vendía en la módica cantidad de ¡¡100 pesos!! Por supuesto que Paulina y un servidor no pudimos comprarlo, sin embargo, esperamos con ansia la salida de la edición especial publicada por la Asociación de las Academias de la Lengua Española y, claro, Alfaguara; mismas que publicaron El Quijote del IV Centenario y el Cien años de soledad del año pasado. (Para Navidad... seguramente.)
Entre la alharaca de la salida, nos encontramos a dos colegas míos: Carlos Domínguez y su esposa Lucía Torres. Hice las consabidas presentaciones y en el tiempo que duró nuestra escala, platicamos sobre algunos detallitos del evento. Pero la satisfacción de haber estado en éste, superó per se todas nuestras expectativas. (Sin ánimo de comparar, la conferencia magistral de Carlos Fuentes es a nuestra generación lo que la lectura de Jaime Sabines en Bellas Artes para la anterior.) Y como la noche aún era joven, todos emprendimos el regreso a casa.
A bordo del Andresito, reflexionaba con Paulina sobre la importancia de este evento. Me conminó a escribir unas cuantas líneas al respecto y al parecer cumplí con ello. (A título personal, me faltaron cosas, pero ¡¡qué importa!!) ¡¡Gracias, Carlos Fuentes!!

martes, 18 de noviembre de 2008

¡¡¡Felicidades, Danclío!!!

Cada vez que intento escribir unas breves líneas sobre alguna de las Consejeras de la NRB, de inmediato viene a mis manos un súbito bloqueo. Sin embargo, suele ser momentáneo cuando la memoria gana por default. En esta ocasión, otra historiadora estará en la mira de estas notas: Daniela Sandoval.
Conocí a Danclío hace varios años, en una clase de portugués, donde nuestra profesora, Leonor Torgal, era historiadora de formación. Durante las clases, su interés por la historia de la lengua portuguesa y mis inclinaciones filológicas (innatas en un estudiante de Letras Hispánicas), junto al buen ímpetu de la maestra, hacían de las clases una experiencia inolvidable. Pero nuestra amistad no se quedó allí, sino que traspasó las fronteras impuestas por nuestros gremios, e incluso una figura muy cara a nosotros, Rosalía Velázquez, también nos hizo coincidir varias veces. (Incluso en el INEHRM, donde Daniela estuvo como becaria un tiempo antes de tomar una enorme decisión.)
Dos años hace que Danclío tomó una decisión que la llevó a viajar por otros mundos, otras palabras: acompañó a su esposo en su aventura por Inglaterra; en Birmingham, para ser preciso. Desde allí, nuestra Daniela vio -literalmente- otro mundo. Mientras su esposo ganaba batallas en los campos de la historiografía europea, ella simplemente intentaba acoplarse a un mundo aún extraño. Al final, le ganó al tiempo. Los viajes tierra adentro y hacia otros confines del Viejo Continente, la llenaron de nuevas experiencias, mismas que comparte cada día con sus amigos y colegas en un blog que actualiza con regularidad. No cabe duda que es otra Europa de la que nos habla; para quienes la conocen, es una suerte de redescubirmiento; para quienes lo hacen por vez primera, una antesala. (En mi diccionario personal, la palabra que define a Daniela Sandoval sería, sin lugar a dudas, vitalidad.)
En realidad, aún faltan bastantes páginas, testimonios y recordanzas en torno a su persona: sea como historiadora, sea como viajera y cronista de la vida. Por ahora, dejo mi versión, de la cual ella sabrá desmentir y/o confirmar algunas cosas. Mi querida Danclío, quisiera decir más sobre ti, pero el tiempo, como decía Francisco de Goya, también pinta, y ojalá que sus pinceladas digan algo más de ti. Y ya aquí me detengo.
¡¡¡Felicidades, Danclío!!!

jueves, 13 de noviembre de 2008

Paco Ignacio Taibo I y el Gato Culto

Hace unos momentos, mientras revisaba los periódicos en la red, me enteré del lamentable fallecimiento del escritor y periodista hispano-mexicano Paco Ignacio Taibo I, quien todos los días, en la sección cultural del periódico El Universal, nos deleitaba todas las mañanas con su "Esquina baja" y, claro, con el inigualable Gato Culto. (Curiosamente, al momento de conocer la triste noticia, tenía sobre mi mesa de noche un ejemplar de El Gato Culto de PIT, libro que publicó el Instituto Politécnico Nacional en 1996. Cosas de la vida.)
Francisco Ignacio Taibo Lavilla nació el 19 de junio de 1924 en la ciudad española de Gijón, en Asturias. Pasó algunos años de su vida en Bélgica y a su regreso a España, vivió la Guerra Civil dentro del cerco de Oviedo. Al término de la guerra, y ya casado con Maricarmen Mahojo, empezó su carrera periodística como reportero ¡¡de deportes!!, cuando fue enviado a cubrir la Tour de France. De día era periodista, mientras que las horas que le robaba al sueño las invertía en escribir novelas. (Con la primera, Juan M.N., ganó un premio.) A principio de los años 50, viaja con su esposa y su primer hijo, Paco Ignacio II, a México, donde comienzan una nueva era. Aquí nacieron sus hijos Benito y Carlos.
En México, dedicado al periodismo, como es natural, Taibo incursionó en varios diarios y hasta se volvió productor de televisión y vicepresidente de Noticias en Televisa. Así como México abrió sus puertas a una familia non de escritores y escribidores, el patriarca de los Taibo (quien luego de una larga plática con su hijo mayor, resolvió colocarse un I latina después del nombre para hacer las respectivas distinciones) recibió en su casa a varios personajes, entre éstos, a escritores de la talla de Max Aub y Luis Rius, y al cineasta Luis Buñuel. No había día en que no hubiese invitados en su casa.
Respecto a su labor periodística, en los últimos años la realizó dentro del diario El Universal, donde fue editor de la sección Cultural. Allí nació un personaje fundamental en su obra, cuyas opiniones siguen con una vigencia que espanta: el Gato Culto. Entre aforismos, puntadas, refranes dichos con sorna y hasta epitafios, leer las boutades del singular minino nos ponía a pensar sobre la vida y sus cosas. Era tanta la fama de este personaje que nunca faltaban las llamadas que los lectores hacían al periódico pidiendo hablar ¡¡con el Gato Culto!! (Por supuesto, Taibo I las respondía en su nombre. Ja ja ja.) ¿Quién no leyó alguna vez una de sus frases? (Quien esté libre de gatos cultos, que tire el primer periódico...)
A la par de sus trabajos para los diarios, Paco Ignacio Taibo I nos ha regalado (ésa es la palabra) libros sobre cine, gastronomía, novelas y hasta libros de memorias, los cuales hay que leer y saborear. (En 1987, la editorial Pangea y el INBA publicó una colección de autores españoles en México, Estelas en la mar, donde no podía faltar PIT I. El volumen de marras: Por el gusto de estar con ustedes.)
Sin el ánimo de escribir una necrológica, acercarse a la vida, obra y milagros de Paco Ignacio Taibo I es, más que un acto de lectura, una invitación a la vida misma. Además, sus centenares de artículos deben servir para que las nuevas generaciones de periodistas y de escritores descubran el placer de la palabra, pero también el deber de la memoria. Y eso también lo sabía, de sobra, el Gato Culto.
Finalmente, alzaré mi copa de tinto y brindaré ¡¡por el gusto de que sigan con nosotros!!

martes, 11 de noviembre de 2008

Carlos Fuentes: 80 años y sigue andando...

En el calendario de las Letras mexicanas, cuando llega un aniversario en cifra cerrada, no se sabe si echar campanas al vuelo o, de plano, temblar ante lo venidero. Así me pasa hoy, día en que Carlos Fuentes cumple hoy 80 años de vida.
Nacido en la ciudad de Panamá, en 1928, mientras su padre cumplía una misión diplomática, Carlos Rafael Fuentes Macías vivió una existencia peregrina: donde su padre fuera comisionado, el hijo también viajaba. Entre Sudamérica y los Estados Unidos, se formaría su carácter. Ya en México, se integró al ambiente cultural que imperaba por aquellos días. Sus primeros cuentos fueron publicados por Juan José Arreola en su legendaria colección Los Presentes. Pero su descubrimiento de la ciudad lo motivó a escribir una obra que, como él, también en este año llega a cifra cerrada, 50: La región más transparente. Desde entonces, la narrativa no habría de dejarle.
Bien sé que hay hasta el hartazgo páginas y páginas sobre su vida, sus obras, los lectores de sus obras, sus amigos, etc., y que en estos días dará inicio un Homenaje Nacional. Todo ello me amedrenta para hacer una pequeña semblanza correspondiente al día. Sin embargo, al leer el post que Julia Cuéllar le dedicó, veo que estas líneas solamente harán lo suyo si les integro algo de mi experiencia. Y para allá voy.
Mi primer contacto con la obra de Fuentes fue allá en la preparatoria, cuando mi profesor de Literatura me dejó como trabajos finales para el curso tres libros: El Principito, de Antoine de Saint-Exúpery, El Quijote y Aura, de Carlos Fuentes. Una maestra amiga mía me prestó su ejemplar de Aura y, además de hacer una excelente tarea, quedé impresionado con la manera cómo Fuentes describía los ambientes de una casona por las calles del Centro Histórico. Devolví el ejemplar y ya no supe más sobre Carlos Fuentes. En mis primeros años en la carrera de Letras, era del dominio público que los libros de Fuentes estaban fuera del alcance de nosotros, simples mortales de Letras, por una razón obvia: estaban publicados por Alfaguara. Sans commentaires. Pero como mi interés por sus obras había renacido, resolví comprarme varios libros suyos. Antes de ello, descubrí en mi biblioteca La cabeza de la hidra, su única incursión en la novela policiaca. Quedé sin palabras al terminar de leerla.
Más adelante, adquirí en una de las librerías del Pacificador una edición de bolsillo de Aura, misma que aún espera una relectura de mi parte. Más adelante, en una librería de viejo, compré Agua quemada, que me leí de un tirón. Otra vez me impresionó la manera cómo Fuentes describía a varios personajes, eslabones de una misma línea generacional que sustentaba la ¿novela? Pero como el interés por Fuentes aún me pedía a gritos una lectura como debía de ser, la buena fortuna hizo que me tropezara con La región más transparente, en la edición que hizo Georgina García-Gutiérrez para la editorial española Cátedra. Y, recientemente, una amiga mía me regaló los Cuentos Naturales y los Cuentos Sobrenaturales ¡¡editados por Alfaguara!! Ahora sí, ya no tengo pretexto para no leerlo.
Cierro estas líneas con la frase que siempre he dicho cada vez que celebro a un escritor: El mejor homenaje es leerlo. Para quien dedica sus días a las letras, celebrar una vida es también hacer lo propio con la obra. (Y viceversa.) La semana entrante dará inicio, de manera formal, el Homenaje Nacional por sus 80 años. La invitación está sobre la mesa.
(Carlos Fuentes cumple 80 años y, como el whisky, sigue andando...)

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Vangelis: Una música proteica

"Toda música verdadera nos hace palpar el tiempo". Sigue pasando el tiempo y esta afirmación de E.M. Cioran sigue ganando batallas después de todo, y más ahora cuando las presentes líneas tienen como pretexto hablar sobre un gran músico y compositor que, a diferencia de sus contempóraneos, sigue reinventándose a sí mismo. Me refiero al griego Vangelis.
Evangelos Odyssey Papathanassiou, Vangelis, nació el 29 de marzo de 1943 en Volos, Grecia, en el seno de una familia acomodada; por su situación económica holgada, tuvo acceso a uno de los primeros sintetizadores en Grecia, con el cual ejecutaba sus primeras composiciones. Pasado el tiempo, y con el fervor del rock muy presente en su época juvenil, junto a su primo Demis Roussos, forman el grupo Aphrodite's Child, uno de los primeros exponentes del rock progresivo en Grecia. Uno de sus álbumes más famosos es 666, inspirado en el Apocalipsis de San Juan, mismo que generó reacciones favorables (como la del pintor español Salvador Dalí) que enconados actos de censura. Pero sus búsquedas musicales en el rubro de la electrónica, llevaron por añadidura hacia la desintegración del grupo.
Vangelis vivió un largo peregrinaje por varias ciudades de Europa, como París y Londres, donde finalmente allí logró construir su propio estudio de grabación, los Nemo Studios, de donde surgirían nuevas y egregias obras. (En Inglaterra, cabe decirlo, estuvo a un paso de integrarse al grupo de rock progresivo Yes como su tecladista en sustitución de Rick Wakeman, pero no se logró. De haberse realizado, ¡¡qué habría surgido de aquella alineación!!) Mientras buscaba ese sonido prístino, se dedicó a componer la música de varias películas dirigidas por el francés Frederic Rossif, quien a la larga se volvió su amigo y compañero de andanzas artísticas. (Incluso, se dio algo de tiempo para componer el soundtrack de ¿No oyes ladrar a los perros?, producción franco-mexicana con guión de Carlos Fuentes basada en el cuento homónimo de Juan Rulfo. Posteriormente, el propio Vangelis reeditó la música y la agrupó en un disco de nombre Ignacio.) Entre la composición de partituras para cine y televisión, durante los años 70, dio a la luz varios materiales que habrían de sentar un precedente no sólo musical, sino hasta tecnológico y hasta cultural también. En 1975 presenta Heaven and Hell, álbum inspirado en la Divina Comedia de Dante Alighieri, donde contó con la colaboración de Jon Anderson, vocalista de Yes, y al año siguiente, Albedo 0.39. (Varios de los cortes de estos álbumes, se emplearon más adelante para musicalizar la serie Cosmos de Carl Sagan, en la década siguiente.)
Mientras seguía experimentando en los Nemo Studios, la fama le llegó de sopetón cuando en 1981, obtiene el Oscar en la categoría de Mejor Partitura por la música que compuso para la película Carros de fuego, con la que empezó a ser conocido por el público de todos los sectores. Al año siguiente, colabora con el cineasta británico Ridley Scott en una película que habría de confirmar esa fama en ascenso: Blade Runner. Entre ésta y 1492 (1992), dirigida también por Scott, Vangelis trabajaría paralelamente en proyectos muy personales y en la composición de música para la pantalla de plata. Entre recopilaciones variopintas de sus obras y más música para el cine, en 1998 sale a la luz El Greco, donde rinde un homenaje al pintor greco-español, con una música de naturaleza semejante a la de 1492, es decir, atemporal: sin tiempo y con todos los tiempos dentro de sí. En este álbum contó con la colaboración de la soprano catalana Montserrat Caballé.
A principios del siglo XXI, la NASA se puso en contacto con él para encomendarle la composición de una obra alusiva a la primera expedición espacial no tripulada al planeta Marte. Así nació Mythodea (2001). Un año después, el comité organizador de la Copa Mundial de Futbol Corea-Japón 2002, lo comisiona para componer el tema oficial del encuentro. Regresa al camino de los soundtracks cuando compone la música para Alexander de Oliver Stone; obra, según él, de la que siente mucho orgullo, dada su herencia cultural y su interés por el personaje.
Con toda esta historia detrás de sí, Vangelis siempre se ha mantenido fiel a sus búsquedas musicales. No importa que lo hayan comisionado para musicalizar varias películas y componer himnos para eventos singulares, siempre hay una vitalidad en cada una de sus obras, inclusive retoma elementos de otras latitudes para hacer sus obras. En Blade Runner, regresa un poco a la tradición del jazz y el blues; en "Conquest of Paradise", "Voices" y Mythodea eleva a la épica de género a modo de vida, y en El Greco, digamos que busca el tiempo mientras lo deja hablar. En fin, y en cualquiera de sus formas, Vangelis hace una música proteica, es decir, que se reinventa cada día y la hace parecer diferente, sin olvidarse de dónde proviene. Sólo me limitaré a invitarlos para que escuchen cualquiera de sus producciones y se dejen llevar por una música única, prístina y atemporal. Ekharistó polí.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Raymundo Ramos: tiempo de aprendizajes

Hay tantas cosas que me gustaría comentar acerca de un escritor que, además de maestro y colega, ha contribuido a mi postera formación, sea en la academia, sea en las letras mexicanas. Me refiero al poeta coahuilense Raymundo Ramos, quien celebra hoy sus 74 años de vida.
Nacido en Piedras Negras, Coah., en 1934, tuvo en Monterrey su primera formación literaria, misma que acabaría por inscribirlo en las grecas de las letras mexicanas, o mejor dicho, al rodearse del escritores de enorme valía como Alfonso Reyes y Julio Torri, descubrió que la literatura sería su escudo de armas. Para seguir con su formación profesional, viaja a la Ciudad de México, se inscribe en Derecho pero después toma el camino de las Letras. Algunos de sus compañeros de generación: Luis Rius, Salvador Elizondo, Huberto Batis y Beatriz Espejo, por decir algunos. Para los anales de las publicaciones universitarias, la aparición de Memorias y autobiografías de escritores mexicanos (parte de su tesis de licenciatura) en la benemérita Biblioteca del Estudiante Universitario, lo convierte casi de inmediato en un clásico. A partir de entonces, destacaría una de sus mejores facetas: la confección de antologías, de las que podemos mencionar, los Cuentos románticos, de Justo Sierra; Familia y patria, de Andrés Iduarte, y las sendas compilaciones poéticas Deíctico de poesía religiosa mexicana y Otros 1001 sonetos mexicanos, el cual realizó a lo largo de ¡¡cuarenta años!!, saldando una promesa hecha a su maestro Salvador Novo, quien lo incluyó en su respectiva antología, publicada por Porrúa en la colección Sepan Cuantos...
Además de esta labor, Raymundo Ramos ha navegado por las aguas de la creación literaria, sea en la poesía, sea en la narrativa. De la primera vertiente destacan obras como De la primera herencia, La prisión y su forma, Los arcanos de las islas, La balsa de la Medusa y el más reciente, Diadema para diez perlas irregulares, donde sigue demostrando sus dotes naturales para el soneto, forma poética -a decir verdad- de las más difíciles si las hay. Mientras que, por el lado de la narrativa, debutó con una pequeña compilación: Muerte amurallada, misma que generó gran expectativa por un incipiente escritor. Pero hasta aquí de historia literaria.
Cuando ingresé en 2000 a la carrera de Letras, luego del paro, tuve la fortuna de tenerlo como uno de mis primeros maestros. (Para ser sincero, sí sabía algo acerca de él, dado que leía sus artículos todos los sábados en el Unomásuno, pero nunca creí que me tornaría en alumno suyo.) El respeto del alumno hacia el maestro se tornó después en admiración mutua, cosa que siempre habré de agradecerle, a pesar de todo. En una palabra, cada momento que se vive con y por él, es un constante tiempo de aprendizajes, cuales quiera que éstos sean.
Francamente, no soy el más indicado para hacer una biografía en torno suyo, porque hay detalles que se me escapan y además sólo me asumo apto para la ordenanza bibliográfica, cosa que me distingue por los cuatro costados -y él lo sabe de sobra. Pero mejor dejo un poema suyo que lo pinta de cuerpo entero. (También es el favorito de quien escribe, por cierto.)


Aprendizaje

Hacer, desbaratar el equipaje,
reconstruir la casa tantas veces,
que no alcanzara un mes de nueve meses
para empezar y concluir el viaje.

Observar cada cosa en espionaje,
ola de pluma en pájaros siameses,
crítica en rama: vuelo de cipreses
del canto llano que nos da el paisaje.

Limar con lenta lima el alto oleaje
donde nivelan su timón los peces,
y ser la imagen viva del coraje:

la brutal estampía de las reses
que en polvo de penoso aprendizaje
miden el campo un centenar de veces.