viernes, 11 de julio de 2008

Compactos para un naufragio

Hace una semana, luego de peregrinar de librería en librería, resolví tomarme un descanso y para ello, qué mejor lugar que una tienda de discos. Sin embargo, aquí fue donde comenzó mi predicamento. Mejor cuento.
Siempre que tengo una escala en esa tienda, lo hago para encontrar un compacto que hacía tiempo deseaba adquirir, o al menos, para aumentar la colección privada, la cual va desde lo más fresa hasta lo más freak, pasando por los clásicos y los soundtracks. (Un ejemplo: entré a buscar el Best Of de Enya y acabé por llevarme El gusto es nuestro; buscaba el score de Alexander y me llevé una compilación de Patricia Kaas. Y paróle de contar.) Claro está que mis gustos musicales no son la octava maravilla del mundo, pero de melómano demodé nadie me baja. Y de esto no me siento culpable, al contrario; más bien la culpa se expresa a la hora de revisar los anaqueles. Voy por partes.
Como tenía tiempo de sobra, resolví pasar a aquella tienda y ver qué podía comprar. (Seguramente algún compacto que hacía tiempo debí dejar, gracias que el tiempo y el presupuesto eran cortos.) Primero revisé las ofertas, luego las novedades y, sin más ni más, encaminé mis pasos hacia mis secciones favoritas: jazz y world music. Encontré el Harem de Sarah Brightman, el Tourist de St. Germain (algo de jazz francés con toques de electrónica, semejante a lo que hace Bajofondo, pero con el tango), y una compilación del maestrísimo Astor Piazzolla, Adiós Nonino, mismo que forma parte de una colección editada por Milan Records y la Fundación Piazzolla. Estaba en el cielo, por tremendos hallazgos, pero como siempre, la tentación estaba a la orden del día. Encontraba una compilación de Miguel Bosè y dejaba a St. Germain; Depeche Mode por Sarah Brightman, y ¡¡oh, Dios!!, Piazzolla por Sinatra. (No puede ser, tanta música y no sabía qué llevarme.) Y, diez minutos después, Sinatra por Serrat, Depeche por Daft Punk, y Bosè por ¡¡Santa Sabina!! (No, no, no tengo remedio...)
Finalmente, y con el tiempo en contra mía, decidí hacer lo que siempre hago en mis visitas al local: llevarme los primeros que había encontrado, o sea, Piazzolla, la Brightman y St. Germain. Pagué y no pude sentirme menos culpable por haber elegido éstos y no los otros. (Pero llegando a casita, luego de quitar el celofán de los estuches y poner los discos en el modular, otra fue la reacción.) De cualquier forma, estos desencuentros siempre serán el pretexto idóneo para visitar esa tienda las veces que quiera, matar allí el tiempo y saber que, para la próxima vez, aunque elija compactos de Vangelis, Serrat y Angélique Kidjo, y termine por llevarme a Cesaria Evora, Peter Gabriel y Bajofondo, los encuentros con la música siempre serán gratos. Además, de qué sirve una colección privada sin este charme. Por mientras, en el breve naufragio de las vacaciones, me quedaré con los que recientemente compré. Nada más. (Y para usted, lector@, ¿cuál sería su elección?)

No hay comentarios.: