viernes, 25 de julio de 2008

Astor Piazzolla y sus electroalumnos

Hace tres semanas (el 4 de julio, para ser exacto), se cumplieron 16 años del fallecimiento del músico y compositor argentino Astor Piazzolla, quien fusionó (por así decirlo) el tango con la música clásica y el jazz, y cuyas obras sentaron un precedente en la música, no sólo de Argentina, sino mundial.
Nacido el 11 de marzo de 1921, en Mar del Plata, en el seno de una familia de migrantes italianos, Piazzolla descubrió, muy orientado por su padre, su interés por la música; más en concreto, gracias al tango. Luego de aprender a tocar el bandoneón, se integró a un sinnúmero de agrupaciones, de las cuales destaca la dirigida por Anibal Troilo. (Lo mismo tocaba en restaurantes que en lugares de mala nota.) Sin embargo, su talento no sólo se limitó a ejecutar el bandoneón, sino también en componer nuevas melodías. Uno de sus maestros en esto fue Alberto Ginastera; más adelante, obtuvo una beca para estudiar composición en París junto a la gran Nadia Boulanger. Cuenta el propio Piazzolla que cuando conoció a su maestra en la Ciudad Luz, le llevó un montón de partituras, mismos que la compositora revisaría con calma y así comprobar la maestría de su joven alumno. Su respuesta fue devastadora: "hallé en sus composiciones algo de Bartok, Stravinsky, Ravel, etc., pero no encontré a Astor Piazzolla". Después de oír aquel resultado, Piazzolla le confesó que toda su vida se limitó a tocar tangos en tugurios de Buenos Aires. Cuando Boulanger escuchó esto, le pidió muy amablemente que le tocara algo. Después de escuchar la interpretación del argentino, ella exclamó: "¡¡Ése sí es Piazzolla!!". En conclusión, él aprendió algo muy importante: encontrar su propio estilo. Y así fue. Con la tradición tanguera corriendo por sus venas, fusionada con elementos de jazz y música de concierto, nació la leyenda.
Con un destino musical más que asumido, no tardaron en aparecer las críticas en su natal Argentina. Lo tacharon de irreverente, poco tradicional y hasta de loco. Piazzolla sólo se limitó a decir lo siguiente: "Es un tango para escucharse". Nada más. Y así como los detractores aparecían, lo mismo sus admiradores, y en ambos lados del charco atlántico. (París fue la ciudad que recibió con los brazos abiertos la experiencia piazzollana, y a tal grado que el compositor residió allí varios años.) Tanta era la fama del argentino que no tardó en llegar al mundo del cine. Compuso el soundtrack de Enrico IV, película del cineasta italiano Marco Bellochio, basada en una obra de Shakespeare, pero fue su compatriota Fernando Solanas con quien colaboró más de una vez; muestra de ello: Sur y El exilio de Gardel, filmadas en los años 80. (Incluso ya fallecido, su música siguió apareciendo en la pantalla de plata: en 12 monos, de Terry Gilliam, se empleó un fragmento de la suite "Punta del Este". Y, de pilón, su "Cité tango" se volvió la rúbrica institucional de la serie televisiva Los simuladores.)
A mediados de la década de los 90, la casa disquera Milan Records y la Fundación que lleva su nombre, sacaron al mercado una colección de discos con sus obras. (Detalle aparte: cada volumen lleva en la portada una pintura de Tamara de Lempicka.) Así, la obra de un músico y compositor non permanecerá con nosotros, quienes amamos la música.
Finalmente, queda destacar lo siguiente: a raíz del corralito en Argentina, en un difícil 2001, varios músicos jóvenes, influidos por el rock y la electrónica, regresaron a sus raíces musicales, es decir, al tango de sus padres y abuelos, para fusionarlo con su bagaje previo y así innovar (si se me permite la palabra) su medio de expresión. Ejemplos de ello: los grupos Bajofondo (capitaneado por el polimórfico Gustavo Santaolalla) y Tanghetto (cuyo cover a "Enjoy the silence", de Depeche Mode no tiene igual). Allende el Atlántico, los franceses de Gotan Project no se quedan atrás. Si vemos estos movimientos con calma, nos damos cuenta que siguen los mismos paso que su ilustre antecesor, porque el deseo de hacer una música diferente, pero sobre todo, componerla y ejecutarla, sigue activo. Piazzolla, de contar con la edad de estos pibes, seguramente haría lo mismo, y seguiría siendo Astor Piazzolla. (Ustedes, ¿qué pensarían al respecto?) Mejor escuchemos sus obras. Y ya.

miércoles, 23 de julio de 2008

Leer y releer...

Cada verano, desde hace varios años y de manera cronológica, emprendo la lectura de una de las novelas que componen la saga de Maqroll el gaviero, escrita por el colombiano Álvaro Mutis. Ayer, Abdul Bashur, soñador de navíos, sexta parte de la saga, fue la elegida. (Confieso que ésta y otras dos de la serie, Ilona llega con la lluvia y La última escala del tramp steamer, terminé de leerlas con lágrimas en los ojos, dado que la conmoción fue tremenda.) Para un servidor, su sola lectura era un reencuentro con las andanzas anteriores del errabundo personaje creado por Mutis, pero la historia va dirigida principalmente a contar la historia de su compañero de empresas y tribulaciones, el libanés Abdul Bashur, dechado de prudencia por los cuatro costados, diametralmente opuesto a Maqroll, quien se rige por los dictados del destino. Para los lectores que les interese conocer las andanzas de estos personajes, les recomendaría que lean la serie desde el principio; aunque con Abdul Bashur, soñador de navíos se dé un primer acercamiento con Mutis, digno es comenzar por el principio. Pueden leer de forma independiente cada novela -editadas por Punto de Lectura-, o conseguir -si el presupuesto lo permite-, en un solo volumen publicado por Alfaguara, o en dos tomos, editados por DeBolsillo, las Empresas y tribulaciones de Maqroll el gaviero. (La edición de bolsillo cuenta con un epílogo de Gabriel García Márquez.) De pilón, cabe decir lo siguiente: el próximo verano, cerraré la serie leyendo la séptima parte, Tríptico de mar y tierra. Cuando haya terminado, ahora sí, como debe de ser, releeré la saga completa y sin interrupciones.
Hablando de relecturas, una que siempre hago, sin importar la temporada, es la del libro Enseres para sobrevivir en la ciudad, de Vicente Quirarte. Se trata de una compilación de artículos que el autor publicó, primero, en los suplementos culturales de los diarios El Economista, El Nacional y Unomásuno, y de temática citadina por los cuatro costados. Se compone de tres partes: "Enseres" (textos sobre diversos objetos cotidianos, como el lápiz, el cuaderno, el portafolios, etc.), "Para sobrevivir" (consejos, advertencias y recuerdos sobre el mundo de las letras y los escritores) y "En la ciudad" (estampas muy peculiares sobre la vida de la ciudad de México). La lectura de cada artículo, aunque lleve un momento, deja un sabor de boca que dura todo el día. Tres ejemplos: En "Enseres para una oda al lápiz", Quirarte hace un recorrido por la historia del objeto más importante de la vida escolar, además de hacer algo de psicología al respecto; en "Elogio de la torta", deja que la historia haga las veces de guía gourmet, y en "Sacerdotisas del café con leche" (y para deleite de Julia Cuéllar), nos muestra a un Ramón López Velarde no conocido. Podría hablar horas y felices minutos sobre cada artículo, pero mejor recomiendo su (inmediata) lectura. (Hay dos ediciones: la primera, de 1994, publicada por Conaculta y el Instituto de Cultura de Aguascalientes, y una segunda, algo corregida, bajo el sello de Norma. La elección final es suya.)
De cualquier forma, leer y releer son las caras de una misma moneda. A quien escribe solamente le corresponde compartir sus experiencias en el rendez-vous de la lectura. Borges decía que la lectura es una forma de la felicidad. También lo sería la relectura, ¿verdad?

sábado, 19 de julio de 2008

Las cajoneras del tiempo

La mañana de ayer fue todo un suceso la ceremonia de la caja del tiempo en la Catedral Metropolitana, encabezada por el Presidente Felipe Calderón y acompañado por lo más granado de la cultura y la política. Dicho evento fue la consecuencia natural del hallazgo en una torre de la catedral, hace unos meses, de una caja semejante, que data del siglo XVIII, en cuyo interior se encontraron monedas, algunos grabados, documentos, entre otras cosas, como testimonio del tiempo que se vivía. Y, claro está, la respuesta fue obvia: cuando se terminaran las labores de restauración, colocar donde la anterior, una nueva, conteniendo objetos de nuestro tiempo, entre éstos, la bandera nacional, la Constitución Política, documentos escritos por los líderes de los tres poderes, pinturas de Carmen Parra, una selección de obras de Octavio Paz, saludos en las diversas lenguas indígenas del país, testimonios de Mario Molina (Premio Nobel de Química 1995), Miguel León-Portilla, Julieta Fierro, Javier Garciadiego, entre otras cosas. (Seguramente más de uno expresó su extrañamiento por el contenido oficial, pero eso será materia de discusión hasta dentro de algunos años.)
Ante semejante acto donde la memoria tiene la última palabra, cabe decir que la propia internet es pletórica en cápsulas y/o cajas de tiempo. ¿De qué forma? Muy sencillo, en las bitácoras en red, es decir, en los blogs. Me explicaré. Gracias a la ubicua y polifacética internet, varias personas deciden compartir sus hallazgos, andanzas, disgustos y experiencias mediante la bitácora virtual (blog), donde el sincero y señero acto de la escritura une a todos sin importar tiempo ni espacio. En mi breve experiencia bloguera (el terminajo no es mío, sino de María Amelia), he transitado (sea como ciudadano, sea como extranjero) por varios de esos foros; algunos muy buenos, otros peculiares, y no pocos, bastante malos. Pero en todos radica la intención de arrojar a las aguas de la memoria colectiva lo que somos: sea palabra, sea símbolo. Un ejemplo. La poesía escrita por nuestros contemporáneos de pretérito imperfecto, permanecerá gracias a un curioso lector internauta que pasaba por allí, y el comentario que deje al respecto, será su tarjeta de visita. Lo mismo con los blogs de temas políticos, económicos, literarios, memorialistas.
A raíz del fallecimiento de la australiana Olive Riley, hasta hace poco la bloguera más veterana en activo, me vino a la cabeza que todo blog es una cápsula del tiempo, porque ella plasmó sus experiencias en la red, de donde las compartió, día tras día, con el resto del planeta. Quien le sigue en edad e intenciones, la española María Amelia, de 96 años, aún sigue escribiendo y sus posts han recibido una cantidad exorbitante de visitantes (entre admiradores y amigos que siguen frecuentemente sus andanzas), pero, como a la mayoría de nosotros, blogueros, ha recibido la engorrosa visita de internautas petardistas y altisonantes. Aún así, María Amelia sigue ganando batallas como el Cid Campeador. Una verdadera caja viviente del tiempo.
En suma, la súper carretera de las Informaciones está llena de cajas del tiempo: hay blogs que parecen cajas chinas, o de Pandora, si se quiere. Pero, en sentido estricto, serían cajoneras porque abres una gaveta y entras a otro mundo, el cual tiene otras más y así... over and over again. Aunque, para algunos blogs (como La aguja que lleva el hilo), llega un momento para cerrar el ciclo y, como la cajita de Catedral, le dejará al tiempo la última palabra. De cualquier manera, para nosotros sólo restará la palabra y lo demás no nos importa. ¿Verdad que sí?

lunes, 14 de julio de 2008

Vive la France!!!

En 1789, un día como hoy, comenzaba una nueva era para la historia mundial, donde los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad escribieron el nuevo destino de una patria: la República Francesa. Y hoy, en el marco del aniversario 219 de la toma de La Bastilla y sin picarme de xenófilo, le dedicaré unas cuantas líneas, lo que la memoria permita.
Mi primer acercamiento con la cultura francesa se remonta a mi infancia, cuando cayó en mis manos El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Lo devoré. Quedé tan maravillado con esa obra (y hasta ahora sigo con la misma reacción) que desde allí nació mi interés por la cultura francesa. Y si le agrego que además oía 6.20, donde pasaban algo de música francesa (Christophe, Mireille Mathieu, Edith Piaf), mi relación con la cultura francesa creció. Tiempo después, cuando estuve en la secundaria, uno de los primeros libros que compré fue un diccionario español-francés, français-espagnol; mi aprendizaje de la lengua era palabra por palabra. (Tal era mi apego a ese diccionario que unas compañeras de la preparatoria me apodaron el francés, porque destilaba palabras por doquier.) Y no fue sino en mi primer año como universitario cuando resolví tomar clases de francés. (Confieso que tuve algunos problemas y dejé de lado mis clases, mas el interés permaneció a la deriva hasta el día en que Top France llegó a mi vida.) Y con esta confesión, casi digna de mis Leaving Port Memories, entro en materia.
Mientras leemos obras de las letras francesas (como Víctor Hugo, los Dumas, la poesía de Baudelaire, el surrealismo de André Breton y hasta inclasificables como Cioran y Sartre), escuchamos a sus cantantes de variopinta inspiración (desde Charles Trenet, Maurice Chevalier y Edith Piaf hasta Mylène Farmer, Alizée y Grégory Lémarchal, pasando por Patricia Kaas, Charles Aznavour y Mireille Mathieu) y vemos sus películas (dirigidas por François Truffaut, Jean-Luc Godard y Louis Malle, Claude Chabrol o Luc Besson, o quienes gusten), celebramos a una cultura que cada día se reinventa a sí misma. Además, cada quien que admire (o, en caso extremo, ame) la cultura francesa podrá poner los nombres que deseé y así evitar rechiflas y reclamos. Simplemente, me limitaré a invitarlos para sigan en contacto con Francia, porque, sea como sea, es parte nuestra. Y hasta aquí le paro.
Vive la France!!!

domingo, 13 de julio de 2008

¡¡¡Felicidades, Gisella!!!

En innumerables ocasiones, he contado aquí mis andanzas por el ancho y ajeno mundo de las letras y la historia, donde he conocido a una serie de personas excepcionales, sin lugar a dudas. Ahora aprovecho para hablar de una colega y amiga que, a pesar de las pausas hechas, cada encuentro sigue siendo el primero. Se trata de Gisella de León Cortés, cuyo cumpleaños es hoy.
Conocí a Gisella hace algunos años, en la Facultad de Filosofía y Letras, al final de una conferencia impartida por Luis Villoro, y a quien le llevaba algunos ejemplares de las gacetillas locales de la FES-Acatlán donde salieron sendos reportajes sobre su visita al campus. Luego que el Dr. Villoro me firmara varios artículos suyos y de entregarle las gacetas, Gisella se interesó en éstas y muy amable me preguntó si tenía otros ejemplares para obsequiarle. Hice lo propio con una y respecto a la otra, quedé de conseguirle una. Aún así, hicimos buenas migas y nos intercambiamos e-mails con la promesa de vernos nuevamente. En menos de un día, le localicé la gacetilla restante y me comuniqué con ella de inmediato. ¡¡Quedó sorprendida con la velocidad de mi respuesta!! y concertamos un posible encuentro una semana después. Por x, y, z razones, nunca se dio. Cosas que pasan.
Tiempo después, me comentó que las diversas encomiendas de carácter electoral la tenían de la ceca a la Meca, pero ello no interrumpió la comunicación, muy al contrario, la reforzó. No dejé de enviarle invitaciones de todo tipo para presentaciones de libros, coloquios, conferencias en la Academia Mexicana de la Historia y el INEHRM, hasta que supe que ella fue una de las personas afortunadas en ingresar al Diplomado sobre Historia política de México en el recinto sanangelino. Inclusive, me pareció verla en la presentación del libro de Javier Garciadiego, pero no pasó de allí. Hasta que hace unos meses, durante el foro sobre los 100 años del Ateneo de la Juventud, donde me (re) encontré con ella. Sus labores en la Fundación Rafael Preciado la tenían de norte a sur, pero la historia se encargó de juntarnos. No lo dudo.
Cada vez que veo a Gisella, admiro su cordialidad, su inteligencia, pero sobre todo, su pasión por aprender y seguir en el ajo de las actividades humanísticas. Cuando decía que "cada encuentro con ella es como si fuese el primero", no exageraba: podían pasar meses y felices días, pero cuando una amistad es sincera y completa, el tiempo era lo de menos. (Si Gisella fuese una palabra del diccionario, sería cordialidad, con todas sus acepciones.)
Querida Gisella, creo que estas líneas no bastan para celebrarte, pero sé de otras que, breves y sinceras, harán lo propio. Ahora y siempre, mis mejores deseos para ti y recuerda muy bien que las mujeres no tienen edad.
¡¡¡Felicidades, Gisella!!!

viernes, 11 de julio de 2008

Compactos para un naufragio

Hace una semana, luego de peregrinar de librería en librería, resolví tomarme un descanso y para ello, qué mejor lugar que una tienda de discos. Sin embargo, aquí fue donde comenzó mi predicamento. Mejor cuento.
Siempre que tengo una escala en esa tienda, lo hago para encontrar un compacto que hacía tiempo deseaba adquirir, o al menos, para aumentar la colección privada, la cual va desde lo más fresa hasta lo más freak, pasando por los clásicos y los soundtracks. (Un ejemplo: entré a buscar el Best Of de Enya y acabé por llevarme El gusto es nuestro; buscaba el score de Alexander y me llevé una compilación de Patricia Kaas. Y paróle de contar.) Claro está que mis gustos musicales no son la octava maravilla del mundo, pero de melómano demodé nadie me baja. Y de esto no me siento culpable, al contrario; más bien la culpa se expresa a la hora de revisar los anaqueles. Voy por partes.
Como tenía tiempo de sobra, resolví pasar a aquella tienda y ver qué podía comprar. (Seguramente algún compacto que hacía tiempo debí dejar, gracias que el tiempo y el presupuesto eran cortos.) Primero revisé las ofertas, luego las novedades y, sin más ni más, encaminé mis pasos hacia mis secciones favoritas: jazz y world music. Encontré el Harem de Sarah Brightman, el Tourist de St. Germain (algo de jazz francés con toques de electrónica, semejante a lo que hace Bajofondo, pero con el tango), y una compilación del maestrísimo Astor Piazzolla, Adiós Nonino, mismo que forma parte de una colección editada por Milan Records y la Fundación Piazzolla. Estaba en el cielo, por tremendos hallazgos, pero como siempre, la tentación estaba a la orden del día. Encontraba una compilación de Miguel Bosè y dejaba a St. Germain; Depeche Mode por Sarah Brightman, y ¡¡oh, Dios!!, Piazzolla por Sinatra. (No puede ser, tanta música y no sabía qué llevarme.) Y, diez minutos después, Sinatra por Serrat, Depeche por Daft Punk, y Bosè por ¡¡Santa Sabina!! (No, no, no tengo remedio...)
Finalmente, y con el tiempo en contra mía, decidí hacer lo que siempre hago en mis visitas al local: llevarme los primeros que había encontrado, o sea, Piazzolla, la Brightman y St. Germain. Pagué y no pude sentirme menos culpable por haber elegido éstos y no los otros. (Pero llegando a casita, luego de quitar el celofán de los estuches y poner los discos en el modular, otra fue la reacción.) De cualquier forma, estos desencuentros siempre serán el pretexto idóneo para visitar esa tienda las veces que quiera, matar allí el tiempo y saber que, para la próxima vez, aunque elija compactos de Vangelis, Serrat y Angélique Kidjo, y termine por llevarme a Cesaria Evora, Peter Gabriel y Bajofondo, los encuentros con la música siempre serán gratos. Además, de qué sirve una colección privada sin este charme. Por mientras, en el breve naufragio de las vacaciones, me quedaré con los que recientemente compré. Nada más. (Y para usted, lector@, ¿cuál sería su elección?)

domingo, 6 de julio de 2008

Los Simuladores

En entregas anteriores, hablé sobre las series televisivas de ayer, hoy y siempre que me han interesado. Gracias a una nota escrita en tiempo real por Nora de la Cruz en su aguja que lleva el hilo, me hice asiduo a una serie nueva, cuya temática puede desconcertar a más de uno: Los simuladores, misma que se transmite todos los martes a las 8 p.m por el canal Sony (televisión de paga) y a las 10 p.m por el Canal 5 de Televisa, que cuenta las aventuras de un grupo muy especial que ayuda a personas en desgracia mediante (lo que ellos llaman) un operativo de simulacro. Me explicaré mejor.
La serie, como buena parte de los programas actuales, tiene un origen argentino. (Una serie tan original como ésta tuvo que llegar de otras latitudes y en eso los pibes del cono sur nos llevan algo de ventaja. Auch.) En 2002, la mente creativa de Damián Szifrón creó a un grupo de cuatro personas dedicadas a ayudar a personas en desgracia bajo el móvil del simulacro: Santos, logística y planificación, es el líder y con quien se entrevistan las personas que requieren los servicios del grupo; Lamponne, técnica y movilidad, quien consigue los artículos requeridos en el operativo; Medina, investigación, y escudriñando la vida privada de los indiciados, y Ravenna, caracterización, cuyas dotes dramáticas hacen más verosímil el plan. Con sus habilidades, ellos envían señales falsas (actos de cualquier tipo, sin importar la ilegalidad que éstos conlleva) para beneficiar a sus clientes, hasta que las personas engañadas terminan por creerlo todo. Cuando los clientes están satisfechos con la misión, pagan al grupo una cantidad que suele ser el doble de lo invertido en el operativo y bajo la condición de ayudarlos en próximas misiones. (Esto explica la constante aparición de personajes de episodios anteriores.)
Ante este derroche de talento y originalidad, la serie mereció una segunda temporada, en 2003. Y la última, por cierto. (Se hizo una nueva versión con actores chilenos, pero fue un rotundo fracaso.) Con la globalización de la T.V., la idea de Szifrón rebasó fronteras geográficas, hasta llegar a España, donde, en 2006, se hizo una versión muy sui generis (vaya, hasta Federico D'Elia, protagonista de la versión original, participó en ésta) que llegó a la friolera de nueve episodios y luego, adiós. Esto no le impidió convertirse en una serie de culto. Y como la idea seguía dando lata en otros lares, Rusia no se quedó atrás y, al año siguiente, tuvo su propia versión. (Algo hilarante, si se me permite el comentario.) Y en días recientes, México -prosiguiendo con su argentinofilia televisiva- se aventó al ruedo con su propia versión, la cual, no está de más decirlo, es fiel al original porteño. (La rúbrica principal de la serie argentina, "Cité Tango", de Astor Piazzolla, interpretada por Gotan Project, se conservó en la franquicia mexicana, pero con un ligero remix; diametralmente opuestas las versiones de España, donde recurrieron a una melodía de swing muy al estilo de las series norteamericanas, y de Rusia, con una melodía tipo Pulp Fiction y que hace ver al grupo como una versión vodkatonic de The Hives.) Inclusive, la rúbrica original se filmó en los alrededores del tren bonaerense, misma que se asimiló muy bien en México, sólo que en las obras del Suburbano. (En sus diferentes versiones, con los cuatro sujetos caminando bajo la lluvia.) Y aunque los nombres de Santos y Medina quedaron fieles a los originales, no el caso de Lamponne y Ravenna, a quienes conocemos como López y Vargas. (Y la selección de actores mexicanos, ni dudarlo: Arath de la Torre, Alejandro Calva, Rubén Zamora y Tony Dalton, quien le da un poco más de clase a Santos.) Obviamente, la fidelidad al original también queda patente en cada episodio, y el traslado al contexto mexicano corrió por cuenta del dramaturgo Luis Mario Moncada, quien hace un ligero cameo en el capítulo 5, "El joven simulador". (Respecto al capítulo 8, "El Pacto Copérnico", es mil veces mejor el original que la franquicia. Cuestión de enfoques.)
Ahora bien, y por la heterodoxia de sus métodos, se les podría considerar héroes (o villanos, según se vea), pero, como lo describe Szifrón, "a veces, lo que es legal no es justo, y lo que es justo, no es legal" y en esa máxima radica su eficacia. Hasta del 99%. Pero lo que sí es meramente importante, es que juegan con las señales que se requieren para que el mundo gire. (Una palabra, un gesto, una mentira, no importa.) Dejo a ustedes la última palabra sobre la serie: quien escribe la sigue cada martes y es de lo mejor que ha visto en años. Muchas gracias.