lunes, 28 de abril de 2008

Un marginal en el Claustro de Sor Juana

La semana pasada, tuve la fortuna de asistir al IV Encuentro de Escritores Latinoamericanos en la Universidad del Claustro de Sor Juana, dedicado a Octavio Paz y con el tema "Pasiones y obsesiones". Evento organizado, cabe decir, en el marco del Festival de México en el Centro Histórico. Del 24 al 26 de abril, varios escritores latinoamericanos leerían sus obras y disertarían sobre pasiones y obsesiones, según cómo ellos interpretan esto.
El primer día, quien escribe llegó después de la inauguración, pero estuvo muy a tiempo para escuchar la primera mesa, integrada por escritores de la talla de Jorge Volpi, Anamari Gomís, Eduardo Antonio Parra, Enzia Verduchi y el argentino Daniel Link. (Una mesa como anaquel de armería, es decir, que cada quien dispara por su lado. Cuestión de enfoques.) Al final, los escritores fueron abordados por la comunidad estudiantil del Claustro, quienes no dudaron en pedir el consabido autógrafo, la foto con el autor de su predilección e, inclusive, hasta pedir su e-mail, por si las moscas. (En lo personal, Anamari Gomís quedó conmocionada cuando le presenté mi ejemplar de Ya sabes mi paradero, al cual estampó una cálida pero sincera dedicatoria. Mil gracias.) Luego de toda esta primera parafernalia, tocó turno a la segunda mesa, donde el norteamericano Santiago Vaquera, el brasileño Alexandre Vidal-Porto y los mexicanos Rafael Lemus y Claudia Guillén, se lucieron de lo lindo. (De acuerdo con la programación del encuentro, estaba anunciada la presencia de Rosa Beltrán, pero nunca asistió. Cosas de la vida.) Después de toda esa avalancha de talentos y de obsesos metidos a ponentes en horas 24, tomé la imperiosa decisión de abandonar la universidad y dedicarme a buscar obras de los próximos expositores.
El viernes, como es natural en un servidor, llegué rayando el pavimento. A diferencia del día anterior (cuyas actividades se realizaron en el Patio de la Fundación), ahora se habían trasladado al sotocoro del Ex-templo de San Jerónimo, donde -se supone- está enterrada Sor Juana Inés de la Cruz. La mesa de turno merece, a mi juicio, la siguiente palabra: iconoclasta. El argentino Martín Kohan, el peruano Iván Thays, y los mexicanos José Ramón Ruisánchez -conductor del programa Entrelíneas, de canal 22-, Geney Beltrán y Jorge Fernández Granados, tuvieron el turno de contarnos sus pasiones y sus obsesiones. Solamente el texto de éste último, leído por Claudia Posadas, dejó maravillados a los estudiantes claustrianos, lo mismo que a quien escribe. (Cuando le compartí ese beneplácito, mientras firmaba mis ejemplares de Letras Libres donde se publicaron unos poemas suyos, agradeció sobremanera ese gesto. Su condición invidente, pero franca, cordial y sabia, me hizo recordar a otro gran Jorge, de apellido Borges.)
A las 2 p.m, Adolfo Castañón impartió una plenaria sobre Pasado en claro, de Octavio Paz, obra que conoció desde el primer momento de su impresión, cuando trabajaba en el Fondo de Cultura Económica. Castañón mostró a los asistentes la edición de lujo del poema paciano, hecha en un papel especial, color tierra, numerado y firmado por el autor, dentro de un estuche muy bonito. (No cabía duda de que Paz era muy cuidadoso con las ediciones de sus libros. Y con las ediciones especiales, nunca le falló el tino.)
Luego de un intermedio para comer, a las 4 p.m, comenzó la primera mesa de la tarde, conformada por los mexicanos Sealtiel Alatriste, José María Espinasa y Álvaro Enrigue, y la brasileña Daniela Abade. Después que los mexicanos leyeron sus escritos ex profeso, Abade contó sus experiencias como escritora en un mundo lleno de lenguas que se confunden entre sí. Para rematar esa idea, proyectó un fragmento de su videoblog donde sostuvo esa postura. (Al final de la mesa, primero me acerqué a ella para felicitarla por su exposición, pero también para preguntarle si ella era la protagonista de un filme brasileño, Dos perdidos en una noche sucia; se extrañó al oír eso y dijo que no. Bueno...) Saludé a Enrigue, quien me reconoció de inmediato; mientras eso sucedía, tuve una microplática con una estudiante del Claustro (recuerdo que se llamaba Deetta, nombre de origen yugoslavo, según recuerdo) sobre... Enrigue, para variar, y también para informarle que había un libro de Sealtiel Alatriste a la venta y editado por el Fondo, mismo que no tardó en comprar. Más allá de ello, rien ne va plus.
La última mesa vespertina tenía, taurinamente hablando, buen cartel, conformado por el guatemalteco Arturo Arias, el colombiano Darío Jaramillo Agudelo, y los mexicanos Heriberto Yépez, Ignacio Solares y Julieta García, bellísima como siempre. Jaramillo confesó que sus placeres son la lectura y la escritura, y sus obsesiones, apoyar a un equipo de soccer de Medellín, llamarle a su madre todos los días a las 7 p.m. y la puntualidad. Solares, por su parte, dedicó su intervención para hablar sobre la pasión por la corrección que tuvo Octavio Paz en vida. Cuenta que Paz leía los originales (que aparecerían en próximos números de la revista Plural) desde la primera letra hasta la última coma, sea en la comodidad de su departamento en Reforma, sea ¡¡por teléfono!! (¡¡Y aún así los corregía!!) Al final, me acerqué a la mesa para que Solares firmara mis libros, y luego abordé a Julieta para que hiciera lo propio sobre mis ejemplares de Letras Libres. Al comentarle que la escuchaba en 90 Kinkys, aquel legendario programa de radio donde ella alguna vez participó, simplemente se rió y sólo pudo darme las gracias. (Habrá un día, seguro.)
Al convivir entre escritores jóvenes y maduros, me sentía como aquellos primeros años en la carrera de Letras, cuando soñábamos con ser famosos, llenos de talento, entre otras cosas. Hacía tiempo que no estaba en estos ambientes, sin embargo, me sentía un outsider, perdido entre los habitantes de un país de opereta. (Así lo veía y no he cambiado al respecto.) Sólo el repentino (re) encuentro con Eunice Alpízar, quien trabaja ahora en el Pasaje Zócalo-Pino Suárez, me hizo sentir como en casa. De cualquier manera, no dejé de sentirme marginal.
[¿Asistiré al encuentro del año entrante? Seguro que sí, pero aún lo dudaría... Como siempre me decía una amiga historiadora, ahora madre de familia, el tiempo a veces no es nuestro. Pero hay que intentarlo, ¿no?]

No hay comentarios.: