viernes, 21 de marzo de 2008

La tunda de las generaciones

Hace exactamente ocho años, y luego de diez meses de paro injustificado, mi generación (2000-2003) de la carrera de Letras Hispánicas de la entonces ENEP-Acatlán (UNAM) comenzaba su periplo por el ancho y ajeno mundo de la vida universitaria. Al principio, éramos -como debió de ser con toda novel generación- gente in, o sea, inexperta, incompetente, intransigente, según se vea, pero los talentos individuales dejaron otra cosa que desear. (Como libro de Vladimir Nabokov, habla, memoria.)
Mi grupo, como todo aquel que se digne de serlo, tuvo, por así decirlo, varios subgrupos: la extrema izquierda (no por polaca, sino por extremista; la única polaca que estaba en el grupillo lo era de verdad), la burbuja (una camarilla cuya lider natural era todo un dechado de diplomacia pura) y la apertura, un "grupo sin grupo", si es que algún calificativo se le puede asignar. Entre estas secciones se iba la vida del grupo, lanzándose guayabazos, recordatorios del 10 de mayo y, eventualmente, concertaba ciertas treguas cuando el futuro del grupo estaba en jaque. (Para su buena fortuna, quien escribe no estaba afiliado a algún grupo, cosa que lo hacía apto a todo tipo a alianzas. Aún así, conservé mi independencia y sigo vivo, ¡¡gracias a Dios!!)
Sin embargo, como buena parte de mis compañeros, algunas materias de la carrera las tuve que recursar con las generaciones venideras y con ello, tuve otra experiencia de vida. Claro está que cada una tenía sus respectivos grupúsculos, pero eso no hizo mella en mí. Me explicaré mejor.
Con la primera generación postrera compartí una dicha por adelantado: tuvo como maestros a los puntales de la hoy imperante nueva ola, es decir, jóvenes profesores cuyo conocimiento y experiencias rebasaban todo tiempo. (Sinceramente, mis coetáneos, al verlos nuevos e inexpertos -eso creían- los agarraban de botana, mas el gusto les duró poco.) Pero el principal defecto de esa generación fue el orgullo. Se sentían -algunos, no todos- como la Divina garza envuelta en huevo y ello les adjudicó el epíteto de creídos. Muy pocos, hoy día mis amigos, nos salvamos de aquel ambiente. (¡¡Fiuuu!!)
La segunda corrió con una suerte bárbara. No se sentía elegida por los dioses, pero tampoco se menospreciaba. Muy al contrario. El ímpetu y la laboriosidad de ésta le hizo despuntar en varios campos, como la lingüística y la literatura, donde cabe notar que varios compañeros ahora son el arroz de todos los moles en los que a coloquios, simposia y conferencias se refiere. Con ellos me sentí como en casa, pero sólo por el mero sentimiento. Sinceramente, esa generación es la verdadera heredera de los sueños y ambiciones de la mía. Gratitud es la palabra que mejor define eso.
Respecto a la tercera, que veía a miembros de la mía como leyendas vivas (quien no reconozca esto, que lance la primera réplica), rebasó a sus dos antecedentes en mayor medida. Tuvieron viva la esperanza de que hubiese un cambio en la carrera. Mientras lo esperaban, trabajaron sin tregua en todos los ámbitos y ahora -para algunos- tienen más que merecida su recompensa. (Tengo noticia de que apenas se han titulado dos personas muy queridas por mí, cosa que me llena de orgullo. Ellos saben a qué me refiero.) Creo, sin lugar a dudas, que esta generación inició, sin saberlo, una nueva época cuyos frutos ahora disfrutan nuestros sucedáneos colegas.
Al no tener noticias sobre la cuarta, llego sin prisa a la quinta, de la que, a veces, no quisiera acordarme. Una personita (por quien cacheteaba las banquetas, debo reconocerlo) me lanzó una falsa acusación sobre una cosa delicada: el acoso. Ello influyó para que buena parte de esa generación te tildara de muchas cosas, no tan buenas que digamos. Sin embargo, sostuve mi postura ecuánime y la verdad salió por añadidura. (Tengo noticia de que mi bella acusadora está más sola que Martita en el rancho y aquellos que antes me lanzaron su dedo inquisidor, ahora son mis colegas, camaradas y amigos.) Por el lado del talento, debo decir que tenían más arraigadas sus inquietudes literarias que el resto de las generaciones. (Ellos sí soñaban con ser los nuevos Fuentes, Saramago, Pérez-Reverte y Anne Perry.) Para mi buena fortuna, esa aspiración los hacía, por default, mis contemporáneos inmediatos. En ellos, la máxima del mayo parisino de 1968 era su escudo de armas: Seamos realistas, ¡¡pidamos lo imposible!!
Ahora bien, entre tanta generación de la fui parte, y haciéndole honor a mi nombre, regresaba con regularidad a mi Ítaca, o sea, con los míos. Aunque fui el último integrante que terminó de cursar todas las materias del plan de estudios, estuve en primera fila como testigo de tantas cosas: la entrega de diplomas de los sobrevivientes -los que aprobaron todo en tiempo record-, el éxodo de varios compañeros hacia Ciudad Universitaria, los viajes de ida y vuelta de la lideresa natural, e incluso, los cambios de bando de una colega e inclusive el adiós (¿definitivo?) de una amiga mía, cuya vida está allende el Mar Caribe. Siempre fui el rezagado para todo, pero para contar su historia, mi historia, tengo la plena seguridad de que fui-soy-seré el primero. Y, claro, cada generación da y recibe sus propias tundas, y, por supuesto, yo ya las recibí todas. (¿Arrepentirme de ello? Tal vez...)
[P.S. Se escapan muchas cosas en este capítulo de mis Leaving Port Memories, pero ésas no aparecen aquí por dos razones: una, por respeto y admiración hacia aquellos con los que compartí su tiempo y espacio. (El destino de cinco de mis ex-compañeros: una se convirtió en actriz -salió en la polémica El violín-, un colega emigró al Sur y se volvió un parroquiano de la UPN; otra terminó como asistente de una innombrable, un marginal cambió de giro artístico y una amiga muy querida, bueno, digamos que está pagando una deuda con su casa de origen. Nada más.) Y la otra, simple y sencillamente porque se me olvidó escribirlas. No cabe duda que olvidar es también tener buena memoria. Ustedes, ¿qué piensan?]

3 comentarios:

La niña Fonema dijo...

No sé en qué generación me ubiques, pero puedo decir que en Acatlan City siempre fui exiliada. Nunca encajé. Siempre estaba en el COLMEX haciendo tareas. Y no me molestará que escribas mi fabuloso destino, como el de Amelie Poulain, porque supongo que la información que te falte la compensarás con esa bondadosa imaginación tuya, que tantos prodigios me ha otorgado.
Besotes,

Nora

La niña Fonema dijo...

Por cierto, esperamos que vengas al congreso de literatura gótica (checa gothiccongres.blogspot.com), y te informo que ahora vivo en la bella (colonia) Nápoles, enfrente de Chiandoni, a ver cuándo vienes a tomar un heladito...

La niña Fonema dijo...

*gothicongress.blogspot.com