lunes, 31 de marzo de 2008

Lonesome Traveller: Octavio Paz

En alguna entrevista, el pintor colombiano Alejandro Obregón dijo lo siguiente: "La música es el arte del sonido; la pintura, el arte del silencio, y la poesía, el arte del intelecto". (Para quienes practican esta última, más que arte, es una forma de vida. Y los poetas -leáse tambien escritores- lo saben muy bien.) Pero quien llevó esto hasta sus últimas consecuencias, fue el poeta mexicano Octavio Paz, de quien hoy nos ocuparemos.
Nacido en 1914, en el legendario barrio de Mixcoac, ya llevaba desde la cuna el sino de las letras, puesto que su abuelo paterno, Ireneo Paz, fue un importante periodista durante la última mitad del siglo XIX, y su padre, Octavio Paz Solórzano, además de periodista, estuvo bajo las órdenes de Emiliano Zapata durante la Revolución mexicana. (Con una prosapia así, su destino estaba más que sellado.) Cuando joven, mientras estudiaba la preparatoria, titubeó entre el Derecho y las Letras, pero al final se quedó con éstas últimas. Con la ayuda de varios compañeros de generación, como Efraín Huerta y Rafael Solana, fundó varias revistas, como Barandal y El Hijo Pródigo, donde publicó sus primeros poemas. Paralelamente, se interesó por la pólítica, misma que lo mismo lo llevó a fundar escuelas rurales en Yucatán que a combatir en el bando republicano durante la Guerra Civil española, como parte de la delegación mexicana que asistió en 1937 al Congreso de Escritores Antifascistas, en la ciudad de Valencia. Por aquellos días, ya estaba casado con Elena Garro, su primera esposa, quien años después le daría a su única hija, Helena, la Chata. Toda la poesía que escribió durante esos años se encuentra presente en su primer libro, Libertad bajo palabra, mismo que Paz, en un constante ejercicio de autocrítica, no paraba de corregir. Y así con cada libro. (La pasión por la corrección, como bien lo describe Ignacio Solares.)
De vuelta en México, ingresó al servicio diplomático, cuyas funciones lo llevaron a tierras lejanas como Francia (donde se adhirió muy brevemente al movimiento surrealista y defendió la película Los olvidados, de Luis Buñuel, entre otras cosas), Japón (cuya poesía lo cautivó hasta el grado de traducirla al español; Sendas de Oku, de Matsuo Basho, es ejemplo de ello) y la India, la cual hizo mella en su ulterior vida y obra, al grado de admirar sobremanera su cultura y el haber conocido, para luego casarse con ella en segundas nupcias, a la francesa Marie-Jose Tramini, también itinerante como él. (Libros como El mono gramático, Ladera este, Vuelta y Vislumbres de la India surgieron en aquellos lejanos lares.) Esta vida dedicada a los viajes acabó de cuajo cuando Paz renunció a su cargo diplomático en la India como protesta por los amargos sucesos de octubre de 1968, hecho que lo condujo a otra temporada itinerante, pero esta vez invitado por varias universidades de Europa y Estados Unidos para impartir cátedra.
Nuevamente en México, comenzó una última etapa que, podría decirse, fue la más productiva. Invitado por Julio Scherer, director del diario Excélsior, creó la revista Plural, donde las letras, el arte y la política tuvieron excelente cabida, gracias a las colaboraciones de Gabriel Zaid, José de la Colina, Alejandro Rossi, Julieta Campos y un entonces joven Enrique Krauze, quienes lo siguieron continuamente. En 1976, después del artero golpe al periódico, en solidaridad con Scherer, salen de allí y fundan Vuelta, revista que seguiría con las mismas intenciones de Plural, sólo que ésta navegaría por sí misma. (Sus artículos sobre política internacional previeron la caída del bloque socialista, por decir algo. En 1990, esa pluralidad temática se concretó en un épico encuentro: La experiencia de la libertad, mismo que se transmitió por varios canales de Televisa, y cuyas intervenciones se conjuntaron en ocho volúmenes bien cuidados.) La revista duró hasta la muerte de Paz, el 19 de abril de 1998.
Ahora bien, entre toda esta avalancha de datos y sin caer en la mera efeméride, de la obra paciana destaca la diversidad de temas que pasaron por la mirada de Paz, como el arte (Los privilegios de la vista), la literatura (El arco y la lira), la política (Tiempo nublado) y la sociedad mexicana (El laberinto de la soledad); todo esto, claro está, sin dejar de lado el ejercicio de la poesía, patente en Libertad bajo palabra, Pasado en claro, Árbol adentro, etc. Muchas de las veces le reprocharon sus opiniones políticas, pero nunca su poesía corrió con la misma suerte; "en política, todos nos equivocamos", decía con suma razón. (Incluso él, para variar.)
Hoy, 31 de marzo (y el próximo 19 de abril también), celebremos una vida hecha poesía, que a pesar de los tiempos que corren, será lo único que logrará permanecer. El mejor de todos los homenajes es, desde luego, leerlo. Y como alguna vez dijo al poeta catalán Pere Gimeferrer, "El mejor premio para un escritor son sus amigos desconocidos", es decir, sus lectores. ¿A poco no?

miércoles, 26 de marzo de 2008

¡¡¡Felicidades, Onatta!!!

Una característica primordial de las Consejeras de la Nueva República de Babel, es la pluralidad de la formación de cada una. Obviamente, destacan historiadoras, diseñadoras gráficas, comunicadoras, sociólogas, etc., y todas, buena parte del tiempo, coinciden en el mismo punto. En una de las Consejeras, la matemática Onatta Lecona, de quien me ocuparé en esta ocasión, sí se aplica dicha frase, pero con un plus: la discrepancia, que en su caso, más que alejar, acerca. Vamos por partes.
Conocí a Onatta ¡¡hace más de diez años!!, en los gloriosos años de la preparatoria (extraña mezcla de secundaria y kibbutz, he de reconocerlo), en el lugar más inverosímil: la dirección del plantel, donde ella trabajaba como recepcionista y además, por las noches, allí mismo estudiaba. Me llevaba una generación de ventaja. A partir del día en que realizaba mis trámites para reinscribirme al semestre sucedáneo, no sólo su buena atención era el pan de cada día, sino también las coincidencias literarias y los géneros literarios que entraban a escena. Desgraciadamente, como decía una colega de Historia hace varios ayeres, a veces, el tiempo no es nuestro y, evidentemente, así era. Mis escalas le quitaban algo de tiempo de oficina, lo admito algo culpable, pero los minutos que compartí con ella fueron la mejor enseñanza que pude tener por aquel tiempo. (Más que mi estancia en el taller de creación literaria, de verdad.) Al año siguiente, partió junto con su generación hacia nuevos mares, los del Sur, en su caso, para estudiar Filosofía en la Facultad.
Para cuando egresé de la preparatoria, ella asumió un cambio capital en su vida presente: cambiar la Filosofía en el sur por las Matemáticas en el norte, cosa que sí logró, aún cuando el paro universitario de 1999 nos robara la primavera (...y el verano, y el otoño, y el invierno). Mientras tanto, ella seguía su vida y quien escribe la suya. En marzo del año siguiente, ocurrió uno de nuestros primeros reencuentros en nuestra entonces ENEP-Acatlán. La sorpresa mayor: ¡¡qué nos habían encasillado en la misma generación!! (Con sus diferencias respectivas, desde luego.) Aún así, disfrutábamos el grato cruce de caminos. Entre más entrecruzamientos, mayor era su pasión por las matemáticas y más se confirmaba mi decisión por las Letras Hispánicas. Buena parte de esa decisión tuvo origen en sus consejos, lecturas y palabras. (Uno de sus autores de cabecera, E. M. Cioran, fue el detonante para que cambiara el Derecho y la Comunicación por las Letras Hispánicas. Todavía se lo agradezco, aún ahora que comparto mi tiempo con la Historia.)
Hace año y medio, debido a la turbulencia política del momento, se volvió una mujer de ánimo combativo, cosa que, en un principio, me desconcertó; sin embargo, acabé por aceptar a la larga esa condición. (A principios de año, una frase de Julio Scherer y una indignación común por la canallada que se le hizo a Carmen Aristegui, lograron mi regreso hacia sus puertos.)
Ante todo esto, aún me faltaría escribir más cosas sobre Onatta Lecona, pero no sería suficiente porque una mujer con espíritu combativo, abierta a la pluralidad y amante de los números, necesita más de una vida para reconocer sus logros, sus luchas y sus gustos. Si mi querida Weissberg fuese una palabra del diccionario, permanencia sería la indicada. Y todavía le queda corta.
Querida Onatta, sin picarme de original, y ante una vida más que vivida, sólo me resta desearte lo mejor para que salgas airosa de todas tus batallas y ojalá que nunca pierdas esa fuerza que siempre has tenido. Y me callo de una vez.
¡¡¡Felicidades, Onatta!!!


viernes, 21 de marzo de 2008

La tunda de las generaciones

Hace exactamente ocho años, y luego de diez meses de paro injustificado, mi generación (2000-2003) de la carrera de Letras Hispánicas de la entonces ENEP-Acatlán (UNAM) comenzaba su periplo por el ancho y ajeno mundo de la vida universitaria. Al principio, éramos -como debió de ser con toda novel generación- gente in, o sea, inexperta, incompetente, intransigente, según se vea, pero los talentos individuales dejaron otra cosa que desear. (Como libro de Vladimir Nabokov, habla, memoria.)
Mi grupo, como todo aquel que se digne de serlo, tuvo, por así decirlo, varios subgrupos: la extrema izquierda (no por polaca, sino por extremista; la única polaca que estaba en el grupillo lo era de verdad), la burbuja (una camarilla cuya lider natural era todo un dechado de diplomacia pura) y la apertura, un "grupo sin grupo", si es que algún calificativo se le puede asignar. Entre estas secciones se iba la vida del grupo, lanzándose guayabazos, recordatorios del 10 de mayo y, eventualmente, concertaba ciertas treguas cuando el futuro del grupo estaba en jaque. (Para su buena fortuna, quien escribe no estaba afiliado a algún grupo, cosa que lo hacía apto a todo tipo a alianzas. Aún así, conservé mi independencia y sigo vivo, ¡¡gracias a Dios!!)
Sin embargo, como buena parte de mis compañeros, algunas materias de la carrera las tuve que recursar con las generaciones venideras y con ello, tuve otra experiencia de vida. Claro está que cada una tenía sus respectivos grupúsculos, pero eso no hizo mella en mí. Me explicaré mejor.
Con la primera generación postrera compartí una dicha por adelantado: tuvo como maestros a los puntales de la hoy imperante nueva ola, es decir, jóvenes profesores cuyo conocimiento y experiencias rebasaban todo tiempo. (Sinceramente, mis coetáneos, al verlos nuevos e inexpertos -eso creían- los agarraban de botana, mas el gusto les duró poco.) Pero el principal defecto de esa generación fue el orgullo. Se sentían -algunos, no todos- como la Divina garza envuelta en huevo y ello les adjudicó el epíteto de creídos. Muy pocos, hoy día mis amigos, nos salvamos de aquel ambiente. (¡¡Fiuuu!!)
La segunda corrió con una suerte bárbara. No se sentía elegida por los dioses, pero tampoco se menospreciaba. Muy al contrario. El ímpetu y la laboriosidad de ésta le hizo despuntar en varios campos, como la lingüística y la literatura, donde cabe notar que varios compañeros ahora son el arroz de todos los moles en los que a coloquios, simposia y conferencias se refiere. Con ellos me sentí como en casa, pero sólo por el mero sentimiento. Sinceramente, esa generación es la verdadera heredera de los sueños y ambiciones de la mía. Gratitud es la palabra que mejor define eso.
Respecto a la tercera, que veía a miembros de la mía como leyendas vivas (quien no reconozca esto, que lance la primera réplica), rebasó a sus dos antecedentes en mayor medida. Tuvieron viva la esperanza de que hubiese un cambio en la carrera. Mientras lo esperaban, trabajaron sin tregua en todos los ámbitos y ahora -para algunos- tienen más que merecida su recompensa. (Tengo noticia de que apenas se han titulado dos personas muy queridas por mí, cosa que me llena de orgullo. Ellos saben a qué me refiero.) Creo, sin lugar a dudas, que esta generación inició, sin saberlo, una nueva época cuyos frutos ahora disfrutan nuestros sucedáneos colegas.
Al no tener noticias sobre la cuarta, llego sin prisa a la quinta, de la que, a veces, no quisiera acordarme. Una personita (por quien cacheteaba las banquetas, debo reconocerlo) me lanzó una falsa acusación sobre una cosa delicada: el acoso. Ello influyó para que buena parte de esa generación te tildara de muchas cosas, no tan buenas que digamos. Sin embargo, sostuve mi postura ecuánime y la verdad salió por añadidura. (Tengo noticia de que mi bella acusadora está más sola que Martita en el rancho y aquellos que antes me lanzaron su dedo inquisidor, ahora son mis colegas, camaradas y amigos.) Por el lado del talento, debo decir que tenían más arraigadas sus inquietudes literarias que el resto de las generaciones. (Ellos sí soñaban con ser los nuevos Fuentes, Saramago, Pérez-Reverte y Anne Perry.) Para mi buena fortuna, esa aspiración los hacía, por default, mis contemporáneos inmediatos. En ellos, la máxima del mayo parisino de 1968 era su escudo de armas: Seamos realistas, ¡¡pidamos lo imposible!!
Ahora bien, entre tanta generación de la fui parte, y haciéndole honor a mi nombre, regresaba con regularidad a mi Ítaca, o sea, con los míos. Aunque fui el último integrante que terminó de cursar todas las materias del plan de estudios, estuve en primera fila como testigo de tantas cosas: la entrega de diplomas de los sobrevivientes -los que aprobaron todo en tiempo record-, el éxodo de varios compañeros hacia Ciudad Universitaria, los viajes de ida y vuelta de la lideresa natural, e incluso, los cambios de bando de una colega e inclusive el adiós (¿definitivo?) de una amiga mía, cuya vida está allende el Mar Caribe. Siempre fui el rezagado para todo, pero para contar su historia, mi historia, tengo la plena seguridad de que fui-soy-seré el primero. Y, claro, cada generación da y recibe sus propias tundas, y, por supuesto, yo ya las recibí todas. (¿Arrepentirme de ello? Tal vez...)
[P.S. Se escapan muchas cosas en este capítulo de mis Leaving Port Memories, pero ésas no aparecen aquí por dos razones: una, por respeto y admiración hacia aquellos con los que compartí su tiempo y espacio. (El destino de cinco de mis ex-compañeros: una se convirtió en actriz -salió en la polémica El violín-, un colega emigró al Sur y se volvió un parroquiano de la UPN; otra terminó como asistente de una innombrable, un marginal cambió de giro artístico y una amiga muy querida, bueno, digamos que está pagando una deuda con su casa de origen. Nada más.) Y la otra, simple y sencillamente porque se me olvidó escribirlas. No cabe duda que olvidar es también tener buena memoria. Ustedes, ¿qué piensan?]

martes, 18 de marzo de 2008

Hacia un Primer Aniversario...

H. Consejo Femenino de Gobierno:

El próximo sábado 12 de abril se cumple el Primer Aniversario de la fundación de la Nueva República de Babel, lugar del cual ustedes conforman su máximo órgano rector. Y para celebrarlo, propongo lo siguiente.

Hace algunos años, a varias de ustedes las hice partícipes de varios juegos que lancé a las aguas de la web; cuya respuesta fue más que notable. Ahora bien, y recordando el primero de ellos, Hacia la nueva biblioteca de Babel, cada una de ustedes deberá enviar -al presente correo electrónico, claro está- una lista de sus 10 libros favoritos (y sus razones para serlo, sin importar el género), y así conformar un listado más amplio que resuma la pluralidad temática dentro del blog.

La fecha límite para ello es el miércoles 16 de abril, puesto que dos días después, se publicará el listado oficial.

De antemano, ¡¡muchísimas gracias!!
Atte.
Ulises Velázquez,
Presidente vitalicio de la Nueva República de Babel

miércoles, 5 de marzo de 2008

La papelería de las maravillas

Hace poco platicaba con Leyvi Castro acerca de lo engorroso que resulta visitar una papelería en tiempos de efervescencia escolar, es decir, cuando los niños (acompañados por sus papás) abarrotan dicho lugar en busca de los artículos para el uso diario en la escuela. Dicha situación eleva a rango de alerta sísmica toda escala en éstas. Sin embargo, no todo está perdido. Expliquemos por qué.
Para quienes somos visitantes asiduos de las papelerías, cada escala que se hace en éstas resulta ser una maravilla, por donde quiera que se vea esto. Vamos por partes. Cuando niños, antes de las clases, era de imperiosa necesidad pasar frente a una para comprar los aditamentos necesarios para el día, como cuadernos, lápices o bolígrafos, dado que su compra se había dejado hasta última hora, por x, y, z razones. (La mayoría de las veces, ésta nos salvaba del patíbulo escolar.) Y una segunda escala (postrer al día laboral, desde luego) reinflaba a los escolares toda autoestima, con gloriosas recompensas a elegir: álbumes de moda, estuches de colores y una interminable cantidad de dulces que harían ver la casa de Hansel y Gretel como sucursal de la Maddox. Y los días siguientes, pasaba lo mismo. De ida y vuelta. (Cuento de nunca acabar.)
Aparte de las compras escolares y las recompensas ocasionales, en estas papelerías de barrio siempre había cabida para las sorpresas, como, por ejemplo, encontrar ese ansiado juego de mesa para diezmar al ejército del tiempo, o también hallar un regalito para salir del paso -ni digo para qué fechas, porque se me viene el mundo encima-, y cosas así por el estilo. (No cabe duda que en un lugar así, más de mundo y medio le cabía.) En una palabra, una completa cueva de las maravillas: expresión con que Gabriel García Márquez denominó a ciertos negocios del Centro Histórico. (Y razones no le faltaban...)
Con la llegada de los emporios papeleros, la variedad de los artículos aumentó y, con ello, dos reacciones encontradas: una, se calcó el ambiente autista del súper, y la otra, los hedonistas -leáse escritores, puppy scholars y oficinistas de ocasión- daban libre curso a sus vicios. Los primeros, buscando el tipo de papel para plasmar ese intento de novela que haría temblar al mismo Saramago; los segundos, moviendo cielo, mar y tierra para conseguir la libreta de moda, mientras que los últimos, simple y sencillamente se hacían de los artículos de papelería como si armasen un refugio anti-bombas. (A título personal, las plumas fuente, los bolígrafos de tinta gel y las agendas me sumen en un estado contemplativo sólo comparable al que se vive en La Villa cada 12 de Diciembre.) Y a pesar de estos asegunes, las maravillas no sólo permanecían, sino que se multiplicaban.
En una palabra, siempre habrá papelerías que nos saquen del hoyo, pero también para mostrarnos que el mundo, aunque ancho y ajeno, tiene cabida para todos. (Sea con la compra de un cuaderno nuevo, sea con una bolsa de dulces o un juguetito en la mano.) Por donde quiera que se vea, la verdadera maravilla de las papelerías reside en la sorpresa que nos depara cada día. Ni más, ni menos.