sábado, 19 de enero de 2008

Leaving Port Memories: La promesa de una pluma

Como buena parte de mi gremio, siento una enorme atracción hacia el adminículo más importante de mi trabajo: la pluma. Y no es para menos, porque buena parte de mi vida me ha acompañado, sea como bolígrafo, sea como estilográfica. Mejor me explico.
En mi estancia preparatoriana, allá por finales de los 90, mi encuentro con la Literatura se dio de dos formas: una, cuando estuve en un taller de creación literaria coordinado por el poeta Luis Tiscareño y la otra, consecuencia inminente de la primera, la compra de mi primera pluma fuente. En la papelería situada frente a la escuela, un amor a primera vista fue mi motivación para comprar aquel instrumento de escritura. El dependiente me explicó que era una pluma fuente y que no me serviría de nada. Me temo que se equivocó, porque fue mi inseparable compañera cuando escribí mis primeros poemas para luego verlos ya en caracteres de imprenta y estampar el consabido autógrafo. Muchos de aquellos ejemplares se perdieron, pero también mi pluma: un pésimo cuidado de mi parte le dio en la chapa a mi compañera de manufactura francesa. (Aún hoy lo lamento.) Tiempo después, en la misma papelería, compré otra, de naturaleza desechable, que siguió mis pasos, mas nunca llegó a ser como su antecesora.
Años después, en el peculiar ambiente de la carrera de Letras Hispánicas, renació mi admiración por las plumas, pero en su modalidad de bolígrafo. Llegué a coleccionar varios modelos y algunos, obvio, fueron mis aliados a la hora de escribir el poemita de ocasión, el cual pasaría una larga estancia en el cuaderno de notas hasta que el perfeccionismo muriera de pereza. Así pasó. Con ello, renació un interés por la pluma fuente. Una manía que tuve (tengo) era mirar fijamente, en los aparadores de la calle 5 de Mayo, los modelos de estilográficas que existen: Parker, Sheaffer, Waterman, Neiman-Marcus y, la joya de la corona, Mont Blanc. Bien sabía que nunca podría darme el lujo de tener una, pero verlas ya me hacía el día. (Por aquellos días, comenzaron a venderse en los voceadores, de forma semanal y/o quincenal, una colección de plumas fuente, con su respectivo cartucho de tinta para escribir. Eran más baratas que sus homólogas de oro y caucho, pero aún así era difícil tenerlas.) Pero como era más sincero y persistente mi deseo por escribir, siempre había bolígrafos en quienes confiar. (Además, para el santo que era, con pocos repiques bastaba.)
Hace varias Navidades, una amiga mía, Mildred Aguilar, me obsequió un juego de pluma y lapicero. Luego de agradecerle su regalo, le hice una promesa: que el primer texto de creación literaria o de investigación que escribiera con aquella pluma, estaría dedicado a ella. (Una de varias ponencias sí fue escrita con esa pluma, pero también con ésta le he firmado todas mis obritas que salen publicadas en revistas. Promesa más que cumplida.) Y un detalle más: desde mis colegas de generación, noveles como quien escribe, hasta historiadores como Jean Meyer y Enrique Krauze, han empleado momentáneamente mi pluma de batalla.
Luego de muchos años, por fin compré una estilográfica; el lugar: una sucursal de Papeleras Lumen. Compré un modelo sencillo, casi humorístico, gracias a la frescura de su decorado. (Era de color verde y tenía estampado un grillo.) Finalmente, valió la pena esperar tanto. Sin embargo, casi un año después, aparte de haberme acabado los cartuchos de tinta, se me rompió. (Todavía la conservo, detalles aparte.) Regresé a la fidelidad del bolígrafo y a la contemplativa acción de los aparadores en 5 de Mayo, mas no por mucho tiempo. Hace algunos días, Leyvi Castro me hizo un postergado y cálido obsequio: un par de plumas fuente, semejantes a la que había roto, para que siguiera escribiendo. Y aprovecho este momento para expresarle mi promesa de forma postrera: la primera obra de investigación, poema y/o cuento que escriba con una de esas plumas, estará dedicada a ella. Lo prometo. (Mientras tanto, me daré por bien servido cuando ella sea la primera persona a la que le firme mi próxima publicación en revistas. De verdad.)
Para finalizar este capítulo de las Leaving Port Memories, viene a mi mente una de las escenas finales de A beautiful mind, cuando a John F. Nash le hacen la ceremonia de la pluma, es decir, como una muestra de admiración y respeto hacia un hombre que llegó a su meta cumplida, el logro de toda una vida. (Confieso algo extrañado que con Leyvi sí se logró ese cometido, pero ella sabrá desmentirme.) De lo que sí estoy plena y completamente seguro es de que una pluma se obtiene por el esfuerzo constante y, por añadidura, genere la admiración de quienes más nos quieren y estiman. Y, claro, habrá otra ceremonia de la pluma que sienta yo la más adecuada.
¡¡¡Gracias!!!

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