jueves, 31 de enero de 2008

¡¡Felicidades, Vero!!

Enero termina tal y como había comenzado: celebrando a una de sus más activas y persistentes Consejeras. (Si el mes inició con el sello de la Historia, ahora toca cerrar el ciclo de manera diferente, es decir, con la mirada de una comunicadora.) Ahora corresponde semejante honor hacia Verónica del Toral, una de las primeras lectoras de la Nueva República de Babel y que ahora sus horizontes están allende los mares de la vida urbana. Me explicaré mejor.
Conocí a Verónica de la misma forma que Rosalía Velázquez y Leyvi Castro: en un atípico curso de ortografía y redacción, hace varios ayeres. (La época en que éramos tan jóvenes, como decía un colega mío, una cafetera tarde en un local de libaneses.) Como había comentado tanto en un capítulo de las Leaving Port Memories como en el retrato de Leyvi Castro, fue un curso peculiar impartido por un profesor sin cartera, del cual nunca me arrepentiré. ¿Por qué? Vamos por partes. Ante la rebeldía de dos muchachos de Filosofía, la inmensa curiosidad de Rosalía y los cuestionamientos de Leyvi (amiga y compañera suya por los cuatro costados, además de todo), la parte creativa y soñadora la ponía Vero en cada sesión. (Gracias a ello, me di cuenta que estaba ante una escritora en potencia.) Sin embargo, tuvieron que transcurrir varios meses para que su vena inventiva saliera a flote. Mientras eso sucedía, a la par de su servicio social en el Centro Cultural Acatlán, las tareas que dejaba para las próximas sesiones incentivaron ese gusto por la creación literaria, pero más en concreto, hacia cómo contar una historia. (Creo que el periodismo le ayudó a refinar mejor una habilidad natural. Se aceptan réplicas.) Un ejemplo notable de ello: en alguna sesión, pedí de tarea un cuento que tuviese relación con la radio. Todos cumplieron con dicho ejercicio, pero Vero fue más allá al desarrollarlo en estos tiempos difíciles, tan lejos de Dios y tan cerca del narco. (Tengo entendido que tan bueno le salió el cuento que fue publicado por entregas en la revista Laberinto. Me quito el sombrero.) Meses después, así como llegaron mis alumnos, también se fueron a hacer sus respectivas vidas.
Para mi buena fortuna, Vero regresó algunas veces al puerto de partida. Sea para encaminarla por los senderos de Sor Juana Inés de la Cruz, sea para invitarla a colaborar en El Búho. (Publicó un cuento muy bueno que, a decir verdad, me sigue conmocionando; señal de madurez literaria, si se me permite decirlo.) Después, sólo la constancia del e-mail mantenía vigente la relación. Hace nueve meses, aproximadamente, recibí una misiva suya con buenas noticias: se convirtió en correctora de estilo para una revista médica y hasta tuvo un acendrado interés por impartir un curso semejante al que había dado. Cosas de la vida.
Ante toda esta carretada de chispazos memorialistas, ¿cómo es Verónica del Toral? ¿Qué palabra la resumiría en su totalidad? La palabra que le quedaría mejor, sin temor a equivocarme, sería entusiasmo. (Como alumna, le ponía frescura a cada sesión. Como colega escritora, siempre generaba asombro. ¿Alguna pregunta?) Sin embargo, de algo estoy seguro: de cada empresa asumida y comulgada por cuenta propia, siempre tendrá buenas ganancias. Y si el tiempo nos concediese una tregua, será un placer compartir los viajes, las experiencias ¡¡y las palabras!!
Mi querida Vero: como Rosalía y Leyvi, mereces un retrato más justo, pero una admiración sincera ya quedó plasmada líneas atrás. Hoy que cumples añitos (no me digas cuántos, porque las mujeres no tienen edad), ojalá que conserves siempre viva esa fuerza con que haces las cosas, porque, ya lo decía la Guilmain, "la juventud no se lleva puesta, se ejerce". Y hasta aquí mi homenaje.
¡¡¡Felicidades, Vero!!!

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