lunes, 5 de noviembre de 2007

Viaje al fondo del escritorio

Alfonso Reyes, regiomontano universal, decía alguna vez que escribir "era limpiar los papeles del escritorio" y, a decir verdad, sí lo creo. Sin embargo, cada vez que el consabido mueble nos pide a gritos no sólo una manita de gato, sino una zarpa de tigre, la escritura pasa a un segundo plano y no nos resta más que sacar el rimero de papeles y ordenarlos según cierta importancia. Esto vino a mi mente gracias a una mañanera llamada celular de Rosalía Velázquez, historiadora con todas las letras, quien me invitó a limpiar su escritorio de papeles -literalmente-, para luego repartirnos el botín documental.
Vaciar las gavetas del escritorio y después (con una pericia que ya quisieran Bones Brennan y el Dr. Gregory House) revisar cuidadosamente cada papelillo hasta que, finalmente, éste termina en el cesto de la basura, no sin antes romperlo en dos y hasta en cuatro partes, o, por el contrario, perdonarle la vida y mandarlo a otra carpeta, a la espera de un segundo aire. (Otros, menos optimistas, hasta un tercero o cuarto podrían adjudicarle.) Para cualquier hijo de vecino, la primera acción debería ser la más obvia y, por ende, la más lógica, mas no ocurre así. Cuando se trata de los borradores de una ponencia, la servilleta donde nació un primer poema o de las fotografías de generación universitaria, gana por default la querencia y se reubican esos recuerdos en otra gaveta, aún más generosa y hasta justiciera. Pero como buena parte del mundo babélico que habita nuestros escritorios se compone por fotocopias de libros, magazines de variopinta materia y hasta por cajitas de segunda mano -sea de habanos, chocolates o diskettes- para guardar marinola y media, aquí la empresa es mucho más difícil, porque siempre surge el clásico pretexto: "Mejor los guardo; nunca se sabe cuándo serán de utilidad". Craso error.
Cada cosa, en el momento dado, requiere su utilidad; sin embargo, nos aferramos -me incluyo, qué remedio- a conservar rimeros y rimeros de papeles simplemente por una posible utilidad postrera, que, a decir verdad, tarda en llegar, e inclusive, para no hacer más largo el cuento, nunca llega. Involuntariamente, surge en este contexto un cierto coleccionismo. (Con anterioridad hablé acerca de las colecciones y, la verdad, la más peligrosa de todas nace sin tocar a la puerta. A las pruebas me remito.) Ahora bien, lo que resta por hacer es lo siguiente: seguir en la ordenanza y jerarquización de los papeles, solamente con algunas diferencias:
  1. Buscar una carpeta y poner allí recortes de periódicos y revistas, cuyo interés no rebase la simple coyuntura.
  2. Con los juegos de fotocopias, si son de imperiosa necesidad en varias ocasiones, engargolarlas no estaría de más. Con las que se usaron una sola vez, sigamos la técnica del reciclaje por dos vías: una, empleando el reverso para escribir, y la otra, venderlas u obsequiarlas a quien les dé mejor uso.
  3. Por último, quedan las revistas. La opción de regalarlas no está de más, aunque no es una solución total. Si su función no pasó del mero entretenimiento, venderlas por volumen a los cartoneros es buena opción, al menos para recobrar algo de dinero invertido. Los suplementos culturales correrán mejor suerte si se donan a una hemeroteca -pública o privada, no importa-; si su destino sigue siendo el cesto de la basura, ya es decisión única e inapelable de quien lo decida.
En fin... ¿qué queda por hacer? Mientras existan los escritorios, siempre habrá papeles de por medio. Cada fin de semana, cual Jacques Cousteau y la tripulación del Calypso, debemos sumergirnos en las profundidades del oceáno (de papeles) y así descubrir sus maravillas y sus peligros. Después de esto, cualquier escritorio nos lustrará el calzado. ¿A poco no?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada vez que limpio (involuntariamente por supuesto), me enfrento a los problemas que tu comentas: "lo guardare por si algun día se ocupa", lo malo es que el mentado día mi memoria me juega macabras bromas y me es imposible encontrar el susodicho objeto a efecto de haber quedado "bien acomodado". Otra sugerencia para los suplementos culturales es mandarlos encuadernar para crear una hemeroteca personal (con su debido fichero para que sea más eficaz). En fin somos seres con recuerdos relacionados a ciertos objetos a los que lamentablente nos es dificil desprendernos por un significado atribuido de manera personal.
Carlos D.