lunes, 19 de noviembre de 2007

Le Cinéma du Temps: Amélie

Bien decía Emilio García Riera que "el cine es mejor que la vida" y, a decir verdad, lo creo a carta cabal. Pero después de haber hablado sobre Blade Runner y La mirada de Ulises, en mi lista personal de películas -llamada ésta Al rescate de Arcadia, cuestión que retomaré en escritos postreros-, ahora corresponde a un filme, además de atípico, formidable.
Amélie (Le fabliaux destin d'Amélie Poulain, Jean-Pierre Jeunet, Francia, 2002) es una extraña fábula en torno a la soñadora Amélie Poulain, cuya vida (y la de sus familiares y conocidos) cambia el día de la muerte de la Princesa Diana, en uno de los puentes de París. A raíz de encontrar una caja de galletas detrás de un azulejo del baño en su departamento, se propone entregarla a su propietario verdadero. (Mientras sucede eso, secretamente cuenta con la complicidad de Raymond Dufayel, el hombre de cristal, vecino suyo en el edificio donde vive y del cual no puede salir.) Cuando la cajita llega a manos del Sr. Bredodeau, ha cumplido su cometido, y al conocer parcialmente la vida de sus conocidos, Amélie se asume como una salvadora de los desprotegidos y se da a la tarea de resolver sus problemas.
A la portera de su edificio, Madeleine Wallace, le hace recobrar su amor en el finado marido; a su padre, el Dr. Poulain, lo motiva a viajar gracias a las travesuras de un gnomo de jardín; intenta -de manera hilarante- hacerle de Cupido entre un ex-novio celoso marca Otelo y una hipocondriaca dependiente del Café des Deux Moulins; le da una sopa de su propio chocolate al verdulero Collignon, cuando éste le hace la vida imposible a Lucien, su colega en el negocio, entre otras peripecias, son los resultados de las buenas acciones de Amélie. Sin embargo, así como hay espacio para el prójimo, también debe haberlo para uno mismo y ella, luego de conocer a Nino Quincampoix, dependiente en una tienda de videos porno y cuya obsesión por recoger fotos de las máquinas despachadoras es más que evidente, se inclina en resolverle el misterio del hombre de las fotografías, además de flecharlo amorosamente. Los resultados, aparte de curiosos, quedan para quien vea la película.
¿Dónde reside el encanto de Amélie? Gracias a sus innumerables andanzas, Amélie otorga a las cosas una vital importancia, es decir, que el mínimo detalle es el factor determinante para la sucesión normal de las cosas. (V. gr. Una palabra de buen aliento -aunque falsa-, reavivó la esperanza de la portera.) Pero también juega con el orden (¿lógico?) de las cosas, como cuando cambia de lugar las cosas de Collingnon y hacerle ver que la vida no es lo que parece. Y, sobre todo, cuando cada cosa, luego de su inmediata resolución, pide a gritos una inusitada reacción, semejante a un happy end, pero eso sería pedir demasiado. (Si me quiero poner algo elevado, podría verse como una variante surrealista del efecto mariposa. Sans commentaires.)
En una palabra, Amélie nos enseña a jugar con el orden de las cosas, también a disfrutar de sus consecuencias, pero sobre todo, a darle importancia a los mínimos detalles de las cosas, que hacen más llevadera nuestra existencia, porque, cada día, la vida nos da una sorpresa. (Al igual que los artículos que versan sobre cine en la NRB, son muchos los detalles y poca la memoria para escribirlos.) Y conjugado esto con la excepcional música de Yann Tiersen, el resto son sólo minucias (en buen plan, claro está). Por último, cierro esta divagación con una de las frases de Hipolito, el escritor raté y cliente del Deux Moulins: Sin ti, las emociones de hoy son la mugre de ayer.
Au revoir!!!

sábado, 17 de noviembre de 2007

Reformas en la Nueva República

Consejeras, ciudadanos y habitantes de la Nueva República de Babel:

Durante la semana pasada, en el marco del Coloquio Memoria e Identidad, se suscitaron varios cambios en el seno de esta ilustre y heterodoxa república, donde el término a contracorriente le da grasa a esta avalancha de cambios. Sin embargo, por mero protocolo, seguiremos en esa misma vía. Y, por otro lado, he de anunciar los siguientes cambios dentro de la NRB:
  1. Con el ingreso, al Consejo Femenino de Gobierno, de las historiadoras Montserrat Rojas, Jael de la Luz y Rebeca López Mora, y de la diseñadora gráfica Leilani Medina, dicho organismo rector se reforma y queda de la manera como está expuesto en la presentación de este blog. Las Consejeras se dividirán ahora en Decanas (fundadoras de la NRB, cuya investidura será de caracter vitalicio), Numerarias (consejeras en activo) y Corresponsales (cuya participación se genere a la distancia). El Consejo contará con una Presidencia, la cual será rotatoria, es decir, que según la letra inicial del apellido, cada consejera lo presidirá por un breve tiempo. (Si la integrante que le toque cumplir con ese ministerio se encuentra ausente, la Presidencia pasará a la siguiente.) De cualquier manera, todas tienen voz y voto para aprobar y/o desaprobar las iniciativas del Presidente Vitalicio.
  2. Se crea un nuevo órgano en la NRB: la Junta de Consultores Ciudadanos, la cual estará integrada por Carlos Domínguez (Letras Hispánicas), Erich Obed Albarrán (Diseño Gráfico), Juan Bravo Zamudio y Francisco Morales Silva (Sociología), Ernesto González Rubio (Filosofía), y José Trinidad Cázarez y Julio César Morán (Historia), cuyas funciones serán de observación y de lectura dentro de la Nueva República.
Por lo demás, no habrá muchos cambios en esta heterodoxa región en la Súper Carretera de las Informaciones.
Atte.
La Presidencia de la Nueva República de Babel

Coloquio Memoria e Identidad

Cada día que pasa, sigo amando los coloquios. Y digo esto no sólo por la infinidad de temas expuestos, sino por el número de investigadores que terminan, inusitadamente, por afiliarse a nuestras conocencias, cosa que se agradece sobremanera. Y en el caso del coloquio Memoria e Identidad, realizado del 12 al 16 de noviembre en Acatlan City, no podría ser la excepción. Además de haber suscitado una enorme expectativa y que el número de expositores haya rebasado la frontera de lo meramente cuerdo -esto es fraternal descripción, como diría José Revueltas-, aprovecho esta tribuna para hacer una crónica de algunos highlights del evento.
El lunes 12, luego de una parca ceremonia de inauguración, comenzó la primera mesa, de la cual cabe decir que destilaba -por sí sola- una gran conmoción, a pesar de que el tiempo quedara (durante toda la semana) restringido a 17 minutos por ponente. El precio de la divulgación. De la primera mesa destacaron algunos trabajos interesantes, como el de Hilda López Carrillo, de la Universidad de Zacatecas, cuya ponencia tocó los linderos de la memoria y del olvido dentro de la historia. De los participantes de casa, resaltaron los trabajos de Blanca Estela Aranda, Manuel Ordóñez y de la alumna María Bárbara Enríquez, cuya ponencia que versó acerca de las tradiciones, tiene un estilo de escritura que se halla emparentado con los escritos de Luis González y González. (No me equivoco al decir que su peculiar estilo en el oficio de historiar, le abrirá las puertas de la investigación donde logre amalgamar la historia con las letras. Sin duda alguna.) Horas después, a las 4 p.m, al desarrollarse la segunda mesa, que tuvo como eje temático la letra impresa, destacaron sobremanera los trabajos de Laura Edith Bonilla, Elena Díaz Miranda y de Rita Robles, proveniente de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM), cuyos trabajos hicieron hincapié en la importancia de los diarios y de la obra de ciertos escritores como José María Vigil y Manuel Rivera Cambas. Una mesa suprema, a decir verdad.
El martes 13 (para unos, día común, para otros, objeto de superstición), la juventud acabó por imponerse en las dos mesas. A la par de grandes maestros y luminarías de Acatlán, como Irma Curiel Rosas, Carlos David Vargas, Lourdes Perkins y Arturo Torres Barreto, cuyos trabajos -como siempre- dejaron impresionado al respetable, las jovenes plumas de Yolistli Hernández Camacho y Ángeles Argueta Guerra no se quedaron atrás. El trabajo de la primera se trata de un acercamiento bastante interesante a la obra de fray Bernardino de Sahagún. (Esperemos que estas inquietudes la lleven a colaborar, en lo sucesivo, con la Dra. Pilar Máynez y con la Dra. Ascensión H. de León-Portilla, en el proyecto El legado de Sahagún.) Respecto a la segunda, no me equivoco al decir que sus investigaciones sentarán un buen precedente acerca de la mujer novohispana, y más si se trata de la faceta religiosa. Ante este alarde de maestría, esperemos que ésta no sea la última vez que participen en un coloquio de semejante importancia.
El miércoles 14, no paramos en lo que a mesas se refiere. El día quedó dividido en tres mesas, con un promedio de ¡¡7 ponentes!! cada una. De la primera resaltan las siguientes participaciones: la Dra. Alicia Gojman nos llevó de la mano hacia la historia de un templo judío olvidado en la colonia Polanco, como un referente en lo que identidad se refiere. Luego, los egresados Ignacio Nieto y Jael de la Luz rozaron los linderos de la religión en sus respectivos trabajos. (El primero, sobre la comunidad musulmana en México después del 9-11, y la siempre versatil Jael, sobre la experiencia de las comunidades cristianas y la injusticia social. Trabajos, a decir verdad, que ponen el dedo en la llaga, porque se trata de temáticas aún presentes y con miras a una posible solución.) Horas después, en la segunda mesa, la aplanadora acatleca hizo de las suyas. El profesor Joaquín Careaga tocó los tópicos del racismo y de la identidad, la historiadora Rosa Félix hizo lo propio acerca del discurso nacionalista de Benito Juárez durante la guerra de Intervención francesa, la internacionalista Georgina Villafranca sobre la obra de Samuel Huntington, y los noveles historiadores Pedro García Hurtado y José Trinidad Cázarez cuyos trabajos -microhistorias sobre un pueblo que pocos conocen y sobre la tercera raíz en México- son la prueba fehaciente de la saludable condición de la historiografía mexicana de los albores del siglo XXI. (No cabe duda de que, al hacer Historia, la comunidad acatleca no se anda con historias.) Pero la joya de la corona llegó hasta avanzada la tarde, con la última mesa donde los nombres de Raymundo Isidro, Irma Hernández Bolaños, Manuel de Jesús Serrano, Georgina Ávila y David Guerrero, rebasaron con toda expectativa. La identidad del pueblo hñahñu, el pueblo oaxaqueño en la obra de Manuel Martínez Gracida, las haciendas de la Cañada oaxaqueña, la identidad cultural de la Huasteca y las familias de un barrio obrero, fueron los temas que, tratados con gran maestría y en alarde de sabiduría, dejaron impresionados a los asistentes. Sin duda alguna.
Cuando los inicios son buenos y las continuaciones, excelentes, los finales no pueden quedarse atrás al respecto. Y mayor prueba de ello, tuvo lugar el jueves 15, con la primera mesa, donde resonaron los nombres de José García Gavito, Rebeca López Mora, Aurora Flores Olea, Julio César Morán, Pilar Barroso y de la novel Lilia Félix, cuya prosapia historiofílica sacó a relucir. Todos fueron trabajos de gran valía historiográfica y de tratamiento bien fundamentado, sin embargo, el tiempo -ése que nos cobra caro su desdén-, nuevamente, atacó de nuevo, mas los ánimos nunca cesaron por parte del público asistente. Con semejante espíritu, pasada la tarde comenzó la mesa de temáticas literarias. A pesar de un sorpresivo cambio de orden en la lectura, destacaron las ponencias de José Antonio Forzán (U. Anáhuac), Mauricio Yáñez (ENAH) y de las glorias locales Milagros Pichardo y José Ulises Velázquez, quienes mantuvieron en el público un inusitado interés por el mito y la identidad, la violencia en la novela latinoamericana, el muralismo mexicano y por la obra de Andrés Iduarte, a pesar de que el tiempo atacara de nuevo. El heroísmo de ambas partes se agradeció sobremanera.
Finalmente, un excelente final para un buen inicio al fin se dio con la mesa de clausura, realizada el día de ayer, viernes 16, con la participación especial de Arno Burkholder (Instituto Mora), quien habló sobre el diario Excélsior, y de Verónica Oikión Solano (COLMICH), cuya exposición sobre los movimientos armados de la segunda mitad del siglo XX generó una gran inquietud entre el público asistente. Por el otro lado, nuestras glorias locales como Rosalía Velázquez y Evelia Almanza, no podían quedarse atrás al respecto. La radio mexicana de los años 20, 30 y 40, y las expresiones de nacionalismo en México, fueron los temas que demostraron, a carta cabal, que la Historia, además de tener prisa, en los lares de Acatlan City surge a flor de piel ¡¡y de qué manera!! Con todo esto, el final del coloquio ya era inminente y además de felicitar a Julio César Morán, Presidente del Claustro de Historia y organizador del evento, por haber llevado a buen puerto las naves de la historia y reunir, en buena lid, al gremio de las Humanidades, tenemos la sincera esperanza de que el coloquio del año próximo sea mejor y, eso sí, que el tiempo no vuelva a hacer tanto de las suyas.
¡¡Felicidades a todos!!

lunes, 5 de noviembre de 2007

Viaje al fondo del escritorio

Alfonso Reyes, regiomontano universal, decía alguna vez que escribir "era limpiar los papeles del escritorio" y, a decir verdad, sí lo creo. Sin embargo, cada vez que el consabido mueble nos pide a gritos no sólo una manita de gato, sino una zarpa de tigre, la escritura pasa a un segundo plano y no nos resta más que sacar el rimero de papeles y ordenarlos según cierta importancia. Esto vino a mi mente gracias a una mañanera llamada celular de Rosalía Velázquez, historiadora con todas las letras, quien me invitó a limpiar su escritorio de papeles -literalmente-, para luego repartirnos el botín documental.
Vaciar las gavetas del escritorio y después (con una pericia que ya quisieran Bones Brennan y el Dr. Gregory House) revisar cuidadosamente cada papelillo hasta que, finalmente, éste termina en el cesto de la basura, no sin antes romperlo en dos y hasta en cuatro partes, o, por el contrario, perdonarle la vida y mandarlo a otra carpeta, a la espera de un segundo aire. (Otros, menos optimistas, hasta un tercero o cuarto podrían adjudicarle.) Para cualquier hijo de vecino, la primera acción debería ser la más obvia y, por ende, la más lógica, mas no ocurre así. Cuando se trata de los borradores de una ponencia, la servilleta donde nació un primer poema o de las fotografías de generación universitaria, gana por default la querencia y se reubican esos recuerdos en otra gaveta, aún más generosa y hasta justiciera. Pero como buena parte del mundo babélico que habita nuestros escritorios se compone por fotocopias de libros, magazines de variopinta materia y hasta por cajitas de segunda mano -sea de habanos, chocolates o diskettes- para guardar marinola y media, aquí la empresa es mucho más difícil, porque siempre surge el clásico pretexto: "Mejor los guardo; nunca se sabe cuándo serán de utilidad". Craso error.
Cada cosa, en el momento dado, requiere su utilidad; sin embargo, nos aferramos -me incluyo, qué remedio- a conservar rimeros y rimeros de papeles simplemente por una posible utilidad postrera, que, a decir verdad, tarda en llegar, e inclusive, para no hacer más largo el cuento, nunca llega. Involuntariamente, surge en este contexto un cierto coleccionismo. (Con anterioridad hablé acerca de las colecciones y, la verdad, la más peligrosa de todas nace sin tocar a la puerta. A las pruebas me remito.) Ahora bien, lo que resta por hacer es lo siguiente: seguir en la ordenanza y jerarquización de los papeles, solamente con algunas diferencias:
  1. Buscar una carpeta y poner allí recortes de periódicos y revistas, cuyo interés no rebase la simple coyuntura.
  2. Con los juegos de fotocopias, si son de imperiosa necesidad en varias ocasiones, engargolarlas no estaría de más. Con las que se usaron una sola vez, sigamos la técnica del reciclaje por dos vías: una, empleando el reverso para escribir, y la otra, venderlas u obsequiarlas a quien les dé mejor uso.
  3. Por último, quedan las revistas. La opción de regalarlas no está de más, aunque no es una solución total. Si su función no pasó del mero entretenimiento, venderlas por volumen a los cartoneros es buena opción, al menos para recobrar algo de dinero invertido. Los suplementos culturales correrán mejor suerte si se donan a una hemeroteca -pública o privada, no importa-; si su destino sigue siendo el cesto de la basura, ya es decisión única e inapelable de quien lo decida.
En fin... ¿qué queda por hacer? Mientras existan los escritorios, siempre habrá papeles de por medio. Cada fin de semana, cual Jacques Cousteau y la tripulación del Calypso, debemos sumergirnos en las profundidades del oceáno (de papeles) y así descubrir sus maravillas y sus peligros. Después de esto, cualquier escritorio nos lustrará el calzado. ¿A poco no?

sábado, 3 de noviembre de 2007

Le Cinéma du Temps: La mirada de Ulises

En estos días de constante cambio climático, al ver gente muy bien ataviada con abrigo, bufanda, boina, guantes y otros enseres, vinieron a mi mente algunas escenas de una película griega, cuya temática sigue vigente más que nunca: sea por los sinsabores de la guerra, sea por la constante búsqueda de un arte prístino, es decir, que lo diga todo.
La mirada de Ulises (Theo Angelopoulos, Grecia-Francia-Italia, 1995) cuenta la historia de A. (Harvey Keitel), un cineasta griego quien luego de radicar durante varios años en Estados Unidos, regresa a su país natal para presentar su última película, para después lanzarse a la búsqueda de los negativos de la primera película filmada en los Balcanes. Su viaje lo llevará por tierras algo extrañas, mismas que le mostraran paisajes desolados, tiempos transcurridos y hasta la aparición de una mujer que, de alguna manera, delimitará sus acciones postreras. Comencemos por el principio.
La primera escena de la película se describe de la siguiente manera: A. observa a lo lejos un barco, mientras que, a su vez, un viejo fotógrafo fallece frente al mar. (Ante estas señales, A., semejante al Odiseo de la mitología griega, emprende el regreso a casa.) En Florina, su pueblo natal, al norte de Grecia, se estrena su última película, misma que genera polémica entre los sectores más conservadores. En pleno disturbio, decide emprender un viaje del que no piensa volver; buscar los negativos del primer filme hecho en los Balcanes, rodado por los hermanos Manakis, es ahora su única prioridad.
En la frontera greco-albanesa, el taxista que lo lleva hacia su primera escala le explica los secretos de la nieve, cuando ésta cubre los campos aledaños a la garita migratoria y, a lo lejos, miles de migrantes caminan sin cesar. En Skopje, conoce a una empleada del Museo Cinematográfico de Macedonia, quien lo acompaña hasta Bucarest en busca de los rollos perdidos. En ese viaje, A. retrocede al pasado y es inculpado injustamente por ser cómplice de los Manakis. Pero sólo fue un sueño. (Digno es de notar que las mujeres que A. se encuentra en su camino, son interpretadas por la misma actriz -Maïa Morgenstern-, porque la Penélope que A. busca no la hallará en casa, sino fuera de ésta.) Ya en Bucarest, luego de despedirse de la empleada del museo, viaja nuevamente al pasado, pero a su pasado familiar, donde un interminable baile de Año Nuevo juega con las alegrías y sinsabores de la familia: desde la liberación por parte de las fuerzas aliadas hasta el ascenso del sistema socialista. Regresa al presente y llegar a Belgrado es su única prioridad, por lo que viaja en un transbordador que lleva una estatua de Lenin hacia Alemania y bajarse en Belgrado. (A las orillas del Danubio, miles de personas, al ver el transbordador con dicha estatua, quedan impresionadas y hasta algunas logran santiguarse. No cabe duda que la búsqueda de A. se desarrolla en los años posteriores a la caída del bloque soviético.) En Belgrado descubre que todas las películas están en Sarajevo y llegar hasta allí era imposible, gracias a que la guerra cortó toda forma de comunicación. Sin importarle esto, llega hasta la zona de guerra y encuentra los rollos perdidos.
Sin embargo, el hecho que sustenta su viaje no es la búsqueda de una vieja película, sino un sentido de identidad, de buscar sus orígenes. Como director de cine, cada película hecha es un intento por responderse a sí mismo; el viaje, simplemente le obsequia las respuestas. Como aquellos versos de Constantino Cavafis: "No hallarás otras tierras, no hallarás otro mar:/ la ciudad te habrá de seguir".
Personalmente, no creo decir más sobre La mirada de Ulises: solamente me limitaré a recomendarla, porque hay tantas cosas que se me escapan y porque la música, compuesta por Eleni Karaindrou, es magnífica. (En la Galería de la Memoria hay una prueba de ello. Por un rato nada más.) Más al respecto, no puedo decir.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Leaving Port Memories: La sesión de los viernes

Al igual que varios profesores de Pedagogía (y una que otra Diseñadora Gráfica con pretensiones de educadora), me agradan las películas con temática magisterial, como Al maestro con cariño, La sociedad de los poetas muertos, La sonrisa de Mona Lisa, Lección de honor o Una mente brillante (si se quiere), donde la figura del profesor ante un peculiar grupo de alumnos destaca a contra corriente, con tal de dejarles una buena enseñanza, la cual acaba por permanecer. (Que sirva esta digresión como arranque para una más de las Leaving Port Memories.)
Hace tres años, cuando la juventud y el tiempo libre sobraban, me nació una inquietud por impartir clase (de lo que fuera, para ser preciso). Además, requería salir un poco del boxeo de sombra mientras llegaba el momento para publicar nuevamente algunos poemas. Gracias a las corazonadas de Ericka Mildred Aguilar, Secretaria Técnica de Humanidades, y a mis buenas intenciones, me convenció para impartir algunas asesorías de ortografía y redacción para alumnos de Historia, Filosofía, Letras y Comunicación, más los que se acumularan en el camino. Dejé mis horarios ideales y sólo me quedó esperar. Finalmente, una semana después, tuve una buena respuesta y me convenció un horario que nunca olvidaré: viernes, de 1 a 3 p.m (como el noticiario de Jacobo Zabludovsky, para acabarla...) Y la semana siguiente, arrancaban las sesiones. Era septiembre, según recuerdo.
El (supuesto) primer día fue un fracaso: dos alumnas de Comunicación, algo despistadas por el conato de puente (era la semana de las Fiestas Patrias), llegaron al salón. Les di algo de tarea, para la semana siguiente, pero nunca regresaron. Pero a la semana siguiente, sí fue el primer día oficial, con seis alumnos bastante peculiares: dos heterdoxos (hasta para ellos mismos) de Filosofía, una egresada de Historia buscando nortes -creo que una brújula también- para escribir la tesis, dos niñas de Comunicación suficientemente prometedoras y una profesora de Historia, con alma literaria. (Sólo desertó la tesista.) A decir verdad, estaba sorprendido por la peculiaridad de mis muchachos; por la edad, los intereses, no sé, podían haber sido mis compañeros de carrera, pero estaban allí, a la espera de encontrar una certera alternativa para aprender (también diría olvidar, pero me tengo confianza). Gracias a ello, desempolvé mis apuntes de Didáctica de la especialidad, le agregué algunas de las lecturas que había hecho en mis años de tallerista poético, y el resto, bueno... ya vendría con la semana. (No en vano, tanto Felisberto Hernández y Álvaro Mutis como Vicente Quirarte y Andrés Henestrosa, hicieron únicas algunas de mis sesiones.) Y los libros básicos: la Ortografía de la Lengua Española, de la Real Academia Española, y el Curso de redacción para escritores y periodistas, de Beatriz Escalante. La sesión de los viernes, por sí misma, me hacía la semana entera.
A finales del semestre, se cerró un ciclo, con la esperanza de seguir adelante y con nuevas energías, aprender las latas diarias del interminable arte de la docencia. Sinceramente, no sentí despedirme del todo de mis muchachos, porque siempre cabía la esperanza de coincidir con ellos por los pasillos del edificio A8. (Nunca me falló esa corazonada, pero una continuación para la sesión de los viernes, aún se veía lejana.) Tiempo después, los heterodoxos filosóficos siguieron su camino; las comunicadoras se lanzaron a la aventura académica (cada una en su respectivo lado del charco), y la maestra de Historia se volvió una de mis grandes amigas, a tal grado que me volvió un cultor de Clío y gracias a sus amistades historiográficas, el INEHRM, por ejemplo, es uno de mis puertos obligados. (Cosas de la vida: mi efímera etapa como profesor funcionó como partera de mi nueva época poética, pero ahora en Universo de El Búho, donde publico hasta la fecha.)
Tres años después, mis alumnas Leyvi Castro, Verónica del Toral y Rosalía Velázquez (comunicadoras e historiadora) ya vuelan con alas propias, pero su querencia intelectual aún se halla presente. Además, ahora tengo sinceras y seguras colegas para las próximas empresas que el tiempo futuro traerá consigo. (Por mientras, sé que cuento con sus enseñanzas, propuestas y amistad dentro del Consejo Femenino de Gobierno de esta Nueva República de Babel.) Casi al momento de ponerle punto final a estas líneas, vienen a mi mente dos referencias fílmicas:
  1. La frase de Heráclito dicha por el profesor William Hundert (Kevin Kline) en Lección de honor: El caracter de un hombre es su destino. (Siempre seguiré creyendo en su naturaleza sabia y lapidaria.)
  2. Aguardar, como John F. Nash (Russell Crowe) en Una mente brillante, que me toque la ceremonia de la pluma, reconociendo los logros de una vida. (Personalmente, preferiría que me llegara dicho momento cuando rebase los 75 años, porque aún tengo mucho que enseñar y, claro está, demasiadas cosas por aprender.)
Después de todo, una vida no sería completa sin las latas de la enseñanza, ¿verdad?