viernes, 12 de octubre de 2007

¡¡¡Felicidades, Laurette!!!

Hoy, en la Nueva República de Babel, cerramos un ciclo de pequeños homenajes a las cuatro Consejeras fundadoras, cuyas propuestas, correcciones y, sobre todo, amistad, he agradecido sobremanera durante varios años. Ahora toca el turno a mi querida Laura Cabrera, a quien estas palabras le lustran el calzado, puesto que merece mucho más. Aún así, me aviento al ruedo.
Conocí a Laurette hace algunos años, cuando nuestra (de) generación ingresó a la Universidad luego de 10 difíciles meses que nos robaron la primavera. (Y el verano, el otoño y el invierno.) Desde el primer día -literalmente- despuntó en todos los campos, dada su persistencia en la investigación, la pericia para conocer a los compañeros y saber de qué estaban hechos, pero más en concreto, a su espíritu plural para convivir y, posteriormente, convencer. (También convertir, si me pongo drástico.) Gracias a esas virtudes, se ganó la admiración y el respeto de muchos, y la amistad de pocos. Cuestión de enfoques.
Una de sus principales cualidades es decir las cosas en el momento indicado y con todas las letras. Si algo le agrada en demasía de un persona, lo dice; si algo le disgusta, lo sostiene. (Bien se le podría aplicar aquella máxima de Andrés Iduarte: Cuanto pensé, lo dije. Cuando dije, lo sostuve.) En un hipotético diccionario de virtudes humanas, Laura, sin dudarlo siquiera, sería congruencia, porque se conserva firme en sus acciones y en sus decires. (Muchas de sus opiniones -a las que no les sobra ni les falta nada- han derrumbado imperios y, de refilón, orgullos y falsas presunciones. En estos casos, ni imputar o debatir es bueno.)
Pero no todo es polémica en ella. Siempre se da tiempo para leer una buena novela, aplicarle unos buenos minutos a un nuevo género musical (un ejemplo: cuando le late Patricia Kaas, no la convence Alizée), asistir a un buen concierto o alguna feria del libro, escribir obras de varia invención (e intención), en fin... Este mundo ancho y ajeno le queda chiquito a una mujer de altos vuelos. Personalmente, coincidir con ella en el Palacio de Minería -durante los tres días del Homenaje a Felisberto Hernández, primero, y después en alguna feria del libro-, es una experiencia inolvidable. (Fue, precisamente, en Minería, donde su presencia me hizo acuñar una frase que hoy en día es mi escudo de armas: Nada como volver a los viejos puertos. Y si le sumamos que un colega común y un servidor, éramos como los protagonistas de la saga novelística de Álvaro Mutis, es decir, una suerte de Maqroll el gaviero y Abdul Bashur, y teniendo en Laurita a nuestra Ilona Grabowska, el resto sale por añadidura.)
En suma, celebro a dos Lauras: la íntegra, que pesa y sopesa todo lo que mira, oye y toca; y la plural, cuyo oficio de vivir está más que probado. Me alegra mucho tenerla como colega, pero más como amiga. (Y cuyas apreciaciones, aunque me derrumben continuamente el orgullo, seguiré atendiendo.) Celebrarte el día de hoy no basta, pero la emoción del momento sólo me motiva a decirte:
¡¡¡Felicidades, Laurette!!!

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