sábado, 27 de octubre de 2007

Conocencias de Clío: INEHRM

Para quien escribe, literato con alma de historiador, es imprescindible encontrar recintos donde la historia y las letras se enlacen, para luego convertirse en una sola disciplina. Desde hace dos años, la Academia Mexicana de la Historia cumplió a carta cabal con esa función y desde hace año y fracción, la comparte con el INEHRM.
El Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México (INEHRM), dependencia de la Secretaría de Gobernación, tuvo como primera finalidad avocarse a los estudios sobre la Revolución mexicana, para luego ampliar sus horizontes de investigación hacia los siglos anteriores, como el XIX, por ejemplo. Gracias a los ciclos de conferencias y a las numerosas publicaciones que edita, el INEHRM sí se toma en serio la difusión histórica, misma que se amplió -en todos lo sentidos- gracias a un legendario programa radiofónico sabatino, conducido por el magistral Gastón García Cantú, y cuyo sucesor, Conversaciones sobre historia, que ahora conduce (con maestría y sencillez) Javier Garciadiego. Para un historiador diletante -quien escribe, claro está-, ese programa se volvió una obligación y, si se permite el término, en una forma de vida. Y para cerrar con agrado el círculo de la historia, debía hacer una visita a las instalaciones del instituto, como si fuese La Meca o La Villa, sin ir más lejos.
A principios de junio de 2006, luego del homenaje a Cosío Villegas en la Biblioteca de Hacienda y del ciclo de conferencias de Enrique Krauze en El Colegio Nacional, decidí seguir los pasos de Clío en el INEHRM, gracias a las constantes invitaciones de Rebeca Vergara. Llegué muy temprano a la cita -la presentación de un libro-, donde las caras conocidas se hicieron presentes: Georgette José, amiga de Rosalía Velázquez; Javier Garciadiego, la propia Rebeca y sus amigas Jael de la Luz -otrora becaria del instituto, igual que Becca- y Miriam Solano, muy bien acompañada, por cierto. Me sentí muy bien entre gente dedicada a la historia, pero esa primera visita no me convencía del todo, hasta que tres meses después, la verdadera prueba llegó. El Homenaje a José C. Valadés fue el pretexto idóneo para ello. Acompañado por Laura Cabrera, de quien luego supe que era amiga de Patricia Galeana, el evento estuvo de lujo. Nos tomamos un buen vino y hasta salimos con unos libros de regalo. Después vinieron otros foros, a los que asistí con mi querida Paulina Martínez y en otros, simplemente para apoyar a Rosalía Velázquez en su increible papel como expositora. (Gracias a ello, Pablo Serrano, Azucena Coronado, Georgette José y Josefina MacGregor ahora son grandes amigos de quien escribe. Por lo menos, colegas.) Y, bueno, sobre la presencia de Javier Garciadiego (de quien me declaro admirador y a quien ya dediqué unas palabras con anterioridad), está de más escribir algo al respecto.
Por el otro lado, también en el INEHRM tuve gratos reencuentros y agradables conocencias. Entre los primeros, con Carlos Gorbea, joven historiador, y con Gisella de León, psicóloga con alma de historiadora; sólo son dos las conocencias allí surgidas, pero no menos importantes: Elvia Luna, dramaturga de vuelos históricos, y Angélica Pulido, abogada de lustre historiográfico. A ellos les debo parte de mis visitas a la casona frente a la Plaza del Carmen, en San Ángel. Además, la historia, sin importar las trapisondas generadas, logra unificar más que separar. Y eso ya es, en sí, un mérito.
Aunque haya otras cosas que hacer y que vivir, nunca estará de más pasar unas gratas horas en San Ángel, donde la historia otorga al tiempo y a sus más asiduos visitantes, no sólo una admiración a la casa de Heródoto, sino grandes amistades cuya conocencia es el mejor premio. Ojalá que así perdure.

viernes, 12 de octubre de 2007

¡¡¡Felicidades, Laurette!!!

Hoy, en la Nueva República de Babel, cerramos un ciclo de pequeños homenajes a las cuatro Consejeras fundadoras, cuyas propuestas, correcciones y, sobre todo, amistad, he agradecido sobremanera durante varios años. Ahora toca el turno a mi querida Laura Cabrera, a quien estas palabras le lustran el calzado, puesto que merece mucho más. Aún así, me aviento al ruedo.
Conocí a Laurette hace algunos años, cuando nuestra (de) generación ingresó a la Universidad luego de 10 difíciles meses que nos robaron la primavera. (Y el verano, el otoño y el invierno.) Desde el primer día -literalmente- despuntó en todos los campos, dada su persistencia en la investigación, la pericia para conocer a los compañeros y saber de qué estaban hechos, pero más en concreto, a su espíritu plural para convivir y, posteriormente, convencer. (También convertir, si me pongo drástico.) Gracias a esas virtudes, se ganó la admiración y el respeto de muchos, y la amistad de pocos. Cuestión de enfoques.
Una de sus principales cualidades es decir las cosas en el momento indicado y con todas las letras. Si algo le agrada en demasía de un persona, lo dice; si algo le disgusta, lo sostiene. (Bien se le podría aplicar aquella máxima de Andrés Iduarte: Cuanto pensé, lo dije. Cuando dije, lo sostuve.) En un hipotético diccionario de virtudes humanas, Laura, sin dudarlo siquiera, sería congruencia, porque se conserva firme en sus acciones y en sus decires. (Muchas de sus opiniones -a las que no les sobra ni les falta nada- han derrumbado imperios y, de refilón, orgullos y falsas presunciones. En estos casos, ni imputar o debatir es bueno.)
Pero no todo es polémica en ella. Siempre se da tiempo para leer una buena novela, aplicarle unos buenos minutos a un nuevo género musical (un ejemplo: cuando le late Patricia Kaas, no la convence Alizée), asistir a un buen concierto o alguna feria del libro, escribir obras de varia invención (e intención), en fin... Este mundo ancho y ajeno le queda chiquito a una mujer de altos vuelos. Personalmente, coincidir con ella en el Palacio de Minería -durante los tres días del Homenaje a Felisberto Hernández, primero, y después en alguna feria del libro-, es una experiencia inolvidable. (Fue, precisamente, en Minería, donde su presencia me hizo acuñar una frase que hoy en día es mi escudo de armas: Nada como volver a los viejos puertos. Y si le sumamos que un colega común y un servidor, éramos como los protagonistas de la saga novelística de Álvaro Mutis, es decir, una suerte de Maqroll el gaviero y Abdul Bashur, y teniendo en Laurita a nuestra Ilona Grabowska, el resto sale por añadidura.)
En suma, celebro a dos Lauras: la íntegra, que pesa y sopesa todo lo que mira, oye y toca; y la plural, cuyo oficio de vivir está más que probado. Me alegra mucho tenerla como colega, pero más como amiga. (Y cuyas apreciaciones, aunque me derrumben continuamente el orgullo, seguiré atendiendo.) Celebrarte el día de hoy no basta, pero la emoción del momento sólo me motiva a decirte:
¡¡¡Felicidades, Laurette!!!

jueves, 11 de octubre de 2007

Nuevas presencias neobabélicas

En aras del cambio y la constante retroalimentación en el seno de la Nueva República de Babel, hacemos los presentes anuncios:
  • El ingreso oficial de Elisa Cuevas al Consejo Femenino de Gobierno, por sus contribuciones y consejos que mantienen con buena salud la marcha de la cliocracia babélica. Y porque su espíritu renacentista siempre será una gran motivación para investigar y afrontar nuevas y eficaces empresas. ¡¡Bienvenida, Elisa!!
  • El nombramiento como ciudadano oficial de la NRB al fotógrafo y literato Carlos Domínguez, para que las conocencias y coincidencias prosigan en pro de una sana y gratificante amistad. Para él, a su esposa Lucía y a su hijo Leonardo, va mi sincera admiración. ¡¡Enhorabuena!!
Atte.
La Presidencia de la Nueva República de Babel

Conferencias, coincidencias y conocencias

Desde hace más de tres años, siempre ha sido un asiduo asistente a todo tipo de eventos relacionados con la difusión de la cultura, cuyos senderos se reparten entre la historia y la literatura. Las charlas en la Academia Mexicana de la Historia, las ciclos de conferencias en El Colegio Nacional, foros en el INEHRM, presentaciones literarias en Bellas Artes... en fin, siempre del caño al coro y del coro al caño. (Siempre tendré motivos para hacerlo. Sin duda.)
Todo esto viene a mi memoria porque antier tuve la fortuna de asistir al Homenaje a Julieta Campos, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. (Con toda franqueza, era el primer evento literario al que asistía en meses; todos los demás, una de dos: o eran foros sobre historia de México, o charlas con historiadores. Aún así, todas valen mucho la pena.) De alguna forma, veía esto como un regreso (¿triunfal?) a mi primera casa vocacional, o sea, la literatura. Sin embargo, la sorpresa no quedó allí, porque me encontré con dos rostros amigos de Acatlan City: Elisa Cuevas, socióloga con alma renacentista, y Carlos Domínguez, fotógrafo de escritores y coleccionista de autógrafos, igual que un servidor. Durante casi dos horas, mi emoción por escuchar la voz presente de varios escritores, permanecía intacta, luego de un largo tiempo sin asistir a una mesa literaria. Y, lógico en Carlos y en quien escribe, nos lanzamos a la cacería del consabido autógrafo. Le sacamos la firma a Margo Glantz, pero me ganó el colega con su ejemplar de Sealtiel Alatriste. (Cosas que pasan.) Finalmente, compartimos coincidencias y conocencias al tomar una copa de vino tinto, mientras contemplábamos las maravillas del Centro Histórico desde la terraza del lugar. Fue una velada totalmente palacio (de Bellas Artes).
Ayer, la conocencia literaria nos reunió, nuevamente, a Carlos y a un servidor, ya en nuestra segunda casa, Acatlan City, gracias a la irreverente y heterodoxa presencia de Paco Ignacio Taibo II. (Sin temor a equivocarme, para quienes leemos con devoción a un autor, conocerlo y que estampe su rúbrica en su libro, es, en sí, una meta cumplida. Y si no nos creen, que nuestros ejemplares de La lejanía del tesoro demuestren lo contrario.) Además, no era la primera vez que mi colega fotógrafo compartía el honor del momento con quien escribe. Para nada.
La primera vez que compartimos el momento literario fue en Casa Lamm, gracias a que Beatriz Espejo me invitó a la presentación de sus Cuentos reunidos, allá por marzo de 2004. Los presentadores: Emmanuel Carballo y Eraclio Zepeda, moderados por Álvaro Enrigue. ¡¡De lujo!! Con puntualidad sospechosamente inglesa, Carlos y yo llegamos temprano al evento. Minutos después, aparecieron los presentadores y la homenajeada, quienes firmaron nuestros libros, además de posar ante la cámara de mi colega. Una noche inolvidable, sin lugar a dudas. Tiempo después, durante un ciclo de conferencias de Fernando del Paso en El Colegio Nacional, hace dos años, coincidimos nuevamente. En aquella ocasión, después de la ronda de firmas, abandonamos el lugar hechos la raya, porque la querencia nos llamaba a gritos. Era un miércoles de noviembre, según recuerdo.
En fin... son pocas las coincidencias, muchas las conferencias y mutuas las conocencias (Roberto López Moreno y Raymundo Ramos, por ejemplo) que no pararemos de asistir a eventos de naturaleza semejante. Es más, si se me permite la comparación, seríamos como Héctor García y Carlos Monsiváis, por la regularidad con que las empresas y tribulaciones literarias nos enlazan a menudo. Espero que prosiga de esa manera.

jueves, 4 de octubre de 2007

¡¡¡Felicidades, Mildred!!!

Nuevamente, la Nueva República de Babel está de plácemes y no faltan razones para ello. En esta ocasión, corresponde celebrar a una de sus ilustres fundadoras: Ericka Mildred Aguilar, filósofa de formación, pero con alma de niña, quien sigue viendo al mundo como si fuera la primera vez.
Conocí a Mildred hace algunos años, en el lugar más inverosímil de todos: las escaleras del Palacio de Minería, durante el Homenaje Internacional a Felisberto Hernández. Pero los enlaces comenzaron poco después, en la cordialidad de su oficina en la División de Humanidades. Al principio, me resultaba extraño que una niña, formada en los amplios senderos de la filosofía, tuviera una perspectiva plenamente abierta a nuevos horizontes, que sentaban en la misma mesa tanto a la ciencia como a la imaginación; no en vano, sus autores predilectos son Italo Calvino, Jorge Luis Borges y José Ortega y Gasset, por quienes siente una sincera admiración.
Cada vez que nuestros (apretados) itinerarios coinciden, siempre es gratificante su compañía. (Es más, gracias a su sonrisa siempre impostergable, tuve mi primera oportunidad para impartir -si esa es la palabra- un peculiar curso de ortografía y redacción. Gracias mil.) Si Mildred fuese una palabra en un hipotético diccionario de ideas, sin duda sería espontaneidad. Razones sobran. Y aunque el destino le genere cierto número de detractores, éstos al final acabarían por reconocer el ímpetu y la energía que aplica en todas las empresas que realiza. Lo digo y lo sostengo.
Finalmente, ¿qué más podría decir acerca de una mujer sin par? Simplemente me queda reconocer tu amistad y tus consejos, no sólo hoy que festejas tu cumpleaños (bien sabemos que las mujeres no tienen edad, ¿verdad?), sino cada día que vives, con la sincera esperanza de que el tiempo no cambie tus cartas de navegación, puesto que tienes muy delimitado tu itinerario. Mientras tanto, el Palacio de la Música, el Estadio Espartano y la Galería de la Memoria te rinden señero homenaje.
¡¡¡Felicidades, Mildred!!!

martes, 2 de octubre de 2007

Leaving Port Memories: Disparen sobre el ponente

Hace alrededor de dos años, comencé mi periplo como ponente y conferencista gracias a una mesa redonda (y colectiva) sobre la Primera parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, de la cual podría decir que me fue bien, casi regular si me pongo drástico. Sin embargo, mi debut como conferencista cuasi lector, se remonta tiempo atrás.
En noviembre de 2001, gracias a la insistencia de Miguel Ángel de la Calleja (en aquel momento, jefe de la sección de Letras Hispánicas) y a la buena atención de Patricia Macías, joven funcionaria del Instituto de Cultura del D.F., tuve mi primera oportunidad para leer mis poemas, al igual que varios colegas de barco, o sea, de carrera, como Carlos Fraga (quien hoy trabaja en Publicaciones del IPN), Israel Pérez Fragoso (cuya pista le he perdido) y Julio Ortega Jiménez (colega y amigo, hoy en día hombre de familia), una especie de Abdul Bashur para este intento de Maqroll que soy yo. Juntos, y repartidos por toda la semana, nos tocó leer nuestras obras poética y narrativa ante una (todavía) joven comunidad de literatos tirando a poetas malditos (o malditos poetas, según como se vea) provienientes de la Facultad, la Ibero, el Claustro de Sor Juana y la Metropolitana de Iztapalapa.
Nosotros no le pedíamos peras al olmo ni tejocotes al ahuehuete, pero estábamos conscientes de que nuestra obra bien podía dejar huella en los muros del Ex-Convento de San Lorenzo, entre las calles de Belisario Domínguez y Allende; además, la noche (devuelta a nosotros luego del engorroso horario de verano) le daba un toque mágico al encuentro. Israel y Fraga leyeron sus relatos como si lo hubieran hecho en Bellas Artes, aunque su competencia (dos niños de la Ibero, actualmente chícharos en canales culturales) era lo suficientemente amedrentadora. (Poco faltó para que nos gritaran: Disparen sobre el poeta, aludiendo a aquella película de los años 50, con Charles Aznavour como protagonista.) Respecto a los poetas de la delegación acateca, a Julio y quien escribe nos fue de maravilla. La originalidad de los poemas julianos y la versatilidad de los haikús de un servidor, dejaron al respetable con el ojo cuadrado. (Desde ese momento, la poesía se volvió una prueba de vida y nunca nos faltaron eventos u oportunidades para retomar el ancho y ajeno camino de los recitales poéticos.)
Años más tarde, gracias a la buena esperanza de Ericka Mildred Aguilar (Secretaria Técnica de la División de Humanidades y Consejera fundadora de la Nueva República de Babel), a mediados de 2003, los literatos rebeldes de Acatlán volvieron a las andadas. Carlos Fraga, Julio Ortega y quien escribe leyeron sus obritas ante alumnos de nuevo ingreso de Letras e Historia. (Tres carcamanes leyendo poesía y narrativa ante un público de villamelones, háganme el reverendo favor.) Lo único que nos faltaba era la bebida: un whisky on the rocks para Fraga, una cheve bien fría para Julio y una copa de vino tinto para un servidor. (Qué pena por Mildred: estar entre los Poetahuevos ¡¡qué puntada!!)
Ahora, a seis años de distancia de mi primera participación y a escasos 40 días del coloquio Memoria e Identidad, sólo me queda esperar que griten, desde algún punto del auditorio donde se lleve a cabo el chou, aquella lapidaria frase:
¡¡Disparen sobre el ponente!!
(Cuestión de enfoques.)