sábado, 29 de septiembre de 2007

¡¡¡Felicidades, Monse!!!

En la corta vida de la Nueva República de Babel, aún sostengo la postura de que las mujeres no tienen edad; desde luego, porque toda ocurrencia, pliego petitorio y hasta repentinas imposiciones, han tenido cabida en esa eutopía en red, y eso es un reflejo de sus intereses. Renuevo mis votos para que siga esto así.
Para finalizar el mes y darle paso a una nueva época de celebraciones, ahora toca el turno a una Consejera de reciente ingreso: Monserrat Montes de Oca, diseñadora gráfica y una lectora de tiempo completo. Conocí a Monse gracias a una Consejera fundadora, Ana Cárdenas, también diseñadora y en cuyas ocurrencias se sostiene la continuidad de la NRB. No le falló el tino, porque ya hacía falta renovar las coincidencias.
En el poco tiempo que llevo de conocerla, parece que llevo toda una vida. Además, Monse tiene una cualidad que sólo aparece cada siglo. (Debería decir ¿cada milenio?) Sabe mirar con ojos nuevos el mundo que la rodea o, mejor dicho, propone cosas que aún no se presentan. (De existir un diccionario universal de destinos, Monse se definiría en una palabra: visualización, y ésa, la lleva más allá.) Aunque su gremio no es literario, inventa e intenta nuevas empresas, que harían palidecer hasta al más ducho escritor. (Y lo reconozco.) No en vano, su pasión por la escenografía la lleva a ejercer a carta cabal esos dictados de la creatividad. En una palabra, se trata de una renacentista con todas las letras.
Francamente, no se me ocurren más cosas para describir a una mujer sin par y con el ánimo bien puesto. Simplemente me limito a seguir contando con sus palabras, ideas, pero sobre todo, con una segura complicidad. Por eso y más, celebro hoy tu cumpleaños con el sincero deseo de que sigas incursionando en nuevas empresas y, lo más importante, darle un nuevo ángulo a las cosas ya establecidas.
¡¡Felicidades, Monse!!

martes, 25 de septiembre de 2007

Atrapado por los covers

Hace algunas semanas, compré el tan ansiado compacto de Mylène Farmer simplemente para satisfacer un capricho musical, mismo que se dio por bien servido. Sin embargo, mi asombro venía de tiempo atrás, gracias a la maravilla del internet. Me explico mejor.
En una página dedicada a videos de variopinta materia, busqué el videoclip de "Désenchantée", éxito noventero de la Farmer, para más señas. En la búsqueda definitiva no sólo apareció la versión de Mylène, sino también la de otra cantante, de nombre Kate Ryan. Ni tardo ni perezoso, busqué información sobre la susodicha. ¡¡Sorpresa, sorpresa!! Se trataba de una cantante belga -compatriota de Lara Fabian, sólo que en versión popera-, cuya cualidad es hacer covers a éxitos de cantantes legendarias. (¡¡Qué tal!!) A decir verdad, la versión que hizo Kate Ryan no es mala, solamente se pasa de rítmica. (La Farmer tampoco es calmadita que digamos, eh.) Y no conforme con esa canción, Ryan hizo lo propio con "Libertine" de Mylène, y, el colmo del cinismo, con "Voyage voyage", de Desireless.
Para quienes amamos la música en todas sus vertientes, bien sabemos que la fidelidad a un grupo, cantante o género determinado es más que evidente, pero tratándose de versiones de la misma canción, la cosa cambia. Obviamente, por decir un ejemplo, las canciones de Los Beatles tienen y tendrán a los propios integrantes como sus mejores intérpretes, aunque nos agraden sus infinitas versiones, desde Betsy Pecanins y Diana Krall hasta la Orquesta Sinfónica Nacional y la inverosímil Banda Plástica de Tepetlixpa, entre otros que se nos escapan de la mente.
Sin embargo, las versiones originales rara vez llegan a tener una versión que la respete, iguale o, siendo extremos, la supere con todas las letras. Digamos otro ejemplo. Años atrás, se desató una ola por editar tributos a cantantes y compositores ya legendarios, cuyas interpretaciones correrían por cuenta de grupos y cantantes de moda. En el caso del maestrísimo José Alfredo Jiménez, a excepción de Enrique Bunbury con "El jinete", ninguno dio el ancho. Por el contrario, con la producción discográfica dedicada al Príncipe de la canción, José José, la mayoría de las versiones sí cumplió con lo estipulado, es decir, rendirle pleitesía a un cantante non. (Respecto a la muy locuaz versión del grupo Molotov para "Payaso", lo mejor que podría pasar es que la rola pase por el potro, la dama de hierro y la guillotina, y al infame grupo, darle pamba con picahielo y sin repetir agujerito. Merecerían la excomunión, pero no llego a tanto.)
En fin... en esto de los covers, ni para cuando acabar. Simplemente hay buenas interpretaciones y malas versiones, cuya preferencia, ni duda cabe, corre por cuenta del radioescucha, melómano o músico en turno.
(Después del cover, ¿el diluvio?)

jueves, 20 de septiembre de 2007

¡¡¡Felicidades, Eunice!!!

En estos días de lluvias torrenciales y correos electrónicos postergados, siempre es oportuno regresar a los viejos puertos donde los proyectos sólo eran eso y las esperanzas de emprender nuevas aventuras, estaban a flor de piel. Una persona que asumió esa condición, desde el primer día de vida de la Nueva República de Babel, fue Eunice Alpízar, primera viajera por las aguas de la pluralidad babélica y ahora Consejera corresponsal. Sin embargo, ¿cómo fue su aparición en estos lares?
Conocí a Eunice apenas hace un año, como parte de una generación bastante peculiar, cuya mayor cualidad era estrenar -por así decirlo- a los nuevos maestros del turno vespertino, entre éstos, a Laura Cabrera, fundadora de la NRB. (Como buen crítico de las nuevas generaciones que ingresaban a la carrera de Letras Hispánicas, al conocerla, sabía, muy a vuelo de pájaro, que no sería una generación más, ni mucho menos se desencantaría como algunas a las que había pertenecido.) Simplemente, se empeñaría en conocer más de un ambiente único y con resultados fascinantes.
Gracias a una llamada de auxilio bibliográfico, inicié mi contacto con Eunice, una mujer de gustos a contracorriente (como Nacho Vegas, a quien sólo ubicaba por haber rescatado del panteón a Enrique Bunbury), pero con una enorme sensibilidad para la poesía y las letras en general. Si Eunice fuese una palabra del diccionario, sin temor a equivocarme, sería temporalidad, porque a cada cosa le concede su espacio y tiempo, sin importar la dismilitud entre dos o más. Y porque sabe mirarlas por vez primera, a pesar del tiempo transcurrido, aunque éste haya pasado o, en su defecto, permanezca detenido. Lamentablemente, a principios del presente semestre, el destino le deparó una (repentina) pausa en su camino de letras, dándole otro tiempo, otro espacio. Sin embargo, bien lo sabemos, mientras haya vida y una sólida amistad, que el mundo que siga girando.
Celebro tu cumpleaños, querida Eunice, con la sincera esperanza de que todas tus empresas salgan a pedir de boca y también rezo para que regreses a estas tierras que te vieron nacer a la vida literaria; a las que, sin dudarlo siquiera, te recibirán como si fuese el primer día. (Y conste que no salgo con el lugar común del Decíamos ayer...) Y como pequeño, pero sincero homenaje, el Estadio Espartano estará dedicado completamente a ti.
¡¡¡Felicidades, Eunice!!!

sábado, 15 de septiembre de 2007

Conocencias de Clío: Enrique Krauze

La conocencia de esta ocasión estará dedicada al recuento (y al recuerdo, claro está) de cómo se originó mi interés por la Historia: cuestión que tuvo a bien preguntarme Laura Cabrera hacía algunas semanas. La respuesta de aquel momento era muy simple: gracias a Rosalía Velázquez. Sin embargo, el recuerdo se remonta años atrás en el tiempo.
En mis gloriosos años en la primaria, me gané el mote de historiador simplemente por una tendencia natural por aprenderme fechas y nombres. Pero el tiempo se encargó de ponerme en el camino correcto. Estaba en la secundaria cuando aparecieron en los puestos de revistas los primeros libros de la naciente editorial Clío, fundada por el historiador Enrique Krauze. Los primeros libros eran de índole biográfica (Porfirio Díaz, Javier Solís y Cantinflas, por decir algunos), de los cuales sólo compré la colección dedicada al Gral. Díaz, escrita a cuatro manos por Fausto Zerón-Medina y Enrique Krauze. Quedé encantado al leerlos que, desde ese momento, supe que mi camino estaría marcado por la Historia.
Cinco años después de mi entrada a la Universidad, donde estudié Letras Hispánicas, mi contacto con las ligas mayores de la historiografía estaba por comenzar. Por azares del destino, conocí la Academia Mexicana de la Historia y durante la octava edición del ciclo Historia, ¿para qué?, tuve mi primer encuentro con Enrique Krauze, quien impartió una conferencia sobre José Fernando Ramírez. Finalmente conocería al autor de mis primeros libros de Historia. Pero tuvo que pasar un año para que le expresara de viva voz mis impresiones y sólo me limité a que me firmara mis ejemplares de Caras de la historia y Caras de la democracia. (Sin embargo, gracias a esa conferencia, conocí a Miriam Solano, con quien compartí coincidencias y dispatías. Que esta conocencia sea también un merecido homenaje.)
Al año siguiente, en El Colegio Nacional, durante su primer ciclo de conferencias ya como miembro de esa insigne institución, mientras me firmaba mis ejemplares de la serie Biografía del poder y su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, al fin le confesé que su obra, modestamente, me abrió las puertas de la historia. Al oír eso, sonrió agradecido y me instó para que siguiera con ese mismo ánimo. Se lo agradecí sobremanera. Y no fue sino hasta el pasado mes de junio, en el marco del homenaje a José Luis Martínez, realizado en el propio colegio, donde me firmó sus Caudillos culturales en la Revolución mexicana. (Inclusive, allí mismo, le comenté -en tono de broma- a Javier Garciadiego que le estaba "haciendo la competencia". El doctor sólo me dijo: "Ese libro ya es todo un clásico". Lapidaria la frase, sin lugar a dudas.)
Aunque mis contactos personales con Krauze sólo se limitaron al autógrafo y al comentario cebollero, sinceramente le he profesado una admiración por acercar la historia a todo mundo. Se le pueden criticar sus métodos de investigación, pero a su impecable prosa no hay quién le gane. Además, hizo suyos los conceptos de biografía del saber y del poder, provenientes de la tradición británica, mismos que han originado señeras obras dentro de la historiografía mexicana del siglo XX. Abundarán sus detractores, ni dudarlo siquiera, pero sus obras, por default o en tiempos extra, tendrán la mitad de la batalla ganada.
Mañana, día de fiesta nacional, también debe serlo para la grey mexicana de Clío, al celebrar los sesenta años de una figura firme en convicciones, pero doblemente firme en su compromiso con y para la Historia.
¡¡Enhorabuena, Dr. Krauze!!

lunes, 10 de septiembre de 2007

Bautizos de tinta y grafito

La semana pasada, mientras platicaba con Paulina Martínez acerca de diarios y radiodifusión en México, entre otras cosas, hojeaba un libro sobre Plutarco Elías Calles que le había regalado en su cumpleaños, simplemente por el gusto de hacerlo. Cuando revisé la última página, en ésta estaba escrito su nombre, fecha y, entre paréntesis, el motivo por el cual llegó a sus manos. (Y ella lo sabe muy bien.) Esta manera muy suya de inscribir los nuevos libros a su universo personal, me remite a la antiquísima tradición del ex-libris, es decir, la señal que indica la propiedad de un libro y también las características del dueño. Vayamos despacio.
La mayoría de las veces, un ex-libris suele ser una estampa que se coloca en las primeras páginas del ejemplar en cuestión, cuyo diseño va de lo sencillo a lo complicado, según las intenciones (y las invenciones, claro) del dueño. Sería exhaustivo dar una historia del ex-libris desde sus inicios, porque la investigación llevaría más tiempo que vida, sin embargo, y sin picarme de evasivo, sólo dedicaré unas líneas al ex-libris más popular: el que se hace con bolígrafo o con lápiz.
Hacerlo con tinta y agregarle la rúbrica, equivale a una marcada conciencia de pertenencia, es decir, de que ese ejemplar ya forma parte de una vida. También es sinónimo de trabajo, porque se busca entender el tema y, gracias a éste, comprendernos a nosotros mismos. Diametralmente opuesto es hacerlo con lápiz, donde además de reconocerse en la lectura y de compartir un tiempo prístino y único, es darle al libro una segunda de muchas oportunidades para hacer lo suyo, y así seguir con vida en el ancho y ajeno camino de la lectura. Y ¿cómo sucede esto? Muy sencillo: cuando paso revista al acervo de mi pequeña biblioteca, regularmente me fijo en la temática del ejemplar de marras que voy a regalar. Cuando sé que una persona muy querida para quien escribe le dará un buen uso, haciendo de tripas corazón, tomo la goma y borro mi ex-libris. (Pocas veces, me he arrepentido de ello, pero no suele ser a diario. Cosas que pasan.)
Desde este lado del charco, quien escribe también tiene sus manías a la hora de rubricar sus libros. Antes, en la lejana prehistoria, ponía con tinta mi nombre en la primera hoja, además del mes y el año. Tiempo después, hacía esto en la última página, casi llegando al lomo del libro. Gracias a un amigo escritor, cuya guía no cesaré de agradecer, me introdujo al uso del lápiz para rotular mis libros. Actualmente, en la primera hoja pongo la fecha completa (día-mes-año), además de mi rúbrica y, entre paréntesis, si el caso lo amerita, la persona que me lo regaló o que estuvo acompañándome, tanto en persona como en espíritu, al momento de comprarlo.
En una palabra, estas maneras para rotular los libros, cumplen una función de bautizo porque al inscribirse en nuestra vida, se vuelven, de alguna manera, como nuestros hijos o ahijados, cuya compañía es gratificante, pero también su ausencia, temprana o tardía, nos enseña muchas cosas. Me imagino que los libros rotulados con tinta, años después y en la sordidez de las librerías de viejo, tendrán otra oportunidad para vivir, si los futuros dueños lo disponen, llevando consigo el sino de su encarnación anterior. En el caso de los rotulados con lápiz, es volver a empezar, como si fuera el primer día. Después de todo, la lectura no entiende de pertenencias físicas, pero sí de fidelidades espirituales. ¿Será?

sábado, 8 de septiembre de 2007

Le Cinéma du Temps: Blade Runner

Hace algunas semanas, platicaba con Paulina Martínez, Consejera de la NRB, acerca del cine y de las películas que debía ver en estos días. Sinceramente, me declaré (y me declaro, qué remedio) culpable del crimen de no asistir a ver película alguna. Anoche, platicando con don Jorge, Sarita y Ana Cárdenas, mientras ellos me daban un ligero aventón, confesé con más pena que otra cosa, que hacía tiempo que no veía cine, y que las pocas oportunidades se han restringido a la (in) comodidad de la sala de mi casa, en pleno vis à vis con el Once y/o el Veintidos. "Mal, muy mal", me dijo don Jorge; palabras más, palabras menos.
Sin embargo, estas réplicas tanto de Paulina como de los Cárdenas Vargas, me dejaron el prurito de retomar el camino del buen cinéfilo, es decir, que el cine debía regresar a mi vida, sin más ni más. Pero luego de pensarlo muy bien, llego a una sólida conclusión: mi renuencia a entrar a una sala cinematográfica o a un videoclub, obedece a un solo prejuicio: que el cine actual me tiene sin cuidado. (Bueno, no es que le haga el feo a las grandes joyas del circuito cultural, ni que me ponga flamenco con la bisutería hollywoodense. Para nada.) Creo que se debe a que el poco (relativamente) cine que he visto, ha dejado honda huella en mi vida y la mejor manera que encuentro para aventarme nuevamente al mundo del cine, es contando mis impresiones sobre varias películas que son parte de mi vida. (Y porque hay una segunda razón: por responder a las plegarias de Paulina.)
Blade Runner (Ridley Scott, E.U., 1982): En un futuro relativamente lejano, en la ciudad de Los Angeles, en 2019, varios replicants (copias genéticamente modificadas de un ser humano) escapan de una colonia terrícola en Marte y regresan a la Tierra para satisfacer sus ansias de venganza contra el emporio que los creó. El grupo, conformado por Roy Batty, Leon, Pris y Zhora, llegan a Los Angeles donde buscan respuestas, además de venganza. Para acabar con los replicants insurrectos, se creó una unidad especial de policias llamados blade runners, cuya labor primordial es retirarlos (sinónimo de matar). Uno de esos policias, Rick Deckard, es comisionado para desempeñar dicha labor con el grupo comandado por Batty; para ello, solicita la ayuda del científico que los creó, el Dr. Eldon Tyrell, porque aquellos replicants no eran comunes respecto al resto de su especie. Tanto Batty como sus compañeros eran nexus-6, es decir, "más humanos que los humanos". (Más claro, ni el agua.) Y esta condición lleva a Deckard a replantarse muchas cosas.
A primera vista, esta película de ciencia ficción parece de lo más convencional, pero sería un craso error creerlo. Detrás de un futuro lejano, aún se busca responder a las preguntas fundamentales que se ha hecho el ser humano: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿cuánto tiempo me queda? Los replicants buscan eso y más, es decir, el sentido de sus vidas. Por el lado de Rick Deckard el dilema ético se resume en la obligación de matar o en la disyuntiva de hacerlo o no. Al final de la película, aprende (si esa es la palabra) que los seres que asesina inmisericordemente, son más humanos que él mismo. En una palabra, los replicants, al asumir su efímera vida, buscan y encuentran más cosas que los propios humanos, cuya vida, que suponen larga, la desperdigan por doquier en cosas meramente banales. Además, visualizar un futuro así nos acerca, creo, al presente; o sea, que hasta en las regiones más apocalípticas, hay guiños de ojo a la esperanza. Ejemplo claro es el monólogo final de Roy Batty, quien luego de salvar al asesino de sus amigos, profiere las siguientes palabras:
He visto cosas que ustedes, los humanos,
no podrían creer.
Naves de ataque en llamas
cayendo del hombro de Orión.
He visto parpadear rayos-c
cerca de la puerta de Tännhauser.
Todos estos momentos
se perderán en el tiempo,
como lágrimas en la lluvia.
Tiempo de morir.
Blade Runner, basada en un cuento del norteamericano Philip K. Dick, quien falleció antes del estreno de la película, a sus 25 años de vida, sigue tan llena de vida, porque sus cuestionamientos aún siguen siendo -para nosotros- los mismos. ¿Llegará una respuesta? Tal vez sí, tal vez no. El resto no es cosa nuestra.


sábado, 1 de septiembre de 2007

Cómo sobreviví a la Venta Nocturna del FCE

Cada año y a finales de agosto, el Fondo de Cultura Económica realiza su ya tradicional Venta Nocturna en algunas de sus librerías y quien escribe, bibliópata por los cuatro costados, no se la perdería para nada. Pero antes de contar lo que me sucedió el pasado jueves 30 de agosto, dejo que la memoria haga un poco de historia.
Hace dos años, supe de la existencia de dicha venta por los anuncios del periódico, mismos que sí atendí, pero muy de pasada. (Bueno, admito que moría de ganas por conocer esos ambientes, pero en aquel momento estaba más que indeciso. Además, las veces que oía hablar de "ventas nocturnas", como las de Sanborns o El Palacio de Hierro, éstas terminaban hasta muy tarde, o sea, hasta que fuera atendida la última persona.) Sin embargo, el azar me llevó hasta la librería "Octavio Paz" del FCE y, sin proponérmelo, ya era parte de la Venta Nocturna. Para fortuna mía, compré -con el poco presupuesto que llevaba- sólo dos libros (ahora inconseguibles, cabe decir) y también conocí -muy de pasada- a algunos escritores, como Hugo Hiriart, León Krauze y Pablo Boullosa; también las caras conocidas no se hicieron esperar, como Beatriz Escalante y Óscar de la Borbolla, quienes me saludaron y hasta les extrañó que yo anduviera por esos lares alrededor de las 8 p.m. Cosas que pasan.
El año pasado, más o menos por la misma fecha, fui a la "Octavio Paz" por más libros de la Venta Nocturna. (En todas las ediciones de la venta, siempre predomina la mesa de las ofertas, es decir, libros que, sólo esa noche, costaban ¡¡10 pesos!!) Ni tardo ni perezoso, y con un poco más de presupuesto, entré al ataque. Por mis adquisiones no me puedo quejar: compré una antología de discursos y dos tomos de correspondencia de Plutarco Elías Calles, el tomo IV de Idea de México, de Gastón García Cantú; la obra poética de Otto-Raúl González, Camino a Tlaxcalantongo, de Ramón Beteta, y otro que se me olvida por ahora.
Lo que le pone sabor al asunto, además de los escritores invitados y la amplia gama de libros, es la enorme fila que se hace a la hora de pagar las ofertas. (Aquí no aplicaba la regla de Monsieur Etorre, misma que en el súper se cumple a carta cabal.) Como se trataba de una sola caja, la rapidez de ésta la generaba el número de libros por persona. El número mínimo de libros era de cinco, mientras que el máximo, ¡¡de 30 y hasta más!! (Y pagar con tarjeta, acto chic que pone en shock y lo deja a uno bastante chèque, para nada valía de algo.) Mientras avanzaba la hilera, y con un mundo de libros sobre los brazos, hombros y espalda, se intercambiaban opniones, dos clientes desconocidos se volvían camaradas y las parejas de novios hacían lo suyo, la polifacética Fernanda Tapia -en ese momento, embarazada de Adélie, su primera hija- entrevistaba a todos los clientes de la fila. Por poco y me entrevistaba, pero ya había pagado mis libros y me retiré de allí hecho la raya. (Y eran las 8 de la noche. Bastante temprano, ¿no es así?)
Ahora, para la edición de este año, había agendado la (posible) fecha con un mes de anticipación, pero el visto bueno se dio el viernes 24, luego de escuchar un reportaje sobre dicho evento en un noticiario radial de la mañana. Horas después, le platiqué de esto a mi queridísima Annemarie, cosa que le gustó bastante. Como ella no podía ir, me dio un presupuesto aceptable para que, literalmente, hiciera milagros y le comprara algunas joyitas. La venta comenzaría alrededor de las 6 p.m, pero me tomé la molestia de llegar media hora antes, por aquello de medir el terreno. Mientras eso sucedía, me encontré con Jean Meyer, quien me saludó y me platicó su asombro al ver la inusitada asistencia en la librería.
Revisé la lista de peticiones de Annette: Historia de México, historia del arte, biografías y alguna novela interesante. Finalmente, sí se cumpieron sus peticiones, porque además de esos temas, también agregué a la canasta libros de arquitectura, viajes y poesía, máxima pasión de Sarita, su mamá. Ahora el reto no era pagar primero en la caja ni salir rápidamente del lugar, sino cómo llevarse 31 libros de todos los tamaños hasta Tlalnepantla. ¡¡Y lo logré!! (Sólo don Jorge, Sarita, Marianne y quien escribe lo sabemos, pero como en Las Vegas, eso se quedó en su casa.)
No me cabe la menor duda que siempre seré un asiduo visitante del FCE cada vez que realiza su Venta Nocturna, pero lo mejor de todo es que siempre será buen pretexto para viajar y, por qué no, para integrarse paulatinamente a la extraña fauna de librería, de la que hablé en artículos anteriores. Ahora, el reto para 2008 no sólo será rebasar los 31 libros, sino también asistir muy bien acompañado. (Se vale soñar, ¿no?)