lunes, 9 de julio de 2007

El diario a diario

En estos tiempos donde todo se logra virtualmente y a distancia, es indudable que persista una sana pero engorrosa costumbre de cada mañana: la lectura del periódico. A la par del cafecito matutino o del brunch midisemanal, la búsqueda de noticias frescas es el objetivo del día. Y, a decir verdad, ya es un logro, dada la aparición de sus versiones en la red. Pero vayamos por partes.
Desde que se fundaron los primeros periódicos, siglos atrás, siempre ha predominado una inquietud por saber, informar y abarcar todo los temas habidos y por haber. Y ello se nota en las secciones, tipografía y hasta en los anuncios que aparecen díariamente, cosas que aumentan (o disminuyen, según se vea) la frecuencia con que adquiere. Precisamente, por ese vano afán cuasi enciclopédico, los diarios aumentaron de tamaño y de peso, dada la presencia de variopintas secciones a diestra y siniestra. Es más, comprar un periódico de tremendas magnitudes, sí equivalía a tener noticias del momento, pero también, al día siguiente, que el papel sirviera para limpiar vidrios, envolver aguacates o como materia prima de piñatas decembrinas.
Recuerdo que mi padre llevaba ejemplares de El Universal a casa y quien escribe, cuando niño, sólo se fijaba en tres secciones: Espectáculos, Cultura y Sociales. (Los domingos eran cuatro, gracias a los comics.) La selección de esos apartados respondía a la inmensidad de papel que conformaba el diario. (Mariana Frenk-Westheim, en alguno de sus aforismos, decía que la escritura no se paga por kilo, en este caso, mucho menos las noticias o las fotos. Cuestión de enfoques.) Aún así, uno tenía que echarse un clavado entre tanta información para gozar de los resultados. Para cuando llegaron los diarios en tamaño tabloide, se simplificó el tamaño y el peso, pero no el hambre de información. (La Jornada, siempre a la vanguardia, fue de las primeras en cumplir con esas labores.) De cualquier manera, siempre era grato acudir con tu voceador de confianza.
Los periódicos, como las modas o los partidos políticos, delimitaron territorios, tendencias de pensamiento y hasta familias. Recuerdo que en la preparatoria el diario de a fuerzas era el Unomásuno; quien llevara La Jornada era considerado un rabanero, polaco y camorrista por los cuatro costados, mientras que el Reforma te hacía ver como emisario del blanqui-blu o de la Maddox Academy. Sin embargo, de entre estas discordias, surgió una tercera vía, caracterizada por la selectividad de sus lecturas: aunque determinado diario se consideraba de derecha, si cuenta con un suplemento cultural muy diverso, una pericia indudable en sus columnistas o en el énfasis que se pone a los espectáculos, hemos logrado un segura tregua entre las preferencias políticas. También en el caso de los caricaturistas, quienes con una sola caricatura, podían tumbar tres ídolos de una sola vez. Y éstos contribuyen, en mayor medida, a la masiva venta de sus diarios/casa de trabajo.
Ahora bien, en estos dosmiles que nos circundan, resulta inevitable revisar dos, tres o más periódicos, precisamente por el enciclopédico afán de informarse y a pesar de que nuestras preferencias sean dispares. En lo personal, leo La Jornada por su bien cuidada sección de Cultura; el Milenio por la versatilidad de sus columnistas, y El Universal, además de ser mi periódico de toda la vida, por su suplemento cultural y por los artículos de Jean Meyer cada domingo. Esto demuestra una cosa: se le puede profesar fidelidad a la información, mas no a quien la difunde.Y aunque las noticias pasan y los diarios se quedan, lo único que debe persistir es el hábito de la información.
(Y usted, lector, ¿qué diarios lee y por qué? Ahora le toca decirlo. De verdad.)

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