jueves, 10 de mayo de 2007

Leaving Port Memories: Doña Licha

(En unas horas más, será Día de las Madres. Y... no sabría cómo empezar este episodio de las Leaving port memories, dada la importancia del momento. Sin embargo, haré unas cuantas concesiones para que la memoria dé libre curso a sus palabras.)

Cuenta mi mamá, de nombre Constantina (o doña Licha, como también le dicen), que hace varios años, cuando vivíamos en la colonia Cosmopolita, cerca de la Euzkadi y de la zona industrial de Vallejo, siempre la acompañaba a comprar el pollo para la comida. Iba pegado a la cangurera y mi mamá me besaba a cada rato a tal grado que me dormí. Entonces, un viejito muy ocurrente que la atendía dijo: "Condenado muchacho, te duermes con los besos de tu madre". (No era la primera vez...)
Pasaron algunos años, crecí un poco y al ser hijo único (e hiperactivo, para acabarla), mi mamá tuvo la necesidad de ponerme riendas. (Con un padre de disciplina férrea, ¿para qué querría más?) Y lo logró, acercándome a la lectura. Cada semana me compraba un fascículo de los Cuenta Cuentos de Salvat (libro y cassette o libro y L.P., según el orden de aparición) y bien engolosinado los escuchaba una y otra vez. (Así conocí la historia de Pinocho, pero tuve que esperar más de diez años para saber el final. Cosas de la vida.) Y lo mismo leía revistas de pasatiempos, sus ejemplares de Buenhogar y Última Moda, y hasta mi primer libro que fue un regalo suyo: El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, en una edición muy sencilla. (Confieso que cuidé demasiado ese primer libro al grado de perderlo por completo. Ni modo.)
Mientras determinaba mi vocación y el sentido de mi destino, mi mamá siempre veía de buena manera que tuviera otros intereses, pero también cuidaba que éstos no rebasarán mis obligaciones. Casi a la hora de elegir carrera, cuando supo que estudiaría Letras Hispánicas, se le fue -literalmente- el santo al cielo. Sin embargo, creo que está contenta al tener un hijo artista. (No se logró su ansiado ingeniero, pero haber ido más allá de la preparatoria, es ya en sí una proeza.)
Ahora bien, ¿por qué escribo estas cosas, en vez de hacer un encomiástico escrito sobre mi madre? No lo sabría decir con exactitud, pero de algo sí estoy seguro: una de sus más generosas herencias, para quien escribe, es la memoria. Creo que delegó en mí esa parte del oficio de vivir, mismo que ahora se alimenta por concretar sus futuros proyectos, sus ganas de sacarle una risita a cualquiera de sus tres hijos, y, sobre todo y ante todo, darles otra herencia realmente importante: la persistencia al hacer las cosas. Por eso y lo que falta, ¡¡¡muchas gracias, mamá!!!
[Decía Jaime Sabines que "las madres son criaturas de nuestros sueños". Lo más seguro es que también lo sean en la memoria. ¡¡Felicidades!!]

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