miércoles, 30 de mayo de 2007

Conocencias de Clío: Javier Garciadiego

En conocencias anteriores, recordaba mis andanzas en la Academia Mexicana de la Historia (a la que no asistí hoy, por razones que explicaré más adelante) y también mi admiración por el franco-mexicano Jean Meyer. Al momento de escribir esta nueva conocencia, y recién desempacado del INEHRM, ahora toca el turno al historiador Javier Garciadiego.
La primera vez que supe del dos veces Doctor en Historia (por El Colegio de México y la Universidad de Chicago, respectivamente), fue gracias a que una de las Consejeras, Daniela Sandoval, me platicó de él y de su programa que se transmite todos los sábados (a las 9 a.m y simultáneamente por el 1220 am y el 107.9 fm), llamado "Conversaciones sobre historia". De inmediato, me volví su radioescucha y así quedé fascinado por la sencillez y la maestría con que hablaba sobre su tema de cabecera, la Revolución mexicana. En febrero de 2006, con motivo del Homenaje a Miguel León-Portilla, fue uno de los invitados especiales y lo conocí por primera vez -sólo de vista, he de confesarlo. Una semana después, en la Feria de Minería y acompañado por la historiadora Miriam Solano, nuevamente lo vi. (Mi compañera de viaje, ni tarda ni perezosa, le envió a una colega y amiga suya un mensaje celular, comunicándole su encuentro con el Presidente del COLMEX.) Pero aún no rebasaría la frontera radiofónica.
Un mes después, durante el noveno ciclo de conferencias Historia ¿para qué?, conocí a Rebeca Vergara (amiga y colega de Miriam y destinataría del mensaje desde Minería), quien había conocido al Dr. Garciadiego cuando era Director del INEHRM, donde ella estuvo como becaria. A finales de mayo, y aprovechando un evento sobre Daniel Cosío Villegas en la Biblioteca Lerdo de Tejada, Rebeca me presentó a su historiador predilecto. Le comenté que no me perdía su programa, cosa que le agradó sobremanera. Entonces me firmó mi ejemplar sobre la Revolución mexicana, editado por la UNAM en la Biblioteca del Estudiante Universitario. Prometí llamarle a su programa el sábado siguiente. Nunca sucedió.
A la semana siguiente, durante el ciclo de conferencias de Enrique Krauze en El Colegio Nacional, me topé dos veces con él. Allí supe que la semana siguiente estaría en el INEHRM para la presentación de un libro sobre Toribio Esquivel Obregón, evento al que no faltaría. El jueves 8 de junio, luego de leer horas y horas en la flamante Biblioteca Vasconcelos, tomé el Metrobus en Buenavista y me dirigí hacia el Instituto, donde había quedado de verme con Rebeca y saludar juntos al doctor. Las sorpresas no se hicieron esperar. No sólo me reencontré con Rebeca, sino también con Miriam -muy bien acompañada, según recuerdo-, Jael de la Luz -desde aquellos tiempos heroicos en la Secretaría Técnica de Humanidades- y con Georgette José -amiga y colega de Rosalía Velázquez. Además, el Dr. Garciadiego me saludó y aproveché para preguntarle dónde podía conseguir un libro suyo, Rudos contra científicos. Con una generosidad inusitada, accedió a obsequiarme un ejemplar, el cual debería recoger en su oficina de El Colegio de México. Tuvieron que pasar varios meses para ello se cumpliera.
En octubre pasado, en ocasión del XX Aniversario del Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, volví a verlo. La propuesta seguía en pie, sólo que tenía que concertar una cita con su secretaria para ir por el libro. Finalmente, el 24 de octubre, y gracias a una ventiúnica visita al COLMEX, ya lo tenía en mis manos. (Para que me lo dedicara, tuve que esperar hasta principios de febrero, cuando dio una plática en la Academia Mexicana de la Historia.)
Para quien se encuentra entre dos aguas -como quien escribe, por ejemplo-, seguir la obra de Javier Garciadiego resulta satisfactorio y edificante, puesto que se trata de una pluma sin tregua y con una tenacidad para la investigación. Aunque algunas de sus opiniones políticas no agraden al respetable, no cabe duda de sabe llevar bien los dictados de la historia. Además, también se le agradece su afán didáctico para difundir e incentivar (como debe de ser) el gusto por la Historia. Después de todo, la cordialidad también es una forma del oficio de historiar, ¿no es así?

No hay comentarios.: