lunes, 23 de abril de 2007

Las bibliotecas palimpsésticas

Se supone que haría una alabanza desmedida en torno al libro hoy 23 de abril, Día Internacional del Libro (aniversario luctuoso de Miguel de Cervantes y de William Shakespeare), pero me iré por el lado más realista y hasta triste del asunto. Me refiero, sin duda, a las bibliotecas palimpsésticas.
Dichas bibliotecas se componen por libros de reciente factura y respectiva adquisición, préstamos indefinidos, ejemplares robados, obsequios de ocasión, etc., pero entre éstos destacan los que compramos en librerías de viejo, es decir, ejemplares de segunda, tercera o cuarta mano que llegan a nuestras manos y que la mayoría de las veces tienen una triste historia. Pongo un ejemplo.
Hace unas semanas, platicaba con Rosalía Velázquez sobre una pasión compartida: la compra de libros. (Y los de viejo, para más señas.) Mientras revisábamos juntos sus compras recientes, descubrimos en la primera página de un libro una dedicatoria autógrafa hecha por el historiador Javier Garciadiego. Ante esta sorpresa, nos prometimos resolver el misterio. Finalmente, sí lo resolvimos, pero la historia era muy triste: resulta que el Dr. Garciadiego le obsequió ese libro a Segundo Portilla, hermano de un colega suyo, con el objeto de que le sirviera en futuras investigaciones. Luego del fallecimiento de Portilla, su biblioteca fue vendida y varios de los libros terminaron en librerías de Coyoacán, de dónde los rescató su amigo. (Y lo seguirá haciendo, puesto que es más fuerte el cariño que el presupuesto.)
Después de esta elegía por una biblioteca perdida, ¿en qué se distingue una biblioteca palimpséstica de una normal? Muy sencillo, en la naturaleza y adquisición de sus ejemplares y en la regularidad con que se reponen. Por ejemplo, cuando nos regalan libros, en buena parte se debe a una reciente mudanza de quienes los obsequian, a una herencia en vida o, simplemente, a que ya son demasiados y deciden con resignación ceder algunos a quien sí los leerá. Todo esto aumenta o disminuye su tamaño. Respecto a su disminución, sea por préstamos, robos o desastres, nos permite comenzar de nuevo, pero con una solar ganancia: haber disfrutado del efímero placer de las primeras lecturas y, con esa esperanza, seguir adelante, como en el caso del escritor cubano Enrique Labrador Ruiz. Luego que las sucesivas dictaduras en Cuba destruyeran sus bibliotecas personales, ya exiliado en Miami y consciente de que no tendría otra biblioteca igual, en una hora muy difícil para él y su esposa Mercedes, llegó a sus manos un libro. Y ello reavivó su inquietud libraria.
Ahora, ¿quién de nosotros no se pregunta por el pasado de sus libros? Cada vez que voy a una librería (y de viejo, para evitar suspicacias), reviso minuciosamente cada ejemplar con la esperanza de hallar un indicio de su origen. Siempre lo hago y por sorpresas no paro. De esta manera, me hice de una antología de Gutierre Tibón (misma que perteneció a una admiradora suya), libros de Esther Seligson dedicados a diferentes personas, garbanzos de a libra de Otto-Raúl González, en fin, la lista es larga y el tiempo, muy poco.
En suma, una biblioteca palimpséstica es aquella que se reconstruye día tras día, sujeta siempre a los caprichos del préstamo, la economía, el destino. Libros de otras bibliotecas que obtienen su carta de ciudadanía cuando los sumamos a la nuestra: herencia en vida otorgada por el eterno placer de la lectura.

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